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Las claves para entender el debate sobre el papel de los aerosoles en el contagio de coronavirus

cada vez hay más evidencia científica de que puede haber transmisión de coronavirus por el aire, aunque su capacidad infectiva es menor que en otros virus.

Esther Samper

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La pandemia de COVID-19 ha dado lugar a intensos debates científicos que, lejos de quedar relegados al ámbito investigador, han traspasado fronteras y laboratorios para llegar a la población general y a los medios de comunicación de todo el mundo. La aparición de un nuevo virus, como el SARS-CoV-2, ha ido rodeada de multitud de incógnitas y datos desconocidos que complicaban y siguen complicando la toma de medidas epidemiológicas y sanitarias. Por ello, la actividad científica ha sido clave para avanzar en el conocimiento del coronavirus y tomar las mejores decisiones. Sin embargo, este proceso dista de estar libre de errores y de estar siempre consensuado entre todos los científicos. Cuando el conocimiento sobre un asunto es limitado, es frecuente que surjan diferentes posturas y discrepancias científicas. En cualquier caso, la ciencia avanza a través de cuestionar las diferentes hipótesis mediante la realización de más estudios y experimentos.

En ese sentido, el debate científico más acalorado en esta pandemia fue sobre la utilidad de las mascarillas en la población general. Aunque ahora existen múltiples pruebas de su eficacia para limitar los contagios por coronavirus y las autoridades sanitarias coinciden en recomendarlas, hace tan solo unos meses instituciones como la Organización Mundial de la Salud (OMS) las desaconsejaban en la población general que estuviera sana. En estos momentos, el debate más intenso sobre el coronavirus se centra en el papel que tienen los aerosoles (gotitas respiratorias con un diámetro inferior a 5 micras), un fenómeno también conocido como “transmisión aérea”, en el contagio y los brotes de coronavirus.

Al comienzo de la pandemia, se pensaba que los aerosoles solo participaban en la transmisión del virus en entornos muy concretos, como en el ámbito médico cuando se realizan ciertas pruebas que provocan la liberación abundante de aerosoles. Esto es lo que defendían diversas autoridades sanitarias, entre ellas la OMS, hace tan solo unos meses. No obstante, las evidencias científicas sobre la dispersión de aerosoles y su papel en la transmisión de coronavirus fuera de hospitales y centros de salud han ido en aumento. Estas son las claves para entender la situación actual del debate sobre los aerosoles en la transmisión de coronavirus:

El tamaño de las gotas

Cuando las personas respiran, hablan, estornudan, cantan o gritan liberan multitud de diminutas gotitas de tamaños extremadamente diferentes. Las gotitas de mayor diámetro (gotas de Flügge), superior a 5-10 micras, no suelen dispersarse más allá de 1 o 2 metros tras su liberación. El peso de estas gotitas limita el tiempo que pueden estar en suspensión en el aire y se depositan con relativa rapidez en suelos y superficies. En la actualidad, se piensa que la principal forma de transmisión del virus es a través de estas gotitas, razón por la cual se recomienda mantener la distancia de seguridad y llevar mascarillas.

Los aerosoles, más pequeños que las gotitas de Flügge, se comportan de forma diferente. Al ser más ligeras, tienen la capacidad para mantenerse en el aire durante varias horas y ser transportadas por corrientes de aire a distancias mucho mayores de dos metros. Sin embargo, al principio de la pandemia pocos investigadores pensaban que, fuera de hospitales, este mecanismo de transmisión se pudiera dar en la población general. Los aerosoles, por su diminuto tamaño, solo pueden contener un número muy reducido de partículas virales y, si se dispersan por el aire, se “diluyen”.

Como la infección por coronavirus requiere estar expuesto a una cantidad mínima de virus (se desconoce actualmente cuál es), se pensaba que los aerosoles no tenían capacidad para infectar más allá de la distancia de seguridad. Según iban apareciendo más datos sobre contagios en múltiples lugares del mundo y se comprobaba que su R0 (a cuántas personas puede transmitir el virus una persona infectada) no era especialmente elevado, entre 1,5 y 3,5, menos probable era que los aerosoles estuvieran implicados. Virus tan contagiosos como el del sarampión, que tienen una gran capacidad para transmitirse por aerosoles, tienen una R0 de entre 12 a 18.

Aerosoles acumulados en espacios cerrados

Sin embargo, en los últimos meses se han ido acumulando estudios epidemiológicos que mostraban que los contagios más allá de la distancia de seguridad eran posibles bajo ciertas circunstancias en situaciones cotidianas: lugares cerrados, con mala ventilación o recirculación de aire y con personas infectadas que estuvieron durante una o varias horas en el mismo recinto que otras. Son factores en común que se han observado en brotes como el de un matadero en Alemania (donde una persona infectó a las de su alrededor en un radio de ocho metros), en coros, oficinas, restaurantes y un bus, sucesos en los que se produjeron contagios que superaban ampliamente la distancia de seguridad. Lo que sugieren estos eventos es que los aerosoles sí podrían provocar contagios si se liberan y acumulan en al aire de un espacio cerrado con el paso del tiempo.

Ante estos hallazgos, más de 200 investigadores de alrededor de 30 países solicitaron públicamente el 6 de julio a la OMS que se replanteara su postura científica sobre la transmisión por aerosoles, ya que esta institución afirmaba que el coronavirus no se transmitía por el aire. El 9 de julio, la OMS reconoció esta posibilidad aunque con bastante escepticismo: “Hasta la fecha no se ha demostrado la transmisión del SARS-CoV-2 por este tipo de ruta de aerosol; se necesita mucha más investigación dadas las posibles implicaciones de dicha ruta de transmisión”. Sin embargo, la institución sanitaria reconoció que varios brotes sugerían “la posibilidad de transmisión por aerosoles, combinada con la transmisión por gotitas, por ejemplo, durante las prácticas de coro, en restaurantes o en clases de gimnasia” y, en general, en locales cerrados y poco ventilados.

Efectivamente, no existen pruebas directas de contagio por aerosoles. También es cierto que tampoco existen pruebas concluyentes de que el coronavirus se pueda transmitir al tocar superficies contaminadas por coronavirus y eso no ha impedido que la OMS recalcase constantemente la importancia de la higiene de manos como medida contra el virus desde el principio de la pandemia. No resulta nada sencillo demostrar con pruebas directas la transmisión del virus por estas vías si no es exponiendo a personas a propósito al virus, algo que no sería ético de realizar.

Una cuestión de probabilidades

No obstante, cada vez aparecen más indicios que refuerzan el papel de los aerosoles en los contagios. Un estudio preliminar (no revisado todavía por otros científicos) muestra la presencia de coronavirus en aerosoles a casi cinco metros de distancia de una persona infectada por coronavirus en el hospital. Además, estos coronavirus tenían capacidad para infectar.

De todas formas, aunque estos datos apunten a que los aerosoles sí que son responsables de contagios bajo ciertas circunstancias, no parece que el coronavirus tenga una especial habilidad para transmitirse por esta vía, comparado con otros virus. No se trata de una disyuntiva sobre si el coronavirus se transmite o no por aerosoles, sino hasta qué punto el coronavirus puede transmitirse por esta vía. El director del departamento de Enfermedades Infecciosas de la Universidad de Maryland, Faheem Younus, explicaba que “Si las infecciones por transmisión aérea (tuberculosis/sarampión) vuelan como un águila, el coronavirus vuela como una gallina”.

Aún se está intentando aclarar hasta qué punto el virus, transportado por los aerosoles, puede “planear” y ser infectivo más allá de la distancia de seguridad. Determinados científicos creen que la evidencia científica ya es suficiente para reconocer el papel de los aerosoles. Sin embargo, la OMS es una institución sanitaria conservadora que, al igual que hizo con su postura sobre las mascarillas, solo cambiará de discurso cuando la evidencia científica sea sólida. En los próximos meses sabremos si, una vez más, la balanza se inclina hacia otro cambio en las recomendaciones.

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