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El tiempo entre costuras, por nueve internos “modélicos” de Monterroso (Lugo)

Internos de la unidad terapéutica del Centro Penitenciario de Monterroso, confeccionan mascarillas tras aprender a coser y así colaborar en la contención de la pandemia, elaborando hasta la fecha casi 1.200 unidades.

EFE

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La sensación de hacer algo con las propias manos es impagable. Con paciencia y dedicación, los nueve internos de la unidad terapéutica de la prisión de Monterroso, en Lugo, se ponen a la faena cada día, con las dos máquinas de coser de las que disponen, para preparar mascarillas caseras contra virus.

Lo hacen de una manera altruista, porque salvo una participación activa y buena conducta, nada obtienen. O sí. Satisfacción. Porque esa protección que ellos confeccionan, hilo a hilo, puntada a puntada, les sirve para escapar de la rutina diaria y para sentir que son útiles.

No pueden disfrutar de permisos, en esta pandemia, ni tampoco de comunicaciones. En este módulo de atención especializada no se están celebrando las actividades que sí se encontraban en marcha no hace tanto, todo por la necesidad de mantener el aislamiento social. Ya no hay talleres, como el de costura, del que tanto disfrutaban, y que en su momento les sirvió para sacar partidas de bolsas recicladas, las cuales servían para hacer la compra.

Cuando el Covid-19 que ha desencadenado una enorme crisis sanitaria provocó que se decretase el estado de alarma, pensaron en cómo podían ayudar. Dos plantearon que una posibilidad era realizar esas prendas con las que había que cubrir nariz y boca.

Y todos fueron a una. Una funcionaria se encargó de la instrucción, de darles las nociones básicas.

Empezaron por surtirse ellos -es una población reclusa pequeña-; después, los funcionarios; más tarde, ciertos sectores de la sociedad más vulnerables y, recientemente, los niños, en cuanto pudieron salir a dar paseos.

¿Los clientes? El ayuntamiento de Monterroso, el vecino de Antas de Ulla... Sus colegios, sus guarderías. Van ampliando territorio y cifras, pues han rebasado las 1.200 máscaras.

“Son internos modélicos”, cuenta a Efe el coordinador de seguridad, Rogelio Garrido, que disfruta cuando los ve concentrados en cada jornada, sin que jamás se humille su frente ni su ánimo.

Han creado una cadena de montaje que funciona de una manera bárbara.

Todo esto no sería posible, detalla, “sin la implicación del equipo directivo y del conjunto de los funcionarios”. Pone Rogelio Garrido como anécdota el caso del subdirector de seguridad, que aparte de recabar agujas, filtros y telas, no para de recibir llamadas “de pedidos”.

“Pero no tenemos esa posibilidad de producción -bromea Rogelio-. Es todo muy rudimentario. Solamente dos máquinas”.

La falta de recursos no impide que el producto final tenga un acabado perfecto, que sea de calidad.

“Las mascarillas son totalmente lavables, robustas, medianamente cómodas. Me fío más de estas que de las quirúrgicas de un solo uso”, detalla, sin el mínimo atisbo de duda, Garrido.

Rogelio manifiesta: “Es una labor muy bonita. Hay que incentivar, hay una intendencia... No sería posible sin la colaboración de los mandos. Esto es un estímulo importante para ellos. Con el vacío de actividad no estaban cómodos”. Necesitaban escapar de la rutina.

Y, una vez que han decidido pasar el tiempo entre costuras, no están dispuestos a parar.

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