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ENTREVISTA

Emma Vallespinós: “A las mujeres con mucha seguridad en sí mismas se las juzga fatal”

Emma Vallespinós.

Ana Requena Aguilar

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Escribir un libro sobre el síndrome de la impostora no te evita seguir sufriéndolo. Es una de las cosas que ha aprendido la periodista Emma Vallespinós, autora de No lo haré bien. Cómo aprendimos las mujeres a no confiar en nosotras mismas (editorial Arpa), un texto en el que bucea por un fenómeno al que varias psicólogas pusieron ese nombre allá por la década de los setenta. “Incluso escribiendo me imaginaba todas esas voces diciéndome que lo que estaba haciendo era una mierda”, reconoce la autora. Ese síndrome, que se alimenta de la inseguridad femenina y del menosprecio y la sospecha hacia las mujeres, genera malestares intensos y empuja a muchas mujeres, incluso, a dejar de ocupar espacios porque sienten que, sencillamente, no los merecen.

En el libro habla con detalle del síndrome de la impostora o de la inseguridad femenina, que viene a ser lo mismo. ¿Cuál es el origen de esa inseguridad femenina, a qué la podemos achacar?

Hay un componente elevadísimo que es el patriarcado, la sociedad machista donde nos hemos criado, en la que desde que somos niñas vamos recibiendo una serie de mensajes por presencia y por ausencia. Es algo que nos pasa sobre todo en el ámbito público y en el profesional, y no dejan de ser roles que muchas mujeres no creían que les pertenecían.

Si no tienes referentes, si no ves que es posible, es difícil que aspires a ello. En cierto modo, aprendimos que éramos la nota al pie de página, las invitadas en el espacio público

Yo crecí en los 90 y, cuando llegaban los informativos las mujeres eran en todo caso las que presentaban o daban paso, pero las noticias no las protagonizábamos nosotras. El presidente del Gobierno, de la Generalitat, del club de fútbol, los secretarios generales de los partidos, de los sindicatos, los corresponsales, los expertos... eran todos hombres. Había mujeres, pero eran la excepción. No crecías pensando que podías aspirar a eso. Si no tienes referentes, si no ves que es posible, es difícil que aspires a ello. En cierto modo, aprendimos que éramos la nota al pie de página, las invitadas en el espacio público. Y eso dejó una huella en nosotras. No es casual que nos pase tantísimo a mujeres de generaciones entre los 30 y los 50 años.

Quizás muchas de nosotras somos las primeras de nuestras familia que hemos estudiado una carrera o que hemos estudiado fuera de casa, o que hemos llegado a tener puestos de responsabilidad. Nos han faltado los modelos y los referentes y eso ha generado inseguridad, ese pensar que haremos mal ciertas cosas, que no estamos suficientemente preparadas o capacitadas.

Cuando una mujer llega a un buen puesto laboral levanta cejas ajenas. Aunque tenga tropecientas carreras, hable tropecientos idiomas, tenga años de experiencia, aún así se busca el motivo del por qué ha llegado ahí

Cuando las psicólogas definieron el síndrome a finales de los años 70, me pareció muy gráfico que muchas de ellas eran mujeres con buenas carreras y mucha preparación, mujeres de las que diríamos 'qué cracks'. Cuando les preguntaban a qué atribuían su éxito, decían que se habían preparado mucho, o hablaban del factor suerte o incluso pensaban que podía haber sido un error en la selección. Es algo que pasa. Muchas de nosotras nos preparamos algunas cosas como si fueran casi oposiciones a notaría. Y al final, si sale bien, no te lo atribuyes a ti.

Habla de los mensajes por ausencia o presencia, ¿cuáles serían?

La hostilidad está muy presente cuando eres mujer en todos los sentidos. Dice Rosa María Calaf que a nosotras la capacidad nunca se nos presupone, que hay que demostrarla. Por ejemplo, cuando una mujer llega a un buen puesto laboral levanta cejas ajenas. Aunque tenga tropecientas carreras, hable tropecientos idiomas, tenga años de experiencia, aún así se busca el motivo del por qué ha llegado ahí. La ambición no se interpreta de la misma manera en una mujer que en un hombre.

Luego está la manera en la que se nos trata en las redes sociales, los mensajes que recibimos allí. La hostilidad es tremenda. Muchas mujeres acaban optando por dejarlo o ponerse el candado. Es muy duro porque Twitter no es una red social más, sino que para muchas de nosotras es una parte del trabajo, una ventana al mundo en el que tú puedes exponer ciertas cosas o tener ciertas oportunidades, hacerte ver, y al final dejas de estar ahí porque no te compensa la cantidad de odio que recibes.

Cuando invitas a un hombre a la radio o la tele lo primero que te pregunta es si le vas a mandar taxi, mientras las mujeres queremos un contexto, saber por qué has pensado en mí, quién va a estar conmigo, cuánto tiempo será, por dónde irán las preguntas...

Hay estudios que muestran que las mujeres que más lo sufrimos somos las periodistas y las políticas, que al final somos dos de los gremios que más tenemos que exponernos. Se nos estudia en todos los ámbitos de pies a cabeza y siempre hay una pega, un flanco en el que atacar: ya no es lo que sepamos o lo que dejamos de saber, sino el cómo lo expresamos, cómo estamos vestidas mientras lo expresamos, de qué manera lo hacemos.

En el libro habla también como periodista que ve cómo es muchísimo más fácil que un hombre acepte hablar como experto, a dar una opinión, a exponerse en un medio, mientras las mujeres necesitan sentir que son especialistas en el área concreta de la que se habla, o proponen a compañeros hombres, o realmente sufren el reparto desigual de los cuidados... ¿Juzgamos demasiado a las mujeres que no se exponen en lugar de intentar atajar las causas?

Comencemos por lo bueno, que es que hace muy poco tiempo que nos empieza a parecer inadmisible que en una tertulia, por ejemplo, todos sean hombres. Los medios ya hemos llegado a un consenso de que eso no nos lo podemos permitir. Pero sí, nos pasa cuando como periodistas buscamos a esas mujeres. Hay una anécdota muy gráfica que cuenta la gente que se dedica a la producción: cuando invitas a un hombre, lo primero que te pregunta es si le vas a mandar taxi, mientras las mujeres queremos un contexto, saber por qué has pensado en mí, quién va a estar conmigo, cuánto tiempo será, por dónde irán las preguntas... Queremos tener la seguridad de que controlamos el sitio al que vamos y que no nos encontraremos con sorpresas. Y, sobre todo, queremos tener esa justificación mental para creer que realmente podemos hacerlo, que eres la persona adecuada.

A veces no decimos que no por el trabajo en sí sino por la serie de infiernos previos: no solo lo pasarás mal esos veinte minutos, es que los días antes estarás con insomnio, con mucha inseguridad, repasando todo, arrepintiéndote de haber dicho que sí

Como periodistas, también pasa que tiras siempre de las mismas personas que han funcionado y tienden a ser expertos hombres, es muy difícil salir de ese círculo. A muchas mujeres les da mucho reparo estar y tienen mucho miedo. Es un miedo muy comprensible. Al final estás hablando, a veces en directo, te estás exponiendo, sabes que una frase que no sea precisa puede acabar siendo el titular, que ese titular acabará en una página web y en las redes y que allí te acusarán de no haberlo dicho correctamente, de no ser demasiado buena.

Aunque es una cosa general y te alivia saber que tiene un nombre y que nos pasa a muchas, creo que la solución pasa también por lo individual, por enfrentarte a ese automatismo del 'no'. A veces no decimos que no por el trabajo en sí, sino por la serie de infiernos previos: no solo lo pasarás mal esos veinte minutos, es que los días antes estarás con insomnio, con mucha inseguridad, repasando todo, arrepintiéndote de haber dicho que sí. Y luego viene el después, el cómo nos juzgamos, nos quedamos con que lo hicimos mucho peor que lo que en realidad fue.

Habla también de la autoexigencia que nos aplicamos las mujeres e, incluso, del autodesprecio. ¿La sociedad nos enseña a las mujeres a menospreciarnos?

Por buscar una analogía, es parecido a la manera en la que hablamos de nuestros cuerpos. La presión estética la acaban heredando nuestras hijas, porque cuando nos miramos siempre buscamos el defecto, la crítica. El peor hater nunca llegará a decirnos cosas tan duras y con tanto ataque como los que nos decimos nosotras mismas.

Parece una estrategia útil para el sistema, ¿no? De alguna manera, nosotras mismas nos apartamos de espacios, nos quitamos valor, importancia...

Tenemos esa estrategia instalada. Por eso, cuando propongo enfadarnos, es una manera de contraatacar. Uno de los objetivos era dar una panorámica de todos los motivos para enfadarnos y decir 'pues ahora voy a hablar yo'.

Al final en esto nos pasa lo mismo: el peor hater nunca llegará a decirnos cosas tan duras y con tanto ataque como los que nos decimos nosotras mismas

¿Se exponen los hombres con demasiada facilidad? ¿Deberían ellos cultivar la prudencia de la misma manera que las mujeres deberían cultivar la asertividad?

Me gusta muchísimo la frase esa de 'quiero la seguridad de un hombre blanco, hetero, mediocre'. Ellos han crecido en un mundo en el que las expectativas que estaban puestas coincidían con lo que ellos aspiraban. Quieres llegar a ciertos lugares, quieres conseguir ciertas cosas y el mundo espera eso de ti. Nosotras ese mensaje no lo recibimos. No somos bienvenidas en muchos espacios en los que ellos siguen siendo protagonistas. ¿Y quién quiere renunciar a eso? Cuando tienes toda la tarta para ti solo, ¿para qué compartirla si está buenísima y nadie te ha dicho nunca que somos muchos más?

Los hombres no suelen tener complejos. Nosotras para hacer las cosas medianamente bien, no las hacemos. Tenemos esa exigencia: como hemos visto que al final las que llegan tienen que ser las mejores, tenemos pánico al error. Y hay que perderle miedo.

Ellos no suelen tener ningún complejo. Nosotras directamente para hacer el ridículo o para hacer las cosas medianamente bien, no las hacemos. Tenemos esa exigencia: como hemos visto que al final las que llegan tienen que ser las mejores, las más brillantes, las más espectaculares y espléndidas, no nos permitimos fallar, tenemos pánico al error. Y hay que perderle miedo.

¿El síndrome de la impostora perjudica la salud de las mujeres?

No es una patología como tal, eso que tiene que estar muy claro, pero es una manera muy incómoda de transitar por la vida, una manera muy dolorosa que afecta a nuestra autoestima, a nuestras expectativas, a nuestra carrera profesional. Al final no dejas de ser tú –y eso es lo que genera tanta frustración– la que está dando alas a ese mundo hostil, la que se pone palos en las ruedas. Es un machaque muy heavy. A veces viene con una voz melosa, viene como diciéndote “bueno, ¿estás segura que eso te compensa?, ¿no prefieres vivir tranquila?, ¿te compensa pasar dos días sin dormir, estar con este malestar, estos nervios, esta inseguridad?”.

Las mujeres tenemos una relación muy rara con los elogios. Si a la que se felicita, acepta que ha conseguido un logro o que tiene una buena cualidad, empezamos a pensar que esa mujer es una creída, una egocéntrica, una egoísta

Habla de la dificultad con la que las mujeres aceptamos los elogios, ¿por qué nos cuesta asumir las cosas buenas que digan de nosotras?

La historia de la inseguridad es también es la de la falta de normalidad que tenemos alrededor de ciertas cualidades en las mujeres y cómo nosotras mismas tendemos a no aceptar determinados cumplidos porque está mal visto. Si a la que se felicita, acepta que ha conseguido un logro o que tiene una buena cualidad, empezamos a pensar que esa mujer es una creída, una egocéntrica, una egoísta. Deberíamos acostumbrarnos más a aceptar esos cumplidos, también la sociedad en general. Las mujeres tenemos una relación muy rara con los elogios. La mayoría incluso lo pasamos mal y queremos que pasen cuanto antes mejor. Nos quitamos méritos, pero no como una falsa modestia, sino que realmente te sale. A las mujeres con mucha confianza en sí mismas y mucha seguridad se las juzga fatal. Pensamos: “¿Esta de qué va?”.

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