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Llega Ciarán: España encadena tormentas destructivas cargadas por las temperaturas de récord en el mar

Efectos de la borrasca Bernard en Lepe (Huelva).

Raúl Rejón

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Consecuencias de que los océanos traguen calor extra sin parar. España afronta una tormenta de alto impacto llamada Ciarán que llega tras el paso, en apenas diez días, de otras tres borrascas de fuerte intensidad casi encadenadas: Aline, Bernard y Celine. A estas alturas del año la temperatura global del mar sigue por encima de todos los registros después de batir sus récords y ese calor carga con más energía destructiva las tormentas y huracanes que van llegando.

Casi al mismo tiempo, en México han padecido una tormenta tropical, Otis, que se convirtió en huracán de categoría 5 en apenas 24 horas. Un viraje “explosivo”, según lo calificó el Centro Nacional de Huracanes. La destrucción arrasó Acapulco y 46 personas perdieron la vida.

Ciarán está provocando viento “con rachas muy fuertes generalizadas en la Península y Baleares, especialmente intensas en zonas de montaña y en el área Cantábrica”. También está causando un temporal marítimo en el Cantábrico y el Mediterráneo. Hay aviso rojo en A Coruña y Renfe ha decidido sustituir los trenes entre esta ciudad y Ferrol por transporte en carretera. En otras ciudades también se están produciendo retrasos y cancelaciones de vuelos, reemplazo de trayectos en tren por carretera y cortes en autovías por caídas de árboles.

“Los estudios más recientes han mostrado la relación entre la temperatura del mar y la intensidad de las tormentas tropicales”, explican en la Agencia Oceánica y Atmosférica de EEUU (NOAA). “Las aguas más cálidas alimentan tormentas más energéticas”, rematan.

En estos momentos, pasado el pico de verano, la temperatura oceánica global está en 20,8ºC, muy por encima de la media –inferior a 19,5ºC–, según el Instituto de Cambio Climático de la Universidad de Maine (EEUU). Si se mira el Atlántico norte, una vez superado el máximo del año –que fue el 8 de septiembre con 25,4ºC–, el agua aún rebasa los 23,5ºC y deja lejos tanto la media histórica para esta época del año como la de las temperaturas máximas.

En el Mediterráneo, el 31 de octubre, la temperatura general de todo el mar estaba en 23ºC, por encima del umbral de ola de calor, aunque debido, sobre todo, a sus aguas más orientales, que bordean los 25ºC. En la parte occidental la situación se ha aliviado respecto al calor sin precedentes de octubre y al acabar el mes estaba solo en el límite de temperaturas máximas que traza el nivel para hablar de ola de calor.

La cuestión es que la temperatura sube porque el mar absorbe la mayoría del calor (la energía) que no puede escapar fuera del planeta –como debería hacer– al quedar atrapado por la capa de gases de efecto invernadero acumulados en la atmósfera. Los gases salen, sobre todo, de las actividades humanas, especialmente la quema de combustibles fósiles.

De hecho, la misma NOAA tuvo que revisar su previsión sobre la temporada de huracanes porque, admitieron, se habían quedado cortos. Sus científicos actualizaron los cálculos “debido a las temperaturas de récord del agua del mar”. Así que pasaron de prever una temporada “normal” de huracanes a otra “por encima de lo normal”.

En la misma línea, esas temperaturas fuera de los registros en el Atlántico norte se ligaron a que el huracán Idalia se convirtiera en lo que denominan una tormenta de mil millones de dólares, que es como llaman a las borrascas que superan esa cifra en daños. Es más, la consultora Moody's Analytics calculó que fueron más de 20.000 millones de destrucción.

La Agencia Estatal de Meteorología está estudiando la borrasca Bernard, que azotó especialmente el suroeste peninsular, ya que sospecha que tuvo comportamientos de ciclón subtropical cuando era una borrasca atlántica. Las tormentas tropicales se “alimentan principalmente del calor que proporciona el océano”.

De igual manera, este análisis de, entre otros, el meteorólogo de la Aemet Jesús González-Alemán concluyó que “la ola de calor marina que batió récords y el cambio climático contribuyeron al desarrollo de un temporal extremadamente anómalo y fuerte en el Mediterráneo en agosto de 2022”, según la reciente publicación del trabajo.

En definitiva, “los aumentos en la temperatura de la superficie del mar llevan a un incremento del potencial destructivo de las tormentas en cuanto a su intensidad, precipitación y en su aparición, aunque la relación no sea lineal”.

La misma Aemet explica que el hecho de que el mar esté muy cálido “no implica” precipitaciones torrenciales, pero, al mismo tiempo, si se dan las condiciones atmosféricas necesarias para la borrasca, entonces “un mar cálido significa más energía disponible y más potencia de las tormentas”. Si llega la tormenta estará dopada de energía por el calor acumulado en el mar.

En el caso reciente de las tormentas Aline y Bernard, entre ambas dejaron precipitaciones casi cuatro veces más fuertes de lo que sería esperable, de 13 litros a 48 litros por metro cuadrado, según los datos de la Aemet. Hubo un fallecido.

Y en este 2023, los océanos llevan un año de calor extremo, como muestran los datos desde hace meses. Las alertas de los científicos resonaron ya en abril, cuando se midió un récord absoluto de 21ºC a nivel global. “Territorio desconocido”, lo llamaron, pero la situación venía de más lejos. En el Mediterráneo se atravesó una ola de calor marino en pleno invierno.

¿De dónde sale ese calor?

Estos registros ilustran cómo los océanos llevan décadas absorbiendo el calor extra que queda atrapado en la Tierra por la capa de gases de efecto invernadero lanzados por las actividades humanas. De hecho el agua del mar se queda con el 90% de ese calor. Y el calor extra es energía extra, de ahí, luego, su relación con temporales y huracanes más potentes.

Desde al menos 1958, la Cantidad de Calor Oceánico (el OHC) no hace más que aumentar. Si en 2000 se midieron unos 25ZJ, en 2022 fueron unos 245 (cada ZJ equivale a casi dos billones de julios). “Los océanos han estado calentándose sin descanso durante décadas y esta tendencia aumentará probablemente más que decrecerá debido al continuo calentamiento global”, concluía este análisis sobre el OHC de inicios de 2023.

El equipo de Lijing Cheng y John Abraham, que llevan años revisando esta tendencia, no duda en afirmar: “La inexorable escalada de la temperatura oceánica es el resultado inevitable del desequilibrio energético en la Tierra asociado, primordialmente, al aumento de las concentraciones de gases de efecto invernadero”. Y luego llegan las tormentas y los huracanes.  

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