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Investigador

José Francisco López-Gil: “Ser discriminado o de clase baja aumenta el riesgo de trastornos alimenticios”

José Francisco López-Gil, nutricionista e investigador.

Raúl Novoa

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Uno de cada cinco menores de edad entre los 7 y los 18 años presenta trastornos alimentarios en forma de inducción al vómito, restricciones de la comida o el uso de pastillas para adelgazar. Es una de las conclusiones que arroja el primer estudio internacional sobre estos desórdenes, que ha realizado un equipo liderado por José Francisco López-Gil (Archena, Murcia, 1990). Esta investigación permite localizar a personas en riesgo de padecer un Trastorno de la Conducta Alimentaria (TCA) y prevenir problemas más graves en la edad adulta. Las hipótesis sobre las causas de estos “preocupantes” datos, obtenidos en 16 países, apuntan a una percepción negativa de la imagen propia, el uso de las redes sociales sin regulación en los menores o el empeoramiento de la salud mental.

Para detectar estos comportamientos, el investigador explica que hay que liberarse de “lo que damos por sabido”, porque aunque los desórdenes se asocian normalmente a la delgadez, “a mayor índice de masa corporal, hay más riesgo de desórdenes alimentarios”. “Estas personas tienen mayor probabilidad de sufrir bullying por los prejuicios sociales”, apunta López-Gil. La clase social es un factor de riesgo, según este estudio: ser pobre o sufrir discriminación incrementa las opciones de sufrir algún trastorno. También el género: la afectación media del 22% se desglosa en que un 33% de las chicas padecen estos trastornos frente a un 17% de los chicos, aunque esta última cifra, asegura el investigador, va en aumento. Para él, la clave para frenar estos “problemas con causas multifactoriales” está en la prevención: detectar las señales de alerta y enfrentarlas.

El estudio, empezado en España y acabado en Estados Unidos, lo ha publicado la revista de pediatría JAMA Pedriatics. No obstante, para López-Gil, lo más importante es que la ciencia tenga incidencia social y demanda intervención y regulación política. “Echo de menos que algún político se haya puesto en contacto con el grupo investigador para tomar medidas, más aún cuando es un análisis preventivo”, declara el entonces investigador postdoctoral de la Universidad de Castilla-La Mancha, pero que ahora trabaja para Navarrabiomed, un centro de investigación biomédica de Navarra de la UPN.

¿Qué señales de alerta han definido para el estudio?

Cuestiones que tienen que ver con la obsesión con la imagen corporal, la pérdida de peso de forma rápida sin motivos concretos y el sentimiento de culpa después de haber hecho la ingesta. Es decir, sentir que la comida domina tu vida. 

¿Con qué problemas se manifiesta?

Con vómitos forzados, controlar la comida… Que aparezca un síntoma de Trastorno de la Conducta Alimentaria no quiere decir que se padezca, aunque pueden predecirlo muy bien a largo plazo. Si no se le pone remedio, pueden llegar a ser TCA, aunque no necesariamente tiene que acabar siéndolo. La atención y la prevención de este tipo de comportamiento es vital para evitarlos. 

En el estudio se habla de que los TCA son la antesala de problemas más graves. ¿Cuáles?

El mayor riesgo que tendría es la muerte, asociada a la desnutrición. Pero los hay a nivel psicológico, físico, familiar, social… Hay una gran cantidad de esferas que pueden verse afectadas, sobre todo cuando estos problemas se dan en la adolescencia.

¿Ven algún tipo de relación del suicidio con los TCA?

Nosotros no lo analizamos, pero hay otro trabajo en la literatura científica que reporta que una mayor prevalencia de este tipo de comportamiento podría predecir tanto la ideación suicida como el intento de suicidio. Aun así, estas variables son difíciles de medir. No obstante, sí que se ven asociaciones de este tipo de en general con conductas con un estilo de vida menos saludable.

Asociamos los trastornos de la conducta alimentaria a la delgadez. ¿Se invisibiliza que las personas no delgadas pueden padecerlos también?

Efectivamente. A mayor índice de masa corporal, mayor riesgo de que cometan estos comportamientos. Analizando la literatura científica tiene sentido. Una persona con mayor peso puede tener una autopercepción de su imagen negativa o sufrir más bullying.

¿Cómo puede afectar a las personas obesas esa gordofobia que hay en la sociedad?

La obesidad es un problema, es una enfermedad catalogada por la Organización Mundial de la Salud. Una enfermedad multifactorial no es tan simple como decir a la persona que tiene exceso de peso que si come mejor y hace más actividad física va a dejar de tener obesidad. Esto no va así. ¿Es cierto que hay estigmatización con la obesidad? Totalmente, y también problemas de bullying. Todo esto está reportado en la literatura científica. Pero no tenemos que normalizar la obesidad. Como profesional de la salud me niego rotundamente. Tampoco podemos señalar a la persona como responsable única porque es multifactorial. Por ejemplo, el nivel socioeconómico de la familia es un predictor de obesidad en niños y adolescentes y eso no puede modificarlo una persona adulta, menos aún un niño. Hay factores conductuales, sí, pero no todo es responsabilidad de la persona. 

Cuando aparece un TCA en el entorno familiar, la recomendación es que el entorno de la persona afectada evite hacer ningún tipo de juicio de valor sobre el físico de la persona

Hablan también en el estudio de la compulsión por la comida, binge eating en inglés. ¿Quienes sufren esto tienen también una imagen negativa de su cuerpo? 

Cuando hablamos de la cuota alimentaria siempre la asociamos a la bulimia o a la anorexia, pero también existe este trastorno por atracón, consiste en episodios compulsivos en los que la persona ingiere grandes cantidades de comida. Aunque los factores de los TCA son siempre multifactoriales, la respuesta es sí. Además del índice de masa corporal, ser mujer, adolescente, el estatus de inmigración, pertenecer a la población LGTBI, de una población discriminada o de un bajo nivel socioeconómico son factores de riesgo.

¿Tienen los TCA que ver con la industria de la moda y de la imagen personal?

Sí. Dentro del trabajo buscamos explicaciones basadas en la ciencia que puedan explicar por qué tenemos esa prevalencia tan elevada en población infantil y adolescente. Una de las hipótesis que planteamos fue el uso de, por ejemplo, redes sociales. Sabemos que tenemos una excesiva comparación social, sobre todo entre los más jóvenes, que son más vulnerables. No siempre nos comparamos con iguales; a veces lo hacemos con personas, llamémosles influencers, que llevan o transmiten un estilo de vida que no corresponde con la realidad y que es inalcanzable para quien lo ve. Estamos ante personas que tienden a imitar muchas acciones sin saber las repercusiones que pueden tener. Todo esto podría asociarse a una mayor prevalencia de este tipo de comportamiento. El mayor uso de redes sociales se asocia con mayor probabilidad de presentar estos comportamientos, sobre todo Instagram y TikTok, redes donde la persona está más expuesta a que la vean y a recibir mensajes sobre su imagen.

Los comentarios en las redes que juzgan físicos, incluso cuando se hace con buena intención, ¿pueden incrementar estas conductas negativas con la comida en las personas en riesgo de padecer un TCA?

De hecho, cuando aparece un TCA en la familia, la recomendación es que el entorno de la persona afectada evite hacer ningún tipo de juicio de valor sobre el físico de la persona, aunque esta esté mejorando. Estos comentarios favorecen que haya más posibilidades de que se genere un problema. Además, cuando hablamos de la adolescencia, es una etapa en la que el menor busca validación en el resto. Por eso son tan peligrosas las redes sociales y que no esté suficientemente regulado; un 90% de los menores encuestados en otro estudio similar usa Instagram. Si sabemos que hay un problema y una población más vulnerable, habrá que tomar las medidas oportunas.

¿Por qué las mujeres suelen verse más afectadas ante estos síntomas?

La industria de la moda hace que se vean más estigmatizadas y sienten más presión social con su imagen. También se baraja otra hipótesis en la obtención de los datos de enfermedades como la bulimia o la anorexia: los chicos, por miedo o por vergüenza, podrían infraestimar estos comportamientos en los cuestionarios. También es cierto que algunos criterios diagnósticos, por ejemplo ganar masa muscular con fines estéticos, quizá no están siendo detectados por este tipo de herramientas. Aunque sea más elevada en las chicas, no se puede obviar a los chicos porque la incidencia aumenta cada vez.

Un influencer tiene unas condiciones económicas que le permiten entrenar todos los días y cuidar su alimentación a todas horas

La relación con el gimnasio y el deporte puede acabar perjudicando a la salud. ¿Cómo se genera esta conexión?

Hay casos de adolescentes que de niños han tenido un exceso de peso y buscan un cambio de vida radical. De un modo de vida sedentario o no cuidar su masa muscular pasan a todo lo contrario más o menos rápido. Los juicios de valor que se empiezan a generar de manera subjetiva por el grupo de iguales –“te veo mejor”, “te veo más delgado”– generan un bucle en la persona y se vuelve una obsesión. Cuando los cambios ya no son evidentes, generan comportamientos preocupantes para alcanzar esos objetivos.

Los filtros de las redes que deforman las caras y “arreglan impurezas” son polémicos. ¿Cómo pueden afectar a la salud mental de las personas?

En otro estudio que estamos llevando a cabo determinamos que cuando los adolescentes hacen uso de un filtro lo que les llega es una imagen distorsionada de la realidad. Muchos influencers o modelos aparecen en sus redes con un físico prácticamente inalcanzable para la gran mayoría de la población. Lo que nos transmiten en las redes sociales es que lo que esa persona tiene es asequible por cualquiera comiendo bien, entrenándose o tomando algún producto. Ahí está el problema. Esa persona tendrá unas condiciones genéticas que le ayuden a estar así, pero sobre todo unas condiciones económicas que se lo facilitan, porque hay personas que pueden, por ejemplo, entrenarse dos veces al día o cuidar su dieta las 24 horas porque solo tienen que hacer eso. Un adolescente está seis horas en el centro educativo, sale, tiene que comer lo que hay en casa, va al gimnasio en función de si se lo costean los padres… Al final se intenta conseguir una realidad que está distorsionada respecto a lo que está al alcance de sus posibilidades. El uso de esos filtros da una apariencia subjetivamente mejor de la que se tiene. Querer tener esa apariencia, sin consciencia de todo esto, es un gran problema. Todo esto demuestra que somos una sociedad con la salud mental dañada.

Hay influencers que avisan de que sus fotos están retocadas con un software de edición de fotos. ¿Debería indicarlo la propia red social?

Yo creo que sí. Debería limitarse o regularse de alguna manera, al menos con los menores de edad. También los propios influencers podrían hacer más. Si yo, como científico, alerto de todo esto me vuelvo un poco su enemigo, pero si lo dicen estas personas relevantes su alcance es mayor. Vale más que lo diga Ibai Llanos en Twitch a que lo diga yo en la mejor revista de pediatría del mundo.

¿Cuál es la forma de prevenir los comportamientos que alerten de las TCA?

Las campañas de prevención son claves. La repercusión en los medios está bien, pero tiene que ir más allá de un titular. Los factores de riesgo deben conocerlos y tratarlos en los centros educativos, que es donde más tiempo pasan los adolescentes. También en la familia, y que se reconozca más allá del bajo peso o la delgadez y saber que pueden aparecer en niños con altos índices de masa corporal. Si no alertamos de estos problemas, ¿cómo se van a localizar? Si no tomamos medidas, los problemas irán a más en la edad adulta. En un estudio que ha sido tan grande como este, echo en falta que algún político se haya puesto en contacto con nosotros para tomar medidas, más allá de las felicitaciones por el estudio. Tiene que contarse con nuestra visión para tomar medidas. No es por capricho o ego; la ciencia tiene que tener incidencia social. 

En vez de decir a los adolescentes que no se preocupen por su imagen, ¿deberían responsabilizarse más los responsables políticos, de publicidad y de grandes empresas de los mensajes que lanzan en relación con el cuerpo?

Sí. Se habla mucho de salud mental, pero apenas escucho hablar de los trastornos de la conducta alimentaria y debería visibilizarse más. Es difícil hacer que las personas sean menos superficiales, pero puede controlarse el marketing y la publicidad. Hay que mostrar que hay vida más allá de la apariencia física. Esta regulación puede aplicarse también a los alimentos. La publicidad animada para los niños es muy agresiva y no tiene límites. Se supone que el etiquetado de Nutri-Score lo legisla, pero luego cereales con un altísimo contenido de azúcar se marcan con la letra A de máxima calidad. Con los niveles de obesidad infantil que tenemos, es un despropósito.

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