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El Orgullo visto por cuatro generaciones: del miedo y los palos a la reivindicación

José Manuel, Israel, Celeste y José María comparten impresiones sobre las reivindicaciones LGTB / Marta Jara

David Noriega

Paloma (cuyo testimonio fue recogido aparte del resto) tiene 21 años y esté será el primero que participe en una marcha del Orgullo en la que aboga por la “normalización” del colectivo. Israel tiene 30 y, para él, lo importante es defender unas “leyes que aún son frágiles”. Celeste tiene 39, y dos hijos, y se manifestará para hacer visible otro modelo de familia. José Manuel (66) y José María (69) son la cara y la cruz de una misma moneda. El primero nunca ocultó su condición sexual. El segundo, sí.

Hace 25 años, la Organización Mundial de la Salud dejó de considerar la homosexualidad como una patología. Este viernes, hará diez que las parejas del mismo sexo tienen reconocido su derecho a contraer matrimonio en España. Un día después, el sábado, se calcula que más de un millón de personas saldrán a la calle en Madrid para reivindicar y celebrar el Orgullo de lesbianas, gais, bisexuales y transexuales (LGTB) y exigir 'leyes por la igualdad real, ¡ya!'.

“Las cosas cambian, pero muy poco a poco”

“Las cosas cambian, pero muy poco a poco”Entre finales de la década de los 70 y principios de los 80, comenzó a surgir en Madrid lo que sería la semilla del Orgullo actual. “Eran manifestaciones espontáneas, de una veintena de personas, desde Callao a Sol, o desde Moncloa al Templo de Debod”, recuerda José Manuel. “Allí estaban los de la extrema derecha, esperándonos con bates y cadenas. Te manifestabas acojonado, pero no te puedes quedar en casa”, explica.

A principios de los 90, cuando Celeste comenzó a acudir a las manifestaciones, en Barcelona, reconoce que lo hacía para “buscar un lugar donde te sientes seguro, con gente como tú” aunque “con miedo”. Una situación que ya no vivió Israel: “Comencé a ir al Orgullo en 2002, cuando ya había un debate en la sociedad y se podía hablar. Nunca he estado en una manifestación sin apoyos. No tenía miedo”. Algo similar a lo que opina Paloma, para quien “por un día será más normal ver a dos chicas que a dos heterosexuales besándose en la calle, sin que nadie se sienta incómodo”.

Todos coinciden en que aún queda mucho por hacer. “Cuando empezamos a manifestarnos, nadie se imaginaba esto. Por supuesto que las cosas han cambiado, pero muy poco a poco. Y tienen que cambiar aún más”, defiende José Manuel. Hay varios motivos:

El 40% de los delitos de odio lo son por homofobia

Según el último informe sobre delitos de odio elaborado por el Ministerio del Interior, en 2014, el 40% lo fueron por razones de orientación e identidad sexual. En total, fueron 513, 63 más que el año anterior y, de ellos, la Federación Estatal LGTB (FELGTB) calcula que solo se denuncian el 17%.

Paloma, como Celeste, nunca ha tenido “ningún problema por ir de la mano con una chica”, aunque reconoce que, en ese sentido, las mujeres lo tienen “más fácil” porque pueden “pasar por amigas”. Nada que ver con la experiencia de José Manuel, que recuerda los tiempos en los que, “en Chueca, los fachas salían a la caza del marica”.

Israel tampoco ha sufrido nunca una agresión por su orientación, pero sí ha escuchado algún insulto. El problema, coinciden, es que no existe una ley integral contra la discriminación por identidad de género que aborde todos los ámbitos, desde la atención a mayores hasta a la violencia doméstica, pasando por la formación de los policías, con medias proactivas. Por eso, el presidente de la FELGTB, Jesús Generelo, propone una norma similar a las aprobadas en Cataluña y Extremadura, que, entre otras cosas, invierten la carga de la prueba en el caso de las infracciones administrativas (la víctima no tiene que demostrar que ha sufrido discriminación por su orientación sexual, sino que es el acusado quien tiene que probar que no lo ha hecho).

Y continúa habiendo discriminación laboral

Israel, Celeste y José Manuel afirman que nunca han sufrido discriminación en su trabajo, donde tampoco se han ocultado. “Ocultar que soy homosexual es quitarme parte de mi identidad”, razona Israel. Algo a lo que se vio obligado José María, primero en un pequeño barrio de Ceuta y después en Getafe, donde llegó hace 20 años para abrir un bar de copas, hasta que se jubiló en 2012. Entonces, comenzó a participar en el Orgullo y en el movimiento asociativo LGTB. El miedo al rechazo y a fracasar con su negocio le invisibilizaron hasta entonces.

Es complicado encontrar cifras oficiales, porque las víctimas de acoso laboral desconocen los mecanismos de defensa o prefieren mantener su identidad sexual en el anonimato. Pero las asociaciones LGTB reconocen que las consultas legales que reciben sobre estos temas están ahí. Por eso, la FELGTB ha elaborado una guía en la que muestra cómo enfrentarse a un conflicto laboral de este tipo. El objetivo es atajar el dato de un informe elaborado en 2013: el 70% de las personas LGTB había sufrido alguna situación de exclusión en el ámbito laboral.

El respeto a la diversidad empieza en clase

Paloma acudió a un colegio religioso y a un instituto público. En ninguno de los dos centros escuchó hablar sobre diversidad. “Estos temas deberían tratarse en los colegios con más normalidad, no como algo especial, porque somos igual que el resto”, indica. “Tenemos que trabajar porque nuestros hijos crezcan en una sociedad en la que se reconozcan todos los modelos de familia, no solo padre-madre”, añade Celeste, que considera que estos temas “deben incluirse en el currículum escolar”.

Para José Manuel y José María, que una pareja homosexual tenga hijos es una opción “muy valiente”. “Los niños también se meten con otros niños por llevar gafas, estar gordos… se meten con el diferente”, justifica Celeste. “Mi hijo tiene 3 años y, a esas edad, no se cuestionan por qué tiene dos mamás”, añade. En esa línea, Generelo recuerda una de las mayores reivindicaciones del colectivo en los últimos tiempos: “Un plan urgente contra el acoso escolar y medidas desde la raíz, que incluyan desde la atención a las víctimas hasta la diversidad de género”.

Reivindicación y fiesta

Junto a la ley integral contra la discriminación por identidad de género y el paquete de medidas contra el acoso escolar, los participantes en el Orgullo exigen también una ley trans, como la andaluza, y un pacto de estado contra el VIH/sida. Cuatro pilares para conseguir la igualdad real a la que hace referencia la pancarta que el sábado abrirá la manifestación.

Como recuerda Generelo, en España las personas transexuales son “el colectivo en mayor riesgo de exclusión social, no reciben la misma atención médica en todas las comunidades y ni siquiera se ha despatologizado”. De ahí la necesidad de una norma que proteja también a “los menores con comportamientos de género no normativos”. Por otra parte, el Estado ha destinado en este ejercicio 1,7 millones de euros de subvención para programas contra el VIH. Es un 30% más que el año anterior (1,3 millones), pero sigue estando muy lejos de los 3,86 que se destinaron en 2011.

En cuanto a la parte festiva del Orgullo, Israel lamenta que “la parte reivindicativa, a veces, queda por debajo del tío en tanga”. Sin embargo, cree que esa parte más desenfadada también es necesaria “para que todo el mundo se una”. Paloma, por su parte, considera que puede ser contraproducente: “Si una persona que no tiene relación con ningún homosexual ve las carrozas, puede pensar que todos somos así y eso no ayuda a que se nos vea como gente normal”. “El orgullo es una fiesta de la ciudad”, defiende José María. Para Celeste, “la fiesta es la parte de sentirnos orgullosos”, aunque lamenta que tal vez las mujeres “no sacamos tanto el tema sexual como los hombres”. Mientras, José Manuel lo tiene claro: “Aquí se viene a reivindicar, no a beber”, eso sí, “las revoluciones que se bailan, son las mejores”.

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