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Cuando el trabajo rompe por igual a la precaria y a la triunfadora

Mar Cabra, periodista ganadora de un Pulitzer, que tuvo que aparcar su carrera por 'burnout' laboral

Laura Olías

29 de diciembre de 2022 22:02 h

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A Eva María Cancelo se le cae el pelo y le da por comer. A veces le sorprenden las lágrimas. “Y una no sabe ni por qué está llorando”. Mar Cabra se encerraba en el baño con episodios de ansiedad al inicio de su carrera, para que nadie la viera “así de mal”. “Sentía cómo corría la sangre por mis venas”, recuerda. La primera llega con lo justo a fin de mes, gracias a los ingresos de otro trabajo por horas que compensa el principal, de ayuda a domicilio para personas dependientes. La segunda, alcanzó lo más alto del periodismo: el Pulitzer. Daba charlas de un país a otro, mientras todos le decían que era “la hostia”. Poco después, petó. Aparcó su carrera, exhausta y desanimada, afectada por lo que se conoce como ‘burnout’, el síndrome del trabajador quemado.

Las dos trabajadoras proceden de sectores muy diferentes y situaciones laborales lejanas. Desde el llamado ‘precariado’ que pelea por unas condiciones de trabajo mínimas, hasta quien alcanza la cima del éxito profesional. Pero ambas mujeres han atravesado problemas de salud mental con un punto en común: su origen laboral. 

Lo ve a diario, “y cada vez más” la psiquiatra Belén González Callado. Ejerce en un centro de salud mental público al sur de Madrid, donde acaban muchos trabajadores con cuadros de ansiedad y depresión, entre otros problemas. Aunque a menudo llegan sin identificar el foco de su malestar, en la terapia acaban aflorando prácticas laborales dañinas. “Cuando eres psiquiatra, es imposible no ver las causas sociales. Te explotan en consulta: racismo, precariedad laboral, violencia de género… Es imposible no verlo y nuestro deber es denunciarlo. Tenemos un mercado laboral que está enfermando a la gente”, cuenta.

Ese vínculo causa-efecto es complejo de medir, aunque la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la Organización Internacional del Trabajo (OIT) publicaron en mayo del año pasado un estudio inédito por su gran alcance. Identificaron las largas jornadas laborales como el factor de trabajo más letal en el mundo. Con un fuerte impacto en el estrés y otros riesgos psicosociales, las jornadas prolongadas eran responsables como mínimo de 745.000 muertes en un solo año a nivel mundial, cifraban ambas agencias internacionales. Los afectados morían por infartos e ictus, pero tenían de apellido invisible “laboral”. 

No hay cifras oficiales sobre cuántas enfermedades mentales se deben al trabajo en España. Además, las bajas se registran casi siempre como contingencias comunes, no laborales, por lo que tampoco son una fuente de información. Lo que sí está probado por numerosos estudios es que hay prácticas laborales que multiplican el riesgo de sufrir trastornos y otras enfermedades. Se suele poner el foco en “la precariedad”, por la situación límite a la que aboca a muchas personas. Esta es solo lo más evidente y varios investigadores reclaman abrir más la mirada. 

La precariedad no es solo hacer equilibrios para llegar a fin de mes o tener contratos temporales. Hay otras muestras de “precarización en el empleo” mucho más transversales, destaca el catedrático de Sociología Joan Benach, coordinador de la comisión de expertos en precariedad y salud mental lanzada por el Ministerio de Trabajo en abril. 

Prácticas y lógicas laborales muy generalizadas, como las altas cargas, ritmos e intensidad en el trabajo, tienen un fuerte impacto en la salud mental, destaca una reciente investigación de Óscar Pérez Zapata y Gloria Álvarez Hernández. Estas dejan tocados a los “curritos”, pero también a puestos intermedios, profesionales liberales, autónomos, artistas, jefes y directivos, entre otros. Es el riesgo más extendido detectado en el estudio. La precarización en sentido amplio “afecta en mayor o menor medida a casi todos los grupos sociales”, subraya Joan Benach, que recuerda no obstante que las clases sociales con menos recursos acumulan más problemas y “están peor”. 

Ir con el agua al cuello como rutina 

Trabajar a ‘alta tensión’ es otra de esas prácticas probadas como perniciosas. Supone afrontar una excesiva carga de tareas que el empleado no puede sacar adelante en su horario y, además, sin autonomía para gestionarla. Bajo ‘alta tensión’, es un 82% más frecuente padecer ansiedad o depresión, destaca el grupo de investigación POWAH de la Universidad Autónoma de Barcelona, junto a ISTAS-CCOO. En 2021, casi la mitad de los asalariados en España encajaban en esta circunstancia de gran presión laboral, según una macroencuesta realizada por sus investigadores. 

Eva María Cancelo refleja con toda nitidez qué supone en la práctica la ‘alta tensión’. La trabajadora gallega, del sector de la dependencia, va “con el agua al cuello” como rutina. Cada día. De un domicilio a otro, intentando cumplir los tiempos de atención asignados, que no se ajustan a las necesidades de las personas dependientes que atiende. “Se supone que deben valorarlas cada seis meses o un año, para ver su situación, si han empeorado y adaptar los tiempos… pero no se hace. Hay gente que lleva años sin valorar”, sostiene. 

Así que Cancelo hace “lo que puede”, a toda prisa, en el horario marcado por la Xunta y por su empresa, una subcontrata. Sale por la puerta de un domicilio hacia el siguiente, pero su cabeza no abandona los hogares con facilidad. Ha quedado esto sin hacer, no ha llegado a esto otro y mañana aquello estará peor... “Sientes que no eres capaz de dar lo que se necesita. Nos piden tiempos como si fuéramos máquinas, pero no lo somos, ni nuestros usuarios tampoco. Somos personas”, explica.

El estrés hace mella en la empleada, en forma de ansiedad, a la que además  contribuyen otras preocupaciones por sus condiciones precarias; como un horario y un salario que no dan para vivir, ni casi para buscar otro empleo. “Te dan jornadas de cuatro horas, dos por la mañana y dos por la tarde. Ya me dirás cómo coordinas eso para conseguir otro trabajo. Las jornadas deberían ser continuadas, como dice el convenio, pero muy pocas empresas son legales”, indica. Ella ha logrado un empleo por algunas horas, como profesora de autoescuela, que ajusta con calzador para complementar sus ingresos. 

La angustia a veces se torna en desánimo, reconoce la mujer. Por la impotencia de cumplir con un trabajo esencial, como quedó declarado en la pandemia, que “no solo no se paga, sino que tampoco está valorado. No somos ‘limpiaculos’ ni nada de eso que nos dicen, nos sentimos maltratadas”. 

El trabajo te persigue hasta el baño y la cama

Para otras personas, las jornadas no terminan nunca. Literalmente. O han difuminado tantos sus límites, gracias a la conectividad y las oportunidades que brinda la tecnología, que no se sabe bien cuándo empiezan o terminan. El trabajo les interrumpe mientras cocinan, hacen la compra, están en el gimnasio, tomando algo con amigos o en una cita. Una duda, un mensaje, un correo, un WhatsApp, una llamada.... Trabajo, trabajo, trabajo. Asoma constantemente en las notificaciones de sus teléfonos. 

La ensayista y escritora Remedios Zafra habla de “vidas-trabajo”. “Las pantallas contribuyen a erosionar viejas fronteras antes diferenciadas, conforme una suerte de vidas-trabajo en las que en tanto la tecnología viene con nosotros, el trabajo también viene con nosotros. A esa sensación de estar siempre conectados, siempre ocupados, se suma la de estar siempre bajo el escrutinio público”, reflexionaba en la presentación de la Comisión de Expertos de Trabajo, de la que también forma parte. 

Mar Cabra fue el fiel reflejo de esas intensas jornadas sin fronteras de la mano de la tecnología. Después de una crisis de ansiedad en sus primeros pasos como periodista en una cadena de televisión, que la llevó a una baja por depresión durante seis meses, se recuperó. Reinició y emprendió una meteórica carrera que la llevó una década después a ser una de las pocas periodistas españolas en ganar un Pulitzer. El premio reconoció al equipo del Consorcio de Periodistas de Investigación (ICIJ), donde Mar Cabra trabajaba como jefa de Datos y Tecnología, por ‘Los Papeles de Panamá’. 

Pero el camino hacia el galardón estuvo marcado por jornadas eternas, años en los que vivía por y para el trabajo. Desde por la mañana, respondía a los primeros mensajes y correos desde la cama. Todo era urgente, todo era importante y no había horarios. 

“Durante muchos años no tenía límites. Estaba hiperconectada, me veía en el baño respondiendo a WhatsApp laborales… En el Consorcio éramos un equipo de 400 personas, yo era jefa con una gran responsabilidad, cubría muchas zonas horarias… Mandaba mensajes a mi jefa a las dos de la mañana, porque ella estaba en Washington. Tuve muchísima presión”, recuerda la periodista, en el presente volcada en la fundación que creó para el cuidado del bienestar de los periodistas, The Self-Investigation. Porque Mar Cabra colapsó poco después del Pulitzer: “Demasiado estrés durante demasiado tiempo me llevó a petar”.

“No sabía lo que era el ‘burnout’ hasta que me pasó. Cuando lo vi, cumplía todo”, recuerda.

Al aflojar el ritmo tras el premio, empezó a encontrarse sin fuerzas. “Agotada física y emocionalmente. Curraba, pero me costaba muchísimo concentrarme. Estaba muy negativa, muy crítica con todo. Y sobre todo exhausta. Los fines de semana solo tenía energía para tirarme en el sofá. No quería ver a amigos, ni a nadie”, cuenta. Cabra decidió interrumpir su carrera, parar por completo y cuidarse. Ahora intenta contribuir para que otras personas –especialmente en el terreno que más conoce, el periodismo– “no sufran lo mismo”. 

No sabía lo que era el ‘burnout’ hasta que me pasó. Cuando lo vi, cumplía todo

La periodista tardó en darse cuenta de lo que le estaba pasando: “Ahora veo que había síntomas físicos previos”. Antes del colapso, tuvo varios problemas de salud “que siempre se producían después de terminar proyectos”, como el de Luxembourg Leaks o la Lista Falciani, que habían supuesto un trabajo frenético durante mucho tiempo. Cuando el cuerpo se relajaba al publicarlos, Mar enfermaba. En ocasiones, de gravedad. 

“Fui a Filipinas porque tenía una charla y decidí tomarme unos días. Allí empecé a tener un dolor fuerte, que pensé que era apendicitis, pero no: mi ovario se había torsionado. Entré en quirófano en menos de 12 horas y me quitaron el ovario derecho –explica la periodista–. Estaba tan conectada al trabajo que cuando salí de la operación y me subieron a planta, lo que pregunté fue si había wifi. Lo primero que pensé, nada más despertar, era que tenía que hablar con mi jefa porque no podía dar la charla”, relata. Y fue lo primero que hizo, desde la cama del hospital, una videollamada para organizar el trabajo ante su ausencia imprevista: “Estaba agobiada porque no iba a poder cumplir”.

Desmontando “lo normal” hacia “lo saludable” 

A Mar Cabra no le saltaron las alarmas sobre su trabajo, porque ella hacía “lo normal”. No solo eso. Hacía lo que “había que hacer”. “Había aprendido eso de que el buen periodista debe estar siempre trabajando, siempre conectado. Sabía qué era ser buena periodista e hice el manual. Saqué un 10 en el manual, pero es que estaba mal escrito”, lamenta. 

Remedios Zafra advierte de que estas ‘vidas-trabajo’ se observan de manera recurrente en el mundo creativo y otros trabajadores a menudo vocacionales: “Hay una precariedad que habla de la pobreza, pero hay otra que alcanza a personas formadas, con expectativas. Ven que su entusiasmo es fácilmente instrumentalizado para mantener los ritmos productivos en contextos competitivos. Esa sensación de que no se puede parar”. 

Desde la consulta, Belén González Callado asiste a la normalización de prácticas laborales dañinas e, incluso, abusivas y de explotación. “Hay condiciones laborales que hemos normalizado de un mercado laboral en el que no hay casi reglas. Como la frase aquella de 'es el mercado, amigo'. Estas lógicas se han extendido como si hubiera que integrarlas en nuestras vidas”, reflexiona la sanitaria. 

Dado que es “lo normal”, González Callado atiende a trabajadores que se culpan, como si fueran débiles. Unos flojos. “¿Qué me pasa que yo no puedo?”, “¿por qué soy así?”, escucha a menudo la doctora González Callado a trabajadores ya enfermos, en crisis de ansiedad o con depresión. Solo empiezan a levantar la mirada de sí mismos al problema colectivo que afrontan cuando les pregunta cómo están sus compañeros. 

“Reconocen rápidamente que sí, que hay muchos que están mal. Otros que se habían marchado o les habían despedido, algunos más de baja...”, explica la psiquiatra. Una teleoperadora le apuntó que ella “ni siquiera era la que estaba tomando más medicación”, con colegas que acudían a los psicofármacos para aguantar. En este caso, las teleoperadoras se enfrentaban a nuevas funciones para las que su empresa apenas las había formado. Sin saber qué hacer, tenían que dar resultados. 

González Callado advierte de que la conciencia puede normalizar condiciones laborales dañinas y abusivas, incluso aceptarlas, pero la salud no: “Lo que nosotros podemos integrar como normal, el cuerpo llega un momento que lo para. No puede tolerar eso y aparecen entonces los síntomas de salud mental”. 

El Ministerio de Trabajo puso en marcha la comisión sobre precariedad y salud mental, de la que se espera un diagnóstico más certero del alcance de estos problemas y, sobre todo, sus posibles soluciones. Ana García de la Torre, responsable de salud laboral de UGT, defiende que el primer paso es incluir estos riesgos en las evaluaciones de prevención. Lo que no se mide no se previene, por lo que con ese primer diagnóstico, las empresas tendrán unos requisitos que cumplir. En la Confederación Española de Organizaciones Empresariales (CEOE) indican que los riesgos psicosociales cada vez se miden y se atienden más, pero los sindicatos insisten en que aún es algo “minoritario”. 

Involucrar a los directivos y jefes, a los organizadores del trabajo en las empresas, “es fundamental”, considera Mar Cabra, que recuerda que hay medidas muy concretas sobre descansos y desconexión digital que ya están disponibles, e incluso obligadas por ley. “Está muy extendido que a un jefe se le ocurra una idea y, para que no se le olvide, te mande un correo a las 10 de la noche. Pues no: ya existe la posibilidad de agendar ese correo para que a la trabajadora le llegue al inicio de su jornada al día siguiente”, recuerda. 

Aunque la periodista considera que hace falta algo más; que el debate debe ampliarse desde lo evidente e inaceptable, por precario o abusivo, hasta lo extendido y “lo normal” que tampoco sea saludable. En los cursos que imparte, todos los trabajadores sin excepción señalan que no logran acabar sus tareas en su horario: “Hay que repensar las cargas del trabajo, son excesivas y está probado por la ciencia cuáles son sus consecuencias”. Hay que repensar el modelo laboral y productivo hacia otro que no descarte la salud como si fuera un elemento de segunda. 

Cuando estaba a punto de ‘petar’ del todo, a Mar Cabra todo el mundo la felicitaba por sus éxitos mientras ella se encontraba “fatal” fruto de un trabajo desenfrenado y sin límites: “Esos momentos de contraste fueron muy chocantes. Pensaba: el éxito no puede ser esto”.

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