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Verano 2.0 de la pandemia: sin mascarillas en el exterior y con vacunas, pero aún con restricciones

Marta Borraz

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Avanza el segundo verano de la pandemia y España afronta un año después la paradoja de liderar la campaña de vacunación e intentar frenar una quinta ola pandémica. A las puertas de la época estival de 2020, hubo voces que, entre la euforia por volver a lo más parecido a la vida anterior y la llegada del turismo, pronosticaron el final de la COVID, pero aún quedaban cuatro olas más por delante. “Hemos vencido al virus”, manifestó entonces el presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, el 10 de junio del año pasado en el Congreso de los Diputados. La realidad es que este verano de 2021 el virus sigue marcando el ritmo y la escalada de casos ha obligado a las comunidades a endurecer de nuevo las restricciones tras una flexibilización casi total. Hay, eso sí, una diferencia ineludible: el éxito de la vacunación que ya ha permitido inmunizar completamente a más de la mitad de la población.

Contrastan las palabras del presidente del Gobierno del verano pasado con las que pronunció este jueves en su balance de fin de curso. “El virus sigue aquí y amenaza nuestra manera de vivir”, advirtió. La quinta ola ya parece estar empezando a remitir, pero ha sido explosiva y el número de contagios en población no vacunada, fundamentalmente joven, no ha dejado de crecer. Y frente a la desescalada que parecía definitiva en junio con la vista puesta en estrenar la temporada turística, varios territorios como Catalunya, la Comunitat Valenciana o Canarias han vuelto a limitaciones férreas, aunque pendientes de la disparidad de los tribunales. Otras, como Madrid o Andalucía, se han resistido, lo que dibuja un verano de contrastes dependiendo de la zona.

El año pasado por estas fechas la curva estaba en plena escalada tras haberla hundido. El debate estrella era la obligatoriedad de la mascarilla independientemente de las circunstancias, a lo que se fueron adhiriendo todas las comunidades. Ahora la dirección es la contraria, y su uso se ha flexibilizado en exteriores. Ya entonces, como ahora, se acordaron limitaciones de horario y comensales en la hostelería y en las reuniones, pero nada más allá de ahí: ni se usaba el confinamiento domiciliario que sí están pidiendo algunos territorios ni el cierre de bares y restaurantes o el polémico pasaporte COVID para interiores. El ocio nocturno funcionó hasta mediados de agosto, cuando Sanidad decretó su cierre total, mientras que hoy su actividad es variable.

Para Fernando García, epidemiólogo y portavoz de la Asociación Madrileña de Salud Pública, nos ha traído hasta aquí un cúmulo de factores a raíz de la finalización del estado de alarma en mayo pasado. Las interacciones sociales “aumentaron bruscamente” y se unieron a una “cierta transmisión comunitaria que no se había controlado del todo” y a la “circulación de la variante delta, más contagiosa que la que circulaba el verano pasado”. Cosas como los viajes asociados al fin de curso, las fiestas de comienzo del verano o “las prisas por reabrir el turismo de exterior”, cree García, “lazaron el mensaje del fin de la pandemia, al igual que el año anterior se interpretó el fin del confinamiento y la desescalada”. De fondo, 365 días después, late la misma encrucijada imposible entre activar el sector turístico y aplanar del todo la curva.

Más transmisión, pero menos impacto asistencial

La realidad es que la incidencia acumulada a 14 días, que solo empezó a remitir este jueves, casi alcanza los 700 casos por cada 100.000 habitantes, muy lejos de los 57 registrados el 31 de julio de 2020, pero este indicador ya no nos sirve por sí solo para medir cómo avanza la pandemia porque su correspondencia en hospitalizados y fallecimientos no es equiparable. Lo observamos si lo comparamos con el pico de esa segunda ola del año pasado: el 6 de noviembre la IA superaba los 500 contagios mientras que había 20.200 personas en los hospitales y se reportaron unas 250 muertes en siete días. Este pasado viernes, con una incidencia más alta, las cifras eran 9.750 ingresos y 35 fallecimientos.

“La situación ha cambiado un montón, en el verano del año pasado estábamos con los primeros incrementos de una nueva ola, todavía no sabíamos cómo se iba a comportar y teníamos una situación de brotes, porque partíamos de una IA muy baja, que se empezaban a descontrolar”, explica Pedro Gullón, epidemiólogo e investigador de la Universidad de Alcalá. Lo que nos dice la incidencia ahora es que la ola ha ascendido mucho más arriba que en la pasada época estival, hay una circulación del virus “muy alta”, pero el impacto asistencial es “tremendamente menor”. “Con este nivel de transmisión sin el efecto de las vacunas estaríamos viendo un drama comparable a la primera ola o superior”.

No quiere decir esto que en el nivel hospitalario y de mortalidad las cifras sean optimistas. Los ingresos en planta se han duplicado en solo dos semanas y los enfermos de COVID ocupan un 18% de las camas UCI. García llama a la prudencia y a no minusvalorar las consecuencias: tras centrarse los contagios fundamentalmente en población joven, “se han ido transmitiendo progresivamente al resto de franjas”, aunque en mucha menor medida, y a pesar de que el virus no ataca igual a los de menor edad, estos también pueden sufrir complicaciones. “Es decir, el peaje que se cobra la pandemia en los jóvenes, mucho menor que en los mayores, no es tampoco despreciable”, dice el experto.

En el lado de los éxitos sobresale la campaña de inmunización, que ha llevado a nuestro país a superar todas las expectativas. Ya un 67% de ciudadanos tiene al menos una dosis puesta, mientras que la pauta completa alcanza a casi seis de cada diez. Precisamente este viernes Pedro Sánchez ha anunciado la compra extra de 3,4 millones de vacunas de Pfizer para acelerar la vacunación en agosto y llegar así al 70% de los españoles, un objetivo fijado por el Ejecutivo que tendrá valor simbólico, pero epidemiológicamente cada vez hay más consenso en que conseguir la inmunidad de grupo requerirá de un porcentaje más alto. Es decir, la campaña deberá continuar.

Lo que hemos aprendido y lo que no

La vacunación es lo que más ha modificado el escenario en el último año, pero también es mucho mayor el conocimiento que tenemos sobre el virus. Lo cree así Gullón, coautor de Epidemiocracia (Capitan Swing), que destaca de entre las lecciones “el pensar más en los lugares en los que hay más riesgo”, los interiores sin ventilar. El cierre de la hostelería, de hecho, fue un debate que en España comenzó a ver la luz a finales del verano. “Es algo que ya sabíamos, ya hablábamos de trasladar la máxima actividad a los exteriores, pero no lo aplicábamos”. Ahora, cree Gullón, “se ha trasladado a la política pública”, y un ejemplo para él es la relajación del uso de la mascarilla.

Hay otras cosas que siguen siendo una tarea pendiente, sobre todo aquellas medidas estructurales que tienen que ver con la salud pública y la Atención Primaria. España se ha olvidado de los rastreadores en esta quinta ola y los centros de salud siguen sobrecargados. “No hay noticias de que el aislamiento de los casos y la cuarentena de los contactos hayan funcionado en esta quinta ola. ¿Qué medidas se han tomado para garantizarlo?”, se pregunta García, que pone el foco en que “las deficiencias” en salud pública “son cuestiones eternas y recurrentes” a las que “no parece que se les haya dado respuesta adecuada”, lamenta el experto.