Los vertidos tóxicos, el urbanismo y los plásticos tejen una red de puntos negros en las playas españolas

Raúl Rejón

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España tiene unos 8.000 kilómetros de costa. Se trata de un patrimonio natural clave en la península ibérica, Baleares y Canarias, que soporta dos presiones de gran dimensión. Por un lado, el litoral se ha convertido en un recurso económico de primer orden como activo de la industria turística. Por otro, y relacionado, a pesar de que la costa apenas supone el 8% del territorio, aproximadamente la mitad de la población española vive allí.

Una vez estrenada la temporada estival, las playas se convierten en polo de atracción. Históricamente, los municipios que quieren promocionar sus playas han mostrado una bandera azul como marca de calidad –distintivo otorgado por la ONG Asociación de Educación Ambiental y del Consumidor–. Este año son unas 600. En el otro lado, más de 300 localizaciones de costa pueden considerarse puntos negros.

Las agresiones en el litoral español también componen una suerte de red: vertidos contaminantes, urbanismo invasor, acumulación de basura o la proliferación de especies exóticas deterioran numerosas playas. La organización Ecologistas en Acción recopila desde hace años ejemplos de cómo se degrada la costa. Un mapa que ilustra y alerta sobre los problemas ambientales que siguen presionando el litoral. Lo llaman banderas negras.

Vertidos de aguas residuales

Uno de los principales agentes que deterioran las playas españolas es el vertido de aguas residuales y mal depuradas. Un cuarto de los 330 puntos negros visibilizados por Ecologistas tiene que ver con la contaminación del litoral a base de aguas residuales (urbanas o agrícolas). En Sanlúcar de Barrameda o en Barbate (Cádiz), en Costacabana (Almería), en Motril (Granada), en el litoral de Estepona (Málaga), en la playa de Poo (Asturias), en Cubelles (Barcelona), en Ribeira (A Coruña), en el Arroyo Mezquita de Melilla, en la Bahía de Xàbia (Alicante), en el Port de Pollença (Mallorca)…

El problema “es recurrente”, alerta la organización. Los fallos a la hora de acometer la depuración del agua urbana son un quebradero de cabeza para España. Tanto que, desde 2018, el Estado paga 10 millones de euros cada seis meses a la Unión Europea por no cumplir con la legislación. La sanción llegó por las deficiencias en nueve aglomeraciones –denunciadas en 2011–, de las que ocho eran costeras: Barbate, Coín, Isla Cristina, Nerja, Matalascañas, Tarifa, Gijón y el Valle de Güimar.

El director general del Agua, Teodoro Estrela, ha admitido que “tenemos un problema importante de saneamiento y depuración”. De hecho, la Comisión Europea todavía tiene abiertos cuatro expedientes por mala depuración. El pasado 9 de junio, Bruselas remitió un ultimátum a España antes de mandar, por este motivo, otro caso al Tribunal de Justicia: más de 300 aglomeraciones urbanas están bajo la lupa de la Comisión.

Un urbanismo que no para

La ocupación del litoral por complejos residenciales o infraestructuras es la segunda categoría más destacada de los casos señalados por Ecologistas. Entre los más recientes están la amenaza urbanística sobre la playa de Los Lances (Tarifa, Cádiz), la ocupación permanente con chiringuitos en la costa malagueña, los proyectos de construcción en Begur (Girona) o la urbanización Cala Mosca en Orihuela (Alicante).

Que el furor del ladrillo ha hecho carne en las playas salta a la vista. La superficie de costa urbanizada en España se duplicó en las tres décadas posteriores a la publicación de la ley de Costas de 1988. De 240.000 a 530.000 hectáreas construidas, según cálculos de Greenpeace y el Foro de la Sostenibilidad. Eso supone el 13% del litoral. Y ejemplos como los subrayados por la revisión de Ecologistas en Acción indican que la sombra sigue planeando.

En este momento la legislación que rige el litoral es la reforma de la ley de Costas impulsada por el PP en 2013. Entre sus disposiciones, el texto redujo la franja protegida de costa de 100 a 20 metros, y amplió el plazo de concesión para las ocupaciones de dominio público hasta los 75 años. Unos 3.000 chiringuitos y 10.000 viviendas fueron así amnistiados.

Las consecuencias del cambio climático en el litoral, como la subida del nivel del mar y el incremento de temporales costeros, han evidenciado el impacto de este modelo de urbanismo: paseos marítimos destruidos recurrentemente, derrumbes de infraestructuras viales, peligro para las viviendas muy próximas a la línea de mar... Tras la destrucción provocada por el temporal Gloria en enero de 2020, el Colegio de Geólogos propuso un proceso de deconstrucción de la costa: “Una reconstrucción para que la naturaleza recupere lo que es suyo”, explicaron. La mejor defensa ante temporales es que la playa sea playa.

Los plásticos en el mar

Unas 120 toneladas de plásticos llegan al mar desde España cada día. Y, aunque una gran parte queda en el fondo oceánico o vaga por la superficie del mar, otra porción termina en las playas, añadida a lo que se tira directamente en ellas. El biotopo de los flysch de Zumaia (Gipuzkoa) ha sido una imagen icónica de la contaminación plástica por ser un paisaje protegido, sí, pero también porque fue un escenario de la popular serie Juego de Tronos.

El 76% de los residuos en las playas son trozos de plástico, según las campañas de vigilancia del litoral del Ministerio de Transición Ecológica: objetos desechables como bastoncillos, pajitas, cubertería o botellas. El año pasado unos investigadores de las Universidades de Las Palmas de Gran Canaria y las Islas Azores y el Centro Smithsonian de Ciencias Ambientales de Estados Unidos publicaron un estudio que ilustraba que la concentración de microplásticos que flotan en el mar canario arrastrados por el giro del Atlántico alcanza el millón de fragmentos por kilómetro cuadrado en algunas zonas. En Las Canteras su masa dobla la del zooplancton, decían.

La industria, los puertos, los cruceros

Además de estos peligros generalizados, el litoral luce agresiones bastante famosas y prolongadas en el tiempo por motivos diversos, como la contaminación industrial en la Ría de Huelva o la bahía de Portman en la Región de Murcia, la actividad de la papelera ENCE en Pontevedra o las filtraciones petrolíferas en Bizkaia. En otra línea, el tráfico de cruceros de ocio y las ampliaciones de puertos están amenazando los litorales de Barcelona o de Valencia.

Para completar el panorama, se señalan las invasiones biológicas de especies exóticas que merman la riqueza natural. Entre las variedades más agresivas detectadas está el alga Caulerpa cylindracea en varios puntos del litoral de Girona y de la costa entre el Tarajal y la escollera de Levante (Ceuta). También la Rugulopteryx okamurae, que llegó como polizón hace cinco años, amenaza el Mediterráneo.