El acuerdo de separación de Cervantes muestra cómo se rompió su vida conyugal con Catalina de Salazar
El divorcio en la España del Siglo de Oro resultaba imposible de forma legal, aunque existían formas de separación práctica que permitían a los cónyuges distanciarse sin romper el vínculo religioso. La Iglesia mantenía un control férreo sobre el matrimonio como sacramento, y solo la viudedad abría la puerta a un nuevo enlace. Frente a esta rigidez, los documentos notariales ofrecían un cauce alternativo que servía para establecer nuevas dinámicas dentro de la pareja.
El poder otorgado por Miguel de Cervantes a su esposa en 1587 forma parte de este contexto, porque se convirtió en un instrumento con el que el escritor gestionó su propia separación con Catalina de Salazar y de Palacios.
Un documento otorgó a Catalina un control económico inusual
Ese poder, firmado en Toledo, le concedía a Catalina facultades extraordinarias. El texto recogía que ella podía “vender cualesquier vuestros bienes y míos, ansí muebles como raíces a las personas y por los precios que quisiéredes”.
El alcance del documento impresionaba porque incluía la autorización para que cobrara deudas, actuara en pleitos y comprometiera incluso la economía futura de su marido. La unilateralidad llamaba la atención, ya que Cervantes la eximía de toda responsabilidad y asumía en solitario las consecuencias.
El hecho de que este documento se firmara antes de que el escritor partiera a Sevilla para ejercer como comisario de abastos refuerza su carácter peculiar. El viaje, habitual en la España del XVI y sin especial dificultad logística, no requería una delegación tan absoluta. Bastaban unos días para enviar un aviso y regresar a atender un litigio en persona. La magnitud del poder indica que no se trataba de un simple trámite, sino de un gesto vinculado a la convivencia conyugal.
La relación con Isabel contrastó con la distancia con Catalina
La relación entre Miguel y Catalina estuvo marcada por diferencias importantes. Él contaba con 37 años cuando contrajo matrimonio, ella apenas 19. El autor había vivido cautiverio en Argel, conocía de primera mano los ambientes culturales de Italia y había publicado La Galatea. Catalina procedía de un entorno rural, con escasa formación y un horizonte reducido a Toledo y Madrid. El contraste entre el soldado-escritor viajado y la joven de pueblo resultaba difícil de conciliar en un hogar.
El matrimonio no tuvo descendencia, aunque Cervantes sí reconoció a su hija Isabel, nacida antes del enlace. A diferencia de la distancia con Catalina, la atención hacia Isabel quedó reflejada en documentos que muestran cómo la acogió en su casa y se ocupó de asegurarle una dote. Según la edición biográfica de Luis Astrana Marín, la responsabilidad hacia su hija fue constante, mientras que la vida con Catalina aparecía fragmentada por largos periodos de ausencia.
La literatura de Cervantes aportó también pistas. En sus obras abundaban reflexiones sobre el amor, aunque las uniones matrimoniales rara vez aparecían en clave positiva. El Juez de los divorcios mostraba a personajes que buscaban la separación como vía de escape, mientras que en La gitanilla volvía sobre la misma cuestión. La idea de que el matrimonio podía ser un fracaso estaba presente en su creación literaria y encontraba un reflejo en su propia biografía.
Los años en Andalucía confirmaron una vida en pareja discontinua
El poder de 1587 puede leerse como una estrategia legal que permitía a Cervantes alejarse de su casa sin exponerse a un proceso por abandono. Dos especialistas en historia notarial confirmaron a Daniel Eisenberg que este tipo de escrituras funcionaban como protección frente a eventuales acusaciones.
En una época en la que desaparecer con otro nombre resultaba sencillo, Cervantes prefirió un procedimiento formal que mantuviera a su mujer atendida y lo resguardara de problemas jurídicos.
El resultado fue una convivencia discontinua. El escritor pasó años viajando por Andalucía en tareas de recaudación y logística para la Corona, mientras Catalina permanecía en Esquivias. Con el tiempo volvieron a coincidir, aunque tampoco entonces lograron estabilidad. La pareja vivió en etapas, lo que consolidó la percepción de un matrimonio fallido desde los primeros años.
El propio Eisenberg concluyó que Miguel “reconoció su matrimonio como un fracaso en 1587, a los dos años de casados”. Sin embargo, la misma documentación revela a un hombre meticuloso y consciente de sus deberes. Su vida doméstica no prosperó, pero su sentido de responsabilidad aparece con nitidez en los papeles que dejó firmados, tan secos en la forma como reveladores en el fondo.
La ironía final la pone el contraste histórico. Mientras hoy el divorcio forma parte del orden civil en España, Cervantes tuvo que servirse de un poder notarial para separarse sin romper legalmente su matrimonio, y esa maniobra dice tanto de la época como del propio escritor.
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