El pequeño pueblo de La Mancha que, rodeado de viñedos, llegó a tener hasta 100 chimeneas vinícolas
Seguramente más de neófito en cuanto a los paisajes de Castilla-La Mancha busque los gigantescos molinos que irremediablemente llevan a recordar El Quijote. De ahí que sea una agradable sorpresa verse sorprendido por otros elementos mucho más altos, en este caso en Tomelloso, una ciudad marcada por las chimeneas de sus antiguas destilerías. Esta actividad, que cuenta con siglos de tradición, consiguió transformar la localidad manchega hasta diseñar una arquitectura propia casi incomparable con cualquier rincón del planeta. Las chimeneas emergen como grandes monolitos que decoran la llanura de La Mancha, actuando como faros de esta herencia industrial.
Este pequeño pueblo de La Mancha, rodeado de viñedos y que puede presumir de ser uno de los principales productores mundiales de alcohol de origen vínico, llegó a tener hasta 100 chimeneas vinícolas. Estas construcciones de ladrillo se levantaron históricamente como necesarias torres de ventilación. Su principal función era dar salida al humo de las grandes calderas que, mediante la combustión de leña o carbón, aportaban la temperatura adecuada para el funcionamiento del serpentín de destilación de las antiguas alcoholeras.
Gracias a su imponente tamaño, que en algunos casos llegaba a alcanzar los 45 metros de altura, estas estructuras eran capaces de ejercer la aspiración necesaria sin requerir ventiladores o cualquier otra ayuda mecánica. De esta manera, elevaban el humo hasta una altura más que suficiente para que no descendiera de nuevo y ennegreciera el suelo de la bonita localidad situada en la provincia de Ciudad Real.
Maestros especializados
Aunque la introducción de la vid en los cultivos de Tomelloso comenzó a mediados del siglo XVIII, la época de mayor auge y transformación se produjo durante el último cuarto del siglo XIX y la primera mitad del XX, periodo en el que el cultivo se convirtió prácticamente en un monocultivo. Como testimonio de esta explosión industrial, sobre el año 1950, llegó a haber en la localidad más de 100 destilerías en funcionamiento. De ahí el ingente número de chimeneas que poblaban la ciudad. Una clara evidencia de la importancia estética y emblemática que poseían estas chimeneas es que la edificación que superase los 20 metros de altura se reservaba exclusivamente a maestros altamente especializados.
Dentro de los maestros especializados, destaca la labor del valenciano José Goig Lorente. La primera chimenea que construyó en Tomelloso fue la de la destilería Casajuana, en 1942 y de 35 metros, la cual, junto a otra edificada en 1951 por Antonio Jareño, forma uno de los mejores conjuntos del patrimonio industrial que aún se conserva. José Goig continuó dejando su huella, como en la chimenea de la antigua destilería Torres (1944), que es una de las más llamativas debido a sus adornos en la parte superior. El legado de Goig se extiende a varias construcciones notables, incluyendo la solicitada por la bodega Vansa de la familia Camacho en 1949, cuyas instalaciones siguen funcionando bajo la destilería jerezana González-Byass. También construyó la chimenea de la bodega Espinosa en 1950, además de la bonita y sobria estructura de 1955, que hoy garantiza su conservación el empresario Alfonso Ortíz. Goig también fue responsable de la alta chimenea de Vinumar en 1962, que presenta un diseño original con base cuadrada y tronco octogonal.
El maestro Antonio Jareño y su familia son igualmente fundamentales en este patrimonio. En 1964, la familia Jareño construyó la chimenea Fábregas, una obra maestra de más de 40 metros de altura, conocida por el maestro como la chimenea “retorcida”. Ese mismo año, Jareño levantó la chimenea de Empe, la de mayor altura con planta cuadrada, que presenta un detalle en forma de cruz en cada cara de su cabecera.
Hoy día se conservan 19 chimeneas consideradas grandes (más de 20 metros) y 17 pequeñas (menos de 20 metros). Lógicamente son visibles a cualquier hora del día, y algunas incluso se encuentran iluminadas durante la noche. Entre las que se pueden admirar se encuentran la de la calle Domecq, la del Parque Urbano Martínez, la del barrio de la Chimenea, o la antigua torre de la Empe. Incluso se conservan y se pueden observar de cerca la más pequeña del parque de la Casa del Gallego, perteneciente a las conocidas como fabriquillas, y la de la calle del alcalde Clemente Cuesta.
Como ejemplo de la pervivencia de esta arquitectura, la última chimenea construida en Tomelloso, la de Eugenio Navarro (1985), fue levantada por Antonio Jareño no para destilar, sino en memoria de una derribada en la bodega Fábregas, y se utiliza como salida de humos para la caldera de calefacción de una nueva urbanización. Este apasionante recorrido por el Tomelloso alcoholero, con sus chimeneas altivas y singulares, evidencia el papel decisivo que tuvo esta tradición en el despegue económico y en la configuración arquitectónica de la ciudad.
Si un agradecido visitante necesita más información respecto a estas espigadas construcciones, puede acercarse a la Oficina de Turismo de la localidad, que está situada dentro de la Posada de los Portales, una construcción que también aguarda su curiosa historia. Y es que fue construida en 1778 para que la gente poderosa de la época que viajaba y cruzaba por Tomelloso no encontraba ningún sitio de ‘alta alcurnia’ para dormir. El Arzobispo de Sevilla, por ejemplo, tuvo que dormir en casa de gente pudiente de Tomelloso. Fue entonces cuando una mujer del pueblo, Ángela Peñacarrillo y Morales, decidió levantar la posada en una localidad que tiempo después sería conocida por sus numerosas chimeneas.
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