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The Guardian en español

El culto a la personalidad empuja a los problemas reales al mundo de las sombras

A veces los medios de comunicación se centran más en dar voz a los famosos que a los problemas reales

George Monbiot

¿A qué tipo de persona esperarías que los periódicos entrevisten más? Quizás a aquellos que más tienen que decir, o quizás a aquellos con experiencias más enriquecedoras y extravagantes. ¿Podrían ser filósofos, detectives, médicos de zonas de guerra, refugiados, científicos polares, niños de la calle, bomberos, paracaidistas, activistas, escritores o buzos? Pues no. Las personas más entrevistadas son los actores. No he llevado a cabo ningún estudio empírico, pero diría que entre un tercio y la mitad de las entrevistas principales de los periódicos se realizan a personas que trabajan interpretando a otros y que repiten palabras escritas por otros.

Este fenómeno es tan extraño que, si no hubiera ido sucediendo poco a poco, seguramente nos dejaría estupefactos. Pero creo que simboliza la forma en que funcionan los medios de comunicación. Es un problema mucho más profundo que el de las noticias falsas. Lo que nos ofrecen son noticias sobre un mundo falso.

No estoy sugiriendo que los periódicos no entrevisten a actores o que los actores no tengan nada que decir. Pero la sorprendente obsesión con este trabajo apaga otras voces. Un efecto es que un tema no es un tema hasta que no le ha dado voz un actor. El cambio climático, la crisis de refugiados, los derechos humanos, el acoso sexual: ninguno de estos temas, al parecer, puede salir a la superficie a menos que sea a través de Hollywood.

No es mi intención criticar a los actores que han ayudado a que estos temas obtengan la atención de mucha gente, menos aún a las valientes y brillantes mujeres que dejaron expuesto a Harvey Weinstein y popularizaron el movimiento #MeToo. Pero muchas otras mujeres valientes y brillantes se han puesto de pie para denunciar las mismas cosas, pero como no eran actrices sus voces no se escucharon. En general se piensa que el movimiento #MeToo comenzó el año pasado, con las acusadoras a Weinstein. Pero en realidad comenzó en 2006, cuando la consigna fue creada por la activista Tarana Burke. Ella y millones de otras mujeres que intentaron alzar la voz no estaban en primer plano, ni literal ni metafóricamente.

Al menos los actores trabajan para todo el mundo. Pero la categoría de personas más entrevistadas que le sigue, según mi sondeo no científico, podría llamarse “personas que trabajan para millonarios”: propietarios de restaurantes, diseñadores de alta costura, diseñadores de interiores y otros profesionales son idolatrados y se nos presentan como si nosotros pudiéramos ser posibles clientes. Es un mundo de fantasía del que nos proponen imaginar que formamos parte, en lugar de ser solamente espectadores desde afuera.

El efecto de este culto a la personalidad ya es lo suficientemente malo en las páginas dedicadas a la cultura. Pero empeora cuando el mismo enfoque se utiliza en la política. Especialmente durante la temporada de conferencias de partidos políticos, pero también en otros momentos del año, los asuntos públicos son presentados como dramas de índole privada. El Bréxit, que probablemente afecta la vida de todos los habitantes del Reino Unido, queda reducido a una historia sobre si Theresa May logrará o no seguir en su cargo. ¿A quién le importa? Quizás a esta altura no le importa siquiera a Theresa May.

Ni May ni Jeremy Corbyn pueden cargar el peso del culto a la personalidad que los medios de comunicación intentan construir a su alrededor. Ambos son reservados y torpes en público, y parecen retorcerse cuando están bajo el foco. Ambos partidos tienen conflictos enormes y recurren al trabajo de cientos de personas para reformular políticas, tácticas y presentaciones. Sin embargo, estos temas importantísimos y complejos quedan reducidos al drama de una sola persona. Todos, mirados a través de los medios, se convierten en actores. La realidad es reemplazada por la representación.

Incluso cuando la información política no es reducida al culto de la personalidad, la fotografía política sí lo es. Puede que un artículo ofrezca un análisis profundo y complejo, pero es ilustrado con una foto de uno de los diez políticos cuyo retrato debe ponerse junto a cada noticia política. ¿Dónde está el clamor público por ver otra imagen más de May, mucho menos de Boris Johnson? Las fotografías, igual que los actores, ponen a otras personas en segundo plano y nos hacen olvidar que esos artículos hablan de la vida de millones de personas, no de una sola.

La falta de imaginación y perspectiva de los medios de comunicación no solo es fatigante, también es peligrosa. Hay un tipo particular de política construida al completo alrededor de las personalidades individuales. Es un tipo de política en el que la sustancia, las evidencias y los análisis son reemplazados por símbolos, consignas y sensaciones. Se llama fascismo. Si uno construye una narrativa política en torno al psicodrama de los políticos, incluso cuando ellos no lo fomenten, se les abre la puerta a aquellos que juegan ese juego de forma muy efectiva.

Este estilo de periodismo ha ayudado al ascenso de personas que, aunque no sean fascistas, tienen tendencias demagógicas. Johnson, Nigel Farage y Jacob Rees-Mogg son todos, igual que Donald Trump, estrellas de realities de televisión. El reality en el que aparecen no es El Aprendiz, sino Hora de Preguntar y otros programas de noticias y actualidad. En el circo mediático, los payasos son protagonistas. Y los payasos son peligrosos en la política.

El culto a la personalidad favorece que unos pocos marquen la agenda. Casi todos los asuntos importantes quedan a la sombra, fuera del foco de atención. Cada día los medios de comunicación publican miles de páginas y emiten miles de horas de contenido audiovisual. Pero casi nada de este espacio y tiempo se destina a los asuntos que realmente importan: crisis medioambiental, desigualdad, exclusión, el debilitamiento de la democracia por dinero. En un mundo de imitaciones, nos obsesionamos con la banalidad. La semana pasada, un artículo de BBC News se titulaba “Meghan cierra la puerta del coche”.

La BBC acaba de anunciar que dos de sus programas comenzarán a cubrir el cambio climático una vez por semana. Dada la indiferencia y a veces la abierta hostilidad con que se ha tratado a las personas que han intentado hablar de este tema en los últimos 20 años, esto es un progreso. Pero las noticias sobre empresas, aunque sean menos importantes que el colapso medioambiental, se difunden cada minuto, en parte porque las personas que manejan los medios las consideran importantes y en parte porque están dentro de los intereses que aquellos en primer plano. Todo el resto vemos lo que ellos quieren que veamos. Todas las otras noticias quedan casi ocultas.

La tarea de todos los periodistas es la de cambiar el foco del primer plano, subir las persianas y ver qué hay en la oscuridad, en el fondo de la habitación. Hay muchos ejemplos magníficos de cómo hacer esto, como la forma en que Amelia Gentleman de The Guardian y otros informaron sobre el escándalo de Windrush. Aquella fue la historia de personas que viven muy lejos del primer plano. Los artículos eran ilustrados con fotos de las víctimas, en lugar de fotos de los políticos que les habían maltratado: sus tragedias no fueron reemplazadas por el drama de otra persona. Y las historias se narraron con tanta potencia, que incluso aquellos en primer plano tuvieron que responder.

La tarea de todos los ciudadanos es la de comprender lo que vemos. El mundo que nos presentan no es el mundo real. Personificar asuntos complejos confunde y distrae, hace que nos cueste trabajo comprender y responder a nuestros problemas. Y éste, al parecer, suele ser el objetivo.

Traducido por Lucía Balducci

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