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The Guardian en español

OPINIÓN

Esta ola de calor ha acabado con la idea de que los pequeños cambios pueden aplacar el clima extremo

Un bombero frente a un incendio forestal en Landiras, Francia, el 16 de julio.
20 de julio de 2022 22:36 h

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¿Ya podemos hablar de esto? Me refiero al tema que la mayoría de los medios de comunicación y la mayor parte de la clase política han estado evitando durante tanto tiempo. Ya saben, el único tema que en última instancia cuenta: la supervivencia de la vida en la Tierra. Todo el mundo sabe, por mucho que se evite hablar de ello, que, a su lado, todos los otros temas que llenan las portadas y obsesionan a los expertos son la nada.

Incluso los editores del diarioTimes del Londres que siguen publicando columnas negando la ciencia en torno al cambio climático lo saben. Los políticos conservadores de Reino Unido que aspiran a liderar el partido, que ignoran o restan importancia al tema, lo saben. Nunca el silencio fue tan fuerte ni resonó con tanta fuerza.

No es un silencio pasivo. Es un silencio activo, un compromiso feroz con la distracción y la irrelevancia ante una crisis existencial. Es un vacío que se llena asiduamente con información arbitraria y diversiones, chismes y espectáculos. Se habla de todo, pero no de esto. Pero mientras los que dominan los medios de comunicación evitan el tema a toda costa, el planeta habla y su rugido ya no se puede ignorar. Estos días de furia atmosférica, estos choques térmicos e incendios forestales ignoran el silencio furioso e irrumpen con rudeza en nuestro retiro silencioso.

Todavía no hemos visto nada. El peligroso calor que ha sufrido estos días incluso Inglaterra ya se está convirtiendo en algo normal en el sur de Europa, y se contaría entre los días más frescos de los periodos de calor en partes de Oriente Medio, África y el sur de Asia, donde el calor se está convirtiendo en una amenaza habitual para la vida. No pasará mucho tiempo, a menos que se tomen medidas inmediatas y exhaustivas, antes de que estos días de furia se conviertan en la norma incluso en nuestra zona climática, antes templada.

Silencio en la vida pública

La misma fórmula es aplicable a todos los daños que los humanos nos causamos unos a otros: lo que no se puede discutir no se puede abordar. Nuestra incapacidad para evitar un calentamiento global catastrófico se debe sobre todo a la conspiración de silencio que domina la vida pública, la misma conspiración de silencio que, en un momento u otro, ha rodeado toda variedad de abusos y explotación.

No nos lo merecemos. Los medios de comunicación que mueven miles de millones y los políticos que promueven tal vez se merezcan mutuamente, pero ninguno de nosotros se merece a ninguno de los dos grupos. Están construyendo entre ellos un mundo en el que no hemos elegido vivir, en el que quizá no podamos vivir. En esta cuestión, como en tantas otras, el pueblo suele ir muy por delante de quienes dicen representarnos. Pero esos políticos y barones de los medios de comunicación despliegan todas las artimañas y tretas imaginables para impedir que se tomen medidas contundentes.

Lo hacen en nombre de la industria de los combustibles fósiles, la ganadería, las finanzas, las empresas constructoras, los fabricantes de automóviles y las compañías aéreas, pero también en nombre de algo más grande que cualquiera de esos intereses: el poder de la titularidad. Los que ostentan el poder hoy en día lo consiguen eliminando los desafíos, independientemente de la forma que adopten. La exigencia de descarbonizar nuestras economías no es solo una amenaza para la industria intensiva en carbono, es una amenaza para el orden mundial que permite a los poderosos dominarnos. Ceder terreno a los defensores del clima es ceder poder.

El error de la cautela

En los últimos años, he empezado a constatar que los movimientos ecologistas dominantes han cometido un error gravísimo. La teoría del cambio que persiguen la mayoría de los grupos verdes consolidados es completamente errónea. Aunque rara vez se articula abiertamente, rige su estrategia. Según esta teoría, es una contrarreloj y el reto es demasiado grande para tratar de cambiar el sistema. La gente no está preparada para un proyecto de esta envergadura. No quieren asustar a sus miembros ni generar una pelea con el gobierno. Así que el único enfoque realista es hacer cambios graduales. Hacen campaña, tema por tema, sector por sector, para conseguir mejoras graduales. Según esta estrategia, tras años de perseverancia, se irán sumando pequeñas peticiones al cambio global que se persigue y esto dará lugar al mundo que queremos.

Pero mientras estos grupos jugaban a ser pacientes, el poder jugaba al póquer. La insurgencia de la derecha radical ha arrasado con todo, aplastando el estado administrativo, destruyendo las protecciones públicas, dominando los tribunales, el sistema electoral y la infraestructura del gobierno, acabando con el derecho a protestar y el derecho a vivir. Mientras nos persuadimos de que no hay tiempo para el cambio de sistema, nos demostraron que estábamos equivocados porque ellos sí lo cambiaron todo.

El problema nunca ha sido que el cambio de sistema sea una petición demasiado ambiciosa o que requiera demasiado tiempo. El problema es que hacerlo de manera gradual es un objetivo demasiado pequeño. No solo es demasiado pequeño para impulsar la transformación; no solo es demasiado pequeño para detener la marea de cambio revolucionario que llega desde la dirección opuesta; sino también demasiado pequeño para romper la conspiración del silencio. Solo una demanda de cambio de sistema, que se enfrente directamente al poder que nos lleva a la destrucción planetaria, tiene el potencial de estar a la altura del problema y de inspirar y movilizar a los millones de personas que se necesitan para generar una acción eficaz.

Durante todo este tiempo, los ecologistas han estado explicando a los ciudadanos que nos enfrentamos a una amenaza a nuestra existencia sin precedentes, al tiempo que les pedían que reciclaran las tapas de las botellas y cambiaran las pajitas para beber. Los grupos ecologistas han tratado a sus miembros como idiotas, y sospecho que, en el fondo, los miembros lo saben. Su cautela, su reticencia a decir lo que realmente quieren, su creencia errónea de que la población no está preparada para escuchar nada más difícil que esas chorradas microconsumistas tienen una parte importante de la culpa del fracaso global.

Nunca hubo tiempo para los cambios graduales. Lejos de ser un atajo hacia el cambio que queremos ver, es un pantano en el que se hunde la ambición. El cambio de sistema, como ha demostrado la derecha, es, y siempre ha sido, el único medio rápido y eficaz de transformación.

Romper el silencio

Algunos sabemos lo que queremos: autosuficiencia privada, lujo público, economía del dónut, democracia participativa y civilización ecológica. Ninguna de ellas es una petición mayor que las que los medios de comunicación multimillonarios han hecho y conseguido en gran medida: la revolución neoliberal que ha arrasado con la gobernanza efectiva, la fiscalidad efectiva de los ricos, la limitación efectiva del poder de las empresas y los oligarcas y, cada vez más, la democracia efectiva.

Así que rompamos nuestro propio silencio. Dejemos de mentirnos a nosotros mismos y a los demás, pretendiendo que las medidas pequeñas consiguen grandes cambios. Abandonemos la cautela y el simbolismo. Dejemos de llevar cubos de agua cuando solo sirven los camiones de bomberos. Construyamos nuestra campaña para el cambio sistémico hacia el umbral crítico del 25% de aceptación pública, más allá del cual, según sugieren una serie de estudios científicos, se produce la inflexión social.

Tengo más claro que nunca lo que es una acción política eficaz. Sin embargo, sigue sin respuestas una pregunta fundamental. Dado que lo estamos dejando para tan tarde, ¿podemos alcanzar el punto de inflexión social antes de llegar al punto de inflexión medioambiental?

Traducción de Emma Reverter

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