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ANÁLISIS

La cruda realidad: un día anhelaremos un verano tan “fresco” como el de 2022

Una mujer usa un paraguas para protegerse del sol en la ciudad de Londres.
19 de julio de 2022 22:30 h

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No hay manera de disfrazarlo: el clima de Reino Unido, que antes era estable, se está desmoronando. Las señales a nuestro alrededor indican que estamos claramente en camino hacia un país convertido en un invernadero. Hace tan solo tres años, el termómetro alcanzó en Cambridge 38,7 grados centígrados, que en ese momento eran un récord histórico. Un año más tarde, los meteorólogos de la Oficina de Meteorología de Reino Unido pronosticaron que para 2050 habría temperaturas de más de 40 grados en gran parte del país.

Pero el clima se está degradando tan rápidamente que ese futuro ya está entre nosotros. Este lunes ha entrado en vigor para gran parte de Inglaterra la primera alerta roja por calor extremo de la Oficina de Meteorología y este martes el país ha superado por primera vez desde que hay registros los 40 grados. Unas temperaturas que pueden provocar miles de muertes y que amenazan con desbordar las urgencias y los servicios de ambulancias.

Y esto es solo el principio. Cuando nuestros hijos tengan nuestra edad, anhelarán un verano tan “fresco” como el de 2022. Mucho antes de que acabe el siglo, el calor de 40 grados centígrados, o más, no será nada digno de mención en el mundo de clima destrozado que heredarán.

La cruda realidad

La cruda realidad es que evitar el peligroso y omnipresente colapso climático ya es prácticamente imposible. Incluso si se cumplieran todas las promesas y compromisos de la COP26, tendríamos suerte si nos mantuviéramos por debajo de un aumento de dos grados con relación a las épocas anteriores a la industrialización.

La cifra podría ser mucho mayor si cruzamos los puntos de inflexión y se producen los efectos de retroalimentación. El Reino Unido invernadero es una realidad, y cuanto antes nos enfrentemos a este hecho, mejor. Y que quede muy claro: esto no es alarmista y tampoco es “porno climático”, como les gusta decir a los negacionistas. Simplemente así es como están las cosas.

Los veranos de las próximas décadas serán cada vez más largos y calurosos, superando en duración a las demás estaciones y reduciendo el invierno a un par de meses lúgubres salpicados de tormentas e inundaciones destructivas. El calor abrasador será el clima por defecto de julio y agosto, en los que la combinación de altas temperaturas y de humedad harán que tomar el sol o trabajar al aire libre se vuelva extremadamente desagradable y potencialmente mortal.

Nuestras casas, mal aisladas, apenas servirán como refugio y se convertirán en inhabitables al atrapar el calor. Acampar en jardines y en parques se convertirá en algo habitual, porque las noches de calor harán imposible dormir en el interior. Inevitablemente, un número creciente de personas huirá de las ciudades escapando del efecto isla de calor que las transformará en saunas insoportables. Es de esperar una migración general hacia el norte y hacia terrenos más elevados, mientras las condiciones más frescas se convierten en un gran reclamo de venta de propiedades.

Más allá del calor insufrible

Pero el Reino Unido invernadero es mucho que el calor insufrible del verano. El progresivo deterioro del clima afectará a todas las personas y aparecerá en todos los aspectos de nuestra vida. Las infraestructuras de transporte y de energía sucumbirán una y otra vez ante los embates del clima extremo, haciendo cada vez más problemáticos viajes que de otro modo serían sencillos, y convirtiendo los cortes de electricidad en parte habitual de nuestra vida cotidiana.

Los servicios de salud y bienestar se resentirán, con decenas de miles de personas vulnerables luchando contra el calor y la humedad crecientes. Aumentarán los casos de intoxicación por la contaminación de los alimentos y el agua debido a las altas temperaturas, y se afianzarán nuevas enfermedades como la malaria y el dengue, favorables a las condiciones más calurosas. También se prevé una explosión de problemas de salud mental porque las condiciones de vida son cada vez más desesperadas para muchos: la presión sobre las personas y las familias pasa factura.

Los cultivos pagarán un precio enorme por la confluencia de la sequía deshidratante, lluvias torrenciales, granizo, inundaciones y nuevas plagas que prosperan con el calor, con frecuentes pérdidas de cosechas y guerras climáticas que harán menos fiables y seguros los suministros desde el extranjero.

Ya hemos visto subidas de precios y estanterías vacías en los supermercados por la invasión rusa a Ucrania. El colapso del clima traerá consigo algo mucho peor. Un estudio predice que en 2050 el mundo necesitará un 50% más de alimentos, con un rendimiento de las cosechas que podría reducirse hasta en un 30%. Dicho de otro modo: una receta para el hambre generalizada, el malestar social y los conflictos civiles. Es poco probable que Reino Unido sea inmune.

Aunque en el Reino Unido invernadero las condiciones típicas serán el calor y la sequía, seguirá lloviendo. En verano, los aguaceros alimentados por tormentas convectivas serán tan intensos que la lluvia no tendrá tiempo para penetrar en el suelo y la mayor parte fluirá sobre la superficie provocando inundaciones repentinas letales y destructivas. El otoño y el invierno serán testigos frecuentes de tormentas poderosas y dañinas, con los llamados “ríos” atmosféricos trayendo lluvias que se prolongarán durante días, desbordando las cuencas y provocando inundaciones fluviales de dimensiones bíblicas.

Las comunidades costeras librarán una batalla perdida a medida que las cada vez más frecuentes marejadas, las olas cada vez más potentes, y el imparable aumento en el nivel del mar agraven la erosión de los acantilados y aneguen permanentemente los terrenos más bajos. El nivel del mar sube ahora mismo un centímetro cada dos años, más del doble que entre 1993 y 2002. Dentro de 80 años estará un metro más alto con seguridad, y tal vez llegue a dos metros o incluso a más. Esto llevaría al Mar del Norte tierra adentro, amenazando especialmente a las comunidades de baja altitud, como las ciudades de Boston y de Spalding, en el condado de Lincolnshire –al este de Inglaterra–.

Hay que adaptarse con urgencia

Junto con la rápida reducción en las emisiones de gases de efecto invernadero, la adaptación es desesperadamente urgente ante la inevitabilidad del colapso climático. Este debería de ser el momento para una inversión pública gigantesca en infraestructuras resistentes y en el cuidado de nuestra salud y bienestar, pero hay pocas señales de que así sea.

Nuestro parque de viviendas sigue sin estar preparado para las nuevas temperaturas estivales y los terrenos inundables siguen cubriéndose de hormigón para construir nuevas urbanizaciones. Las redes de transporte y de energía siguen peligrosamente expuestas a los caprichos de las inundaciones, el viento y el calor excesivo, y tampoco hay planes para una red nacional hídrica que alivie las futuras condiciones de sequía. Desde los ayuntamientos hasta el nivel gubernamental más alto, todas las decisiones deberían tomarse teniendo en cuenta su efecto en la reducción de emisiones y en la mejora de nuestra resistencia al cambio climático. Pero esto no está pasando.

Si lo que ha leído le aterra, entonces he conseguido mi propósito. Hay demasiados que siguen pensando que el calentamiento global sólo significará que el mundo se calentará un poco más y que, de alguna manera, nos las arreglaremos. Eso es simple y llanamente un error. Así que hay que tener miedo, pero no deje que su miedo sirva para seguir como hasta ahora. En vez de eso, canalice la emoción y úsela para ayudar a la hora de afrontar la emergencia climática. Las cosas van a ser terribles, pero, si trabajamos juntos, aún estamos a tiempo de evitar que un futuro peligroso se convierta en un cataclismo.

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Bill McGuire es profesor emérito de riesgos geofísicos y climáticos en la University College de Londres y activista por el clima. Su último libro, 'Hothouse Earth: an Inhabitant's Guide' [Tierra invernadero: guía para los habitantes], se publica el 4 de agosto.

Traducido por Francisco de Zárate.

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