Este es el noble origen y cronología de la calle barcelonesa más lujosa

Passeig de Gràcia des de la terrassa de l'Hotel Condes de Barcelona

Adrián Roque

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Antes de ser el gran escaparate del lujo en Barcelona, el Passeig de Gràcia fue un simple camino rural, una vía de salida hacia una villa independiente situada al norte de la ciudad. Hoy es uno de los bulevares más reconocidos del mundo, pero la transformación fue larga, irregular y marcada por decisiones políticas, impuestos insólitos y un protagonismo creciente del modernismo catalán. Esta historia, que avanza desde el medievo hasta la Barcelona olímpica, explica por qué este tramo del Eixample ha terminado convertido en un símbolo internacional del diseño, la moda y la cultura urbana. Y también por qué su identidad no se entiende sin la arquitectura.

Del camino de Jesús al paseo burgués

Para conocer el origen del Passeig de Gràcia hay que viajar al siglo XIV. En 1370, un edicto del rey Pedro el Ceremonioso frenó la construcción de edificios religiosos dentro de las murallas de Barcelona. Eso provocó que órdenes como los franciscanos levantaran sus conventos extramuros, entre ellos el de Santa Maria de Jesús, aproximadamente donde hoy se sitúa la Casa Batlló. Hasta allí se llegaba por el denominado “camino de Jesús”; más arriba, el trazado tomaba el nombre de “camino de Gràcia”, la vía que unía la ciudad con la entonces independiente Vila de Gràcia.

Ese viejo camino sería reformado en el siglo XIX. Y lo más curioso: su adecuación se financió con un impuesto específico sobre cada cerdo sacrificado en la ciudad. Una medida poco glamurosa para una calle que hoy presume de boutiques internacionales, pero fundamental para pavimentar una vía que pronto necesitaría adaptarse al crecimiento urbano.

Con el derribo de las murallas y la aprobación del Plan Cerdà en 1859, Barcelona empezó a expandirse. Aquella nueva trama en cuadrícula convertiría el Eixample en el centro neurálgico de la ciudad moderna. El Passeig de Gràcia fue uno de sus ejes principales, elegido desde el principio por las familias más acaudaladas para construir sus residencias.

Modernismo, burguesía y el nacimiento del icono urbano

La presencia de la élite económica impulsó la llegada de arquitectos que harían historia. Gaudí, Puig i Cadafalch, Domènech i Montaner o Sagnier encontraron aquí un escaparate perfecto para experimentar con nuevas formas. Así se consolidó un corredor arquitectónico único, que acabaría situando a la calle en el mapa internacional del modernismo catalán.

El bloque más célebre es la llamada “manzana de la discordia”: un tramo donde varios propietarios compitieron por tener la fachada más espectacular. De esa rivalidad surgieron la Casa Amatller, la Casa Batlló y la Casa Lleó Morera, una tríada monumental que explica por qué el Passeig de Gràcia se convirtió en una obra de arte a cielo abierto. Un fenómeno que, con el tiempo, se transformaría en uno de los principales atractivos turísticos de la ciudad y en un argumento clave para entender la historia de Barcelona a través de su arquitectura.

No fue un proceso lineal. Durante el siglo XX, los bancos colonizaron muchos locales y el paseo perdió parte de su dinamismo peatonal. Sin embargo, con el resurgimiento cultural posterior y la valorización del patrimonio arquitectónico, los comercios exclusivos regresaron, reforzando de nuevo la identidad de la calle como símbolo de prestigio.

Del escaparate burgués al lujo global

A partir de la segunda mitad del siglo XX, y especialmente después de los Juegos Olímpicos de 1992, el Passeig de Gràcia recuperó su magnetismo. Las firmas de moda más influyentes del planeta reclamaron su lugar en el bulevar, convirtiéndolo en una referencia internacional del retail de alta gama. Ese proceso coincidió con un interés renovado por el legado del modernismo catalán, que situó al paseo en todos los itinerarios culturales sobre la historia de Barcelona.

Hoy, más de 160 locales conviven con algunos de los edificios modernistas más emblemáticos del país. Esa coexistencia —comercio de lujo y patrimonio arquitectónico— es precisamente lo que define la identidad del paseo y lo que lo diferencia de otras calles emblemáticas del mundo. No es solo un corredor comercial: es un museo urbano capaz de condensar, en poco más de un kilómetro, la evolución económica, cultural y estética de la ciudad.

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