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¿Hay alguien dispuesto a creerse que la economía va mejor?

Carlos Elordi

Sí, es verdad que algunos indicadores económicos han mejorado en los últimos meses. Las exportaciones han crecido un 36 % en el 2º trimestre del año, lo cual –y también gracias a que las importaciones han caído, como consecuencia de la baja demanda de consumo y de inversión- ha hecho posible que se registre un superávit comercial. Aun faltando por computar el mes de agosto, los resultados del sector turístico parecen haber sido mejores que los del año pasado. El consumo privado parece haber dejado de caer. Y la prima de riesgo sigue en el entorno de los 250 puntos. Todo eso es verdad y cabe alegrarse de ello. Pero de ahí a proclamar, como está haciendo el gobierno, que lo peor de la crisis ha pasado y que de aquí en adelante todo irá mejor hay un trecho demasiado largo como para no indignarse.

Primero, porque el sesgo de esos datos puede variar de signo en el futuro. Por ejemplo, el de las exportaciones. No hay duda de que estas han crecido tanto porque la economía de los principales compradores de productos españoles está saliendo del agujero. Y particularmente de Alemania y Francia –cuyos PIB crecieron un 0,7 y un 0,5 %, respectivamente en el 2º trimestre de 2013. Pero, ¿cuánto tiempo va a durar esa marcha positiva? Ni los más optimistas analistas de esos países se atreven a pronunciarse al respecto, mientras negros nubarrones se ciernen sobre el horizonte de los mercados emergentes –sobre todo de Brasil, India e Indonesia- en los que nuestros exportadores se están esforzando por penetrar.

El otro motor de nuestras exportaciones es la reducción de costes, particularmente de los laborales, y de los márgenes empresariales. Y así como se puede pronosticar que los primeros seguirán bajando –no pocos economistas creen que en pocos años los salarios españoles habrán caído, en conjunto, hasta un 25% respecto del nivel que tenían en 2007-, cabe sospechar que no pocas empresas, sobre todo medianas y pequeñas, ya están vendiendo en el extranjero a precios que lindan con las pérdidas y que en ese capítulo ya no pueden recortar más. Entre otras cosas, porque sus costes financieros son insoportables, al menos tres veces superiores al de sus homologas alemanas, por ejemplo.

Siguiendo el orden de los datos positivos arriba señalados, tras el boom turístico del verano –que seguramente, y al menos en lo que se refiere al dinero efectivamente gastado, no será tan fastuoso como los de hace una década y más y puede que no haya dado para salvar a todo el sector- vendrá inevitablemente el bajón del otoño y del invierno y su peor secuela, el fin masivo de los contratos temporales y el aumento de las cifras de paro. Porque está claro que ningún sector, y menos el de la construcción, capaz de absorber esa mano de obra, por lo demás, poco cualificada: por mucho que el gobierno y sus corifeos, a los que, seguramente porque alguien se lo ha pedido encarecidamente, se han sumado los dirigentes de las grandes empresas, aunque luego ellos mismos se muestren más pesimistas en las encuestas de expectativas empresariales. Particularmente, porque el crédito sigue sin fluir

También es cierto que el consumo privado ha dejado de caer. Pero casi seguramente lo ha hecho a costa de que se reduzca la tasa de ahorro, es decir, a base de comprar con dinero que se tenía ahorrado. Lo cual puede no importar a un gobierno para el que lo prioritario es decir que las cosas van mejor, para así tapar lo de Bárcenas y mejorar, aunque sólo sea un poco, en los sondeos, pero es un mal dato para un país que ve así recortada aún más su ya muy maltrecha capacidad de financiación. Pero, por encima de eso, las modificaciones puntuales de las tasas de consumo no van a alterar el signo sustancialmente negativo de este componente fundamental de la economía. Porque el consumo no puede crecer en un país que tienen 6 millones de parados y en el que la capacidad adquisitiva de los que tienen empleo no deja caer, y va a seguir haciéndolo.

Las perspectivas de la prima de riesgo son una incógnita. Los portavoces, españoles y extranjeros, de los operadores bursátiles que están ganando mucho dinero con la subida de las bolsas que se ha derivado de la mejora de la prima en los últimos meses no paran de decir que no ésta va a subir o que va a mantenerse en sus niveles actuales. Por el contrario, analistas de diarios tan prestigiosos, sobre todo en ese mundo, como el Financial Times o el Wall Street Journal, no ocultan que temen lo contrario y que la paz estival que han conocido los mercados de deuda –también alentada desde el poderoso gobierno alemán que no quiere que ningún susto financiero limite las buenas perspectivas electorales de Angela Merkel- podría acabarse dentro de algunas semanas.

Más allá de los pronósticos inciertos o discutibles, está la realidad de la política de nuestro gobierno. Y, en concreto, su presupuesto, que es el instrumento de política económica más importante. Pues bien, el mismo Mariano Rajoy que no para de decir que se va empeñar en mejorar la situación económica, está preparando un presupuesto, que se conocerá a final de septiembre, que, según todas las filtraciones, está marcado por el mismo sesgo que los anteriores de su mandato. Es decir, por la austeridad sin concesiones. Los impuestos seguirán en los mismos y altísimos niveles. La inversión pública seguirá congelada o se reducirá aún más (ya lo ha hecho un 60% desde 2010). Tampoco subirán los salarios de los funcionarios (que han perdido un 25 % de su capacidad adquisitiva en los últimos 3 años). No habrá estímulos a la actividad empresarial que merezcan tal nombre.

Es decir, que Madrid seguirá acatando el dictado de Bruselas y la reducción del déficit público seguirá siendo su prioridad política. Cuando menos formal, que luego en la práctica tampoco está teniendo éxito en ese capítulo: según los últimos altos, en junio el déficit público había ya alcanzado el 4,38 % del PIB, que es el porcentaje previsto para todo 2013.

A pesar de todo lo anterior, que todo el que esté mínimamente metido el ajo conoce a la perfección, y no pocos saben aún mucho más de lo malo –que lo hay-, el gobierno va a proseguir su campaña de optimismo falso. Y un repaso de los medios de comunicación -los oficialistas y los que no deberían serlo- confirman algo tal vez más inquietante que la campaña misma: que se cuentan con los dedos las informaciones y las opiniones que contradicen el mensaje que La Moncloa se ha inventado para tratar de tirar unos meses más.

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