Bildu: es peligroso hacer política con la historia
En los últimos años del franquismo ETA era, seguido a bastante distancia por el Partido Comunista, el grupo que más atraía a los jóvenes que decidían militar clandestinamente contra la dictadura. Con el paso de los años, su popularidad fue aumentando en los ambientes nacionalistas y entre gente de todas las edades. Lo fueron confirmando los buenos resultados que elección tras elección obtenían las formaciones con ella. Sólo en la primera década del siglo XXI sectores crecientes de ese mundo empezaron a expresar su rechazo a su acción terrorista y cuando ETA, en 2011, anuncia el fin de la lucha armada gozaba aún de amplias simpatías en el nutrido espectro de la izquierda abertzale.
Esos antecedentes, sobre todo el último, son importantes para entender la resistencia que en estos días está mostrando Pello Otxandiano, el cabeza de lista de EH-Bildu a las elecciones vascas, a reconocer que ETA fue una organización terrorista y a condenarla por ello. Hay dos motivos que pueden explicarlo: uno, que ese reconocimiento es una exigencia que se les hace desde fuera, desde sus principales rivales, el PNV y los socialistas vascos, y que se les plantea justo cuando los sondeos vaticinan que Bildu podría ganar los comicios de este próximo domingo. Y, dos, que, para muchos de los simpatizantes de esa formación, no pocos los cuales antes lo eran de ETA, el término “terrorista” comporta una carga de oprobio que no se compadece con la solidaridad e incluso la proximidad personal que bastantes decenas de miles de ellos tuvieron con los militantes de la organización armada a lo largo de los años.
Para las personas ajenas a ese mundo, esos sentimientos son incomprensibles, si no rechazables. Pero existen. Y sería políticamente un error negarlos. Entre otras cosas porque habrá que convivir con ellos, sobre todo en el País Vasco, durante muchos años aún. La situación en el otro lado del espectro político, en el mundo franquista, debería servir para entenderlo. Se puede exigir a quienes admiran a Franco y a su régimen, y son muchos, que respeten las normas de la democracia, pero no que utilicen términos que ellos consideran denigratorios para definirlo. No es bonito, pero es lo que hay.
De hecho, hasta hoy mismo en el ambiente político vasco no se ha formulado como algo importante la necesidad de que el mundo abertzale radical hiciera ese tipo de reconocimientos. La necesidad de establecer las bases de una convivencia entre sectores políticos tan enfrentados hasta 2011 ha sido la prioridad absoluta de los dirigentes más solventes de todos los partidos vascos. Y se han producido avances extraordinarios, e impensables poco antes, en este terreno. El reconocimiento del mal causado a las víctimas que desde hace algunos años ha venido haciendo Arnaldo Otegi, líder máximo de Bildu, es el punto más alto del esfuerzo de reconciliación que ha expresado ese mundo. Un reconocimiento insuficiente para buena parte de las víctimas, pero que ha sido aceptado positivamente por algunos de los rivales políticos de Bildu.
Otros creen que se debería hacer más. Que el horror de aquellos años no puede ser borrado sin más por el pragmatismo político. Pero en las alturas de la política vasca existe un cierto consenso de que esos pasos adelante sólo se podrán dar pausadamente, sin dramatismos y atendiendo a la evolución de las circunstancias políticas.
Lo ocurrido en los últimos días, surgido a raíz de una entrevista en la Ser en la que Pello Otxandiano se negó a calificar a ETA de terrorista, ha roto en ese consenso tácito y el asunto ha pasado a ocupar el centro de la campaña electoral con extremos tan llamativos como cuando el cabeza de lista socialista Eneko Andueza ha declarado que él “se acuerda dónde estaba Pello Otxandiano, mientras yo iba con escolta”, una vuelta al pasado que hasta ahora se consideraba poco menos que tabú.
Hay pocas dudas de que esta polémica está motivada por el hecho de que Bildu es el principal favorito para ganar ese domingo. El asunto ha salido a la luz por eso, para erosionar a la formación radical. Pero la cosa está yendo bastante más allá. Y hoy por hoy, pese a las matizaciones y rectificaciones de Bildu al respecto, no está claro si va a poder pararse. Sobre todo, si Bildu gana efectivamente y tiene que buscar un socio para gobernar. Por no hablar de las secuelas que estas tensiones pueden tener sobre las alianzas que sostienen al gobierno de coalición de Pedro Sánchez.
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