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Tiempos de anarquía, tiempo de Fassbinder

Paula Corroto/DK

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Dan Jemmett adapta 'El café' de Carlo Goldoni en versión de Rainer Werner Fassbinder para el Teatro de la Abadía de Madrid. Una crítica a la sociedad del dinero fácil que se estrena el próximo 27 de febrero.

Nada de escenografía ni vestuario. Una mirada ácida hacia la perversión de la burguesía y su crueldad. Violencia y sexo. Cinismo y toque kitsch. Así era el Antiteatro que el alemán Rainer Werner Fassbinder (1945-1982) creó en Múnich a finales de los sesenta y comienzos de los setenta. Un teatro revolucionario e incómodo. Personajes desdibujados. Una técnica que después acabaría llevando al cine con obras como Las amargas lágrimas de Petra Von Kant o Querelle. Con este estilo Fassbinder se ganó el apelativo de “el anarquista romántico”. Y, por eso, como señala el director teatral británico Dan Jemmett, que acaba de adaptar la obra El café para el Teatro de la Abadía de Madrid en colaboración con el Goethe Institut, el dramaturgo “fue tan odiado, defenestrado e incomprendido” en su país.

Sin embargo, el pensamiento de Fassbinder, que representa esa Alemania contestataria tan alejada de los postulados de su canciller Angela Merkel, ese país en el que también habitaron escritores como Heinrich Böll o Alfred Döblin, vuelve con fuerza en esta época de corruptelas, especulación, crisis y grietas en la sociedad. “Él estaría encantado con estos tiempos. Él hizo una denuncia del sistema desde dentro de la propia sociedad, porque la crítica desde fuera se ha acabado. Toda denuncia de la sociedad debe provenir desde dentro”, avisa Jemmett, buen conocedor de los textos de Alfred Jarry, Shakespeare o Thomas Middleton. La obra El café, subtitulada La comedia del dinero, que Fassbinder adaptó (o pervirtió) del texto clásico de Carlo Goldoni, dramaturgo del siglo XVIII, no es más que una crítica a esa sociedad que cree en el billete fácil y que ha perdido toda ética. Porque si bien en el italiano es posible ver las reglas morales que imperaban en la ciudadanía –el dramaturgo criticaba que las casas de juego estuvieran al lado de las cafeterías- el alemán retrata a un grupo de ciudadanos que es corrupto por su propia naturaleza humana. No da pie a la compasión, ni a la bondad, ni a la generosidad. Y ahora recuerden Eurovegas o el escándalo de los sobres con el extesorero del PP, Luis Bárcenas y compañía.

Teatro político al fin y al cabo. La razón de ser de esta disciplina artística, según Jemmett, quien ve fuertes ligazones entre las épocas de crisis, el resurgir teatral y la posibilidad de experimentar. “El teatro es intrínsecamente político. La sola idea de meterte en un espacio en tiempo real con un grupo de gente durante dos horas y compartir historias en esencia va en contra de la forma en la que vivimos. Va en contra de esa forma de vida que nos impulsa a la compra continua. El teatro te da tiempo para escuchar. Y esa cuestión del tiempo es importante, puesto que la gente siente que no tiene tiempo para nada, y cuando se encuentra mal, lo que hace es irse a comprar un par de zapatos. Ahora bien, el problema es que si te distancias de esto es cuando ya no formas parte de esta sociedad. Y eso es lo que está pasando en España con la gente que no puede pagar sus hipotecas. Se siente fuera y se suicida. Es decir, no llega la revolución, sino el suicidio”, reflexiona el director británico.

La tríada que conforma la obra, Fassbinder y la situación actual española se acentúa con la forma en la que se ha gestado el montaje. En diciembre, un mes antes del inicio de los ensayos, el Teatro de la Abadía lo canceló por los recortes sufridos en el presupuesto. No obstante, los actores José Luis Alcobendas, Jesús Barranco, Lino Ferreira, Daniel Moreno, Miguel Cubero, Lidia Otón, María Pastor y Lucía Quintana, no cejaron en su deseo de llevar a escena el texto y llegaron a un acuerdo con el teatro condicionando su sueldo al resultado de la taquilla. ¿La forma de trabajar que les espera a los actores en el futuro? Jemmett, que viene de Francia y de haber trabajado con grandes presupuestos, se muestra dubitativo. “Esto significa que los actores quieren seguir trabajando y que preferirán apostar por lo que ellos mismos deseen hacer o decir. Aunque claro, que esto funcione no deja de ser una utopía”, apostilla. La cuestión parece obvia, es cómo a un director que ha bregado entre algodones en los últimos tiempos se le ocurre regresar ahora, después de sus montajes para el Festival de Otoño, a una España recortada y con un IVA teatral que ha subido hasta el 21%. Jemmett se ríe: “Me permite reencontrarme con un momento político que era el que yo viví cuando empecé hace veinticinco años. Era la época post Thatcher y había muy poco teatro alternativo. Empecé trabajando con un texto de Heinrich Müller y todo esto me recuerda a aquello. Además, me emocionaba cambiar y este es un texto muy diferente a lo que he hecho últimamente. Es un texto político y social con el que me siento muy cercano y comprometido”, reconoce.

Y, además, le han permitido trabajar con libertad. Crear, a partir del antiteatro alemán y la contra de Goldoni, una especie de Comedia del arte grotesca, explosiva y decadente. Un retrato de esos políticos que el británico hoy define como “intocables”. “Se han convertido en parte del sistema. Y su crimen es que han sido capaces de manipular las cifras económicas y no sentir nada por ello. Cuando la gente normal va al banco y ve que tiene 20 euros, esa es toda la realidad que hay. Pero la gente que se encuentra en posiciones de poder utiliza su influencia para jugar de forma corrupta con los dígitos. Y eso lo convierte todo en un carnaval grotesco. Y lo peor es que nosotros lo hemos permitido”, sostiene.

Especulación, dinero que no existe. Fassbinder sacando la guadaña y destruyendo todo lo que había a su paso. Y aún hay más, puesto que durante todo el mes de marzo habrá varias conferencias sobre el director alemán, además de un ciclo sobre su cine en el Círculo de Bellas Artes.

“Y el dinero, cuando uno lo tiene, lo olvida de buena gana… Al menos de dónde procede”, escribió el creador alemán sobre El Café, de Goldoni. Una sentencia de los setenta con aroma a 2013.

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