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La Barcelona popular ya está aquí

Ilustración: Pol Rius

José Mansilla

Atractiva, inspiradora, tecnológica, cosmopolita, abierta, feliz o innovadora son algunos de los adjetivos con los que, frecuentemente, nos obsequian las instituciones municipales en sus discursos oficiales a la hora de definir Barcelona. Se trata de una serie de conceptos que, por amplios y generales, han perdido gran parte de su valor y capacidad de definición. O no, porque para algunos, tras este relato pagado de sí mismo no se encuentra más que el enésimo envoltorio de colores con el que vender la ciudad.

Menos frecuente es encontrar otro tipo de adjetivos para definir Barcelona. Popular se encuentra entre ellos. Da la sensación de que, en cierta medida se huye de él. Imagino que a cierta clase de la política local le debe sonar a democracia del bloque del este, cuanto menos. O incluso a populismo, ahora tan de moda en boca de algunos estamentos que ven llegar el fin de un ciclo político que pensaban que no les alcanzaría nunca. Otras acepciones, más cercanas al reconocimiento general, serían más aceptadas por estas mismas clases.

Popular es, también, aquello relativo al pueblo, es decir, a la generalidad de las personas que habitan, en el caso que nos compete, en una ciudad. Con la crisis económica, estafa para algunos, que nos acompaña desde hace unos años, así como las políticas económicas y sociales implementadas desde las diferentes instancias de gobierno, este mismo pueblo ha visto como empeoraban sus condiciones de vida y se degradaban muchos de los servicios públicos que les asistían. Es necesario advertir que, parte de ese mismo pueblo, una minoría, ha visto como sus niveles de vida mejoraban. Barcelona es una de las ciudades donde este incremento de las diferencias en el nivel de vida entre el pueblo rico y el pueblo pobre tiene una mayor proyección espacial a través de los barrios de la ciudad.

Es así que si el pueblo se empobrece, lo popular alcanza una nueva categoría, aquella relacionada con las clases más desfavorecidas. A algunos políticos les gustaría que no se hablara de esto –de nuevo les debe recordar al bloque del este- pero las clases sociales son como las meigas, que haberlas, háylas. Y claro, ¿quién quiere vivir, bajo estos preceptos, en una ciudad popular? Es mucho mejor vivir en una ciudad inteligente, una Smart City, siguiendo los relatos oficialistas. En esto, de nuevo, las políticas urbanísticas, y sobre lo urbano, llevadas a cabo desde las instancias municipales, tienen mucho que ver.

Haciendo un poco de historia, el propio y vigente Plan General Metropolitano de 1976, esto es, el conjunto de normas y regulaciones que rigen el futuro y las características de Barcelona como ciudad, ya establecía hace casi cuarenta años, que ésta debía diseñarse para competir con otras, atrayendo capitales y rentas altas que evitaran la necesidad de desplegar costosos servicios sociales para las clases menos favorecidas. Este ejemplo claro de intento de dominio del espacio por el capital al servicio del darwinismo social ha conseguido, precisamente, lo contrario. Si bien es verdad que Barcelona es una ciudad atractiva para la inversión, también lo es que las consecuencias han sido devastadoras. Y la mayoría de la población, ese pueblo pobre, ante la inacción, o acción, de las instituciones públicas se encuentra en la calle y organizándose.

Porque es ahí donde reside la ciudad popular. En las protestas de los vecinos y vecinas del entorno de la Sagrada Familia, la Barceloneta o Nou Barris, en Can Vies, en las actividades de Fem Plaça o en la recuperación de emplazamientos como la Flor de Maig. Ahí y en la vuelta a los valores de uso del espacio urbano del que tan buen ejemplo nos dan muchos grupos sociales que, proviniendo de otras partes del mundo, han elegido Barcelona como su ciudad. Éstos, originarios de Paquistán, Ecuador o la India, ocupan masivamente plazas, jardines y parques infantiles. Con su deambular, o simplemente estando, nos han recordado que hay otras formas de vivir la ciudad, una ciudad popular que ya está aquí y no se irá.

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