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Sobre este blog

Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

Italia: (sin)razones para la contrarreforma laboral

Carlos Aristu

Igual les suena de algo. Matteo Renzi, Primer Ministro de Italia que asumió las riendas del país bajo la promesa de desmantelar las viejas redes clientelares de poder, ha optado por “modernizar” el mercado de trabajo por la vía de una amplia reforma laboral. El Jobs Act, un paquete de medidas para incentivar el empleo que presentó bajo la forma de moción de confianza ante el Senado en un procedimiento de dudosa constitucionalidad, ha sido calificado por Ángela Merkel como “un paso importante”. Les recuerdo que en 2010, la canciller alemana describió en términos similares la reforma laboral del gobierno de Rodríguez Zapatero.

En el contexto actual de disputa ideológica generalizada, sin duda el debate sobre el factor trabajo ofrece claves de enorme importancia. La fórmula de “austeridad + flexiseguridad” se prescribe como la única salida amable a la crisis. Como venimos conociendo en España desde 2010, la fórmula conlleva un incremento desmedido de desigualdad salarial y precariedad laboral. Esto se debe, en gran parte, a que las reformas emprendidas confieren al empresario una capacidad ilimitada para modificar las condiciones de trabajo, junto a la importante reducción de influencia del convenio colectivo como referencia protectora general. A modo de ejemplo, Renzi abandera en Italia la supresión de la readmisión forzosa del trabajador en caso de despido improcedente.

Esta contrarreforma laboral persigue, en última instancia, una individualización de las relaciones en el espacio de trabajo. Limitando el carácter colectivo de la negociación, restringiendo el papel de los sindicatos en la empresa, no se consigue otra cosa que una devaluación importante de las condiciones salariales y de trabajo. Zapatero defendía en 2010 su reforma laboral, un anticipo que luego exprimiría el Partido Popular, como necesaria para “luchar contra la rigidez de los salarios y modernizar la organización de las empresas”. Los resultados son conocidos -aparte de la mayoría absoluta lograda por el Partido Popular en las siguientes elecciones-. Así, no sólo se viene firmando la mitad de convenios colectivos que antes, sino que el ámbito de cobertura de éstos puede decaer hasta casi un tercio; la preferencia legal vigente sobre las unidades pequeñas de negociación desvirtúa en gran medida lo que debe ser una negociación equilibrada. En suma, lo que acaban por lograr estas reformas es implantar el miedo en el tajo: si el convenio no te protege, si la acción sindical está limitada legalmente, si el despido es fácil y barato... Se calcula que han sido 50.000 millones de euros los que se han traspasado desde las rentas del trabajo hacia las de capital sólo en España. No es ciencia, sino política.

El Jobs Act de Renzi engloba también toda una suerte de medidas que, bajo la consabida marca de la modernización y las facilidades al emprendimiento, obvia por completo cualquier atisbo de políticas incentivadoras del empleo. La renta media familiar seguirá cayendo en países como España o -en menor medida- Italia mientras no se reconduzcan las prioridades hacia el empleo y la inversión. Reformas laborales como la de Renzi sólo contribuirán a un mayor riesgo de deflación, además de restringir seriamente el cuerpo de libertades y derechos en el espacio laboral italiano.

Renzi asume la confrontación sindical como mal menor. El próximo 25 de octubre, la CGIL -primera fuerza sindical del país- ha convocado una jornada nacional de movilización en Roma. Será seguro un éxito movilizador, pero quien lidera hoy el Partido Democrático parece tener amortizada de antemano su repercusión social. Todo recuerda demasiado a España, ¿no creen?

Hace años, el histórico dirigente sindical italiano Bruno Trentin lamentaba el desapego progresivo que cierta izquierda política comenzaba a mostrar hacia escenarios otrora claves de su imaginario colectivo. Hablaba, claro está, del conflicto Capital-Trabajo. Alertaba de un posible distanciamiento de estos grupos dirigentes con respecto a los intereses de aquellos a quienes tendían a representar. Cuando obvias los escenarios en los que se dirimen las cuestiones sustanciales para aquellos a quienes consideras “los tuyos” el conflicto no se congela, se acelera en beneficio de la contraparte. La gestión que los gobiernos de centro-izquierda europeos están haciendo de la crisis está marcada, en gran parte, por un desplazamiento de contrapesos en el marco de la relación laboral en favor del empleador, lo que tiene una significación ideológica y económica de gran calado. Lo más preocupante es que se acaba por adaptar el discurso a las necesidades de este viraje, contribuyendo a que el debate ideológico se desarrolle de forma favorable a las élites económicas y la derecha política. Así, se contribuye a identificar con lo arcaico al marco conceptual que el derecho del trabajo venía sustentando en relación a la negociación colectiva; se desprecia la interlocución con los trabajadores y su representación en favor de la parte empresarial; se diluyen las identidades en el imaginario laboral para reforzar construcciones como “emprendedor”, cargadas de un enorme simbolismo nada desinteresado. En suma, como diría aquel, “se trabaja para el inglés”.

Parece evidente que el mundo del trabajo está sufriendo una transformación sustancial fruto de fenómenos como la internacionalización, la innovación tecnológica o la externalización de la cadena de producción. Pero esto no tiene nada que ver con el desmantelamiento de las estructuras básicas de protección que el Derecho del Trabajo ofrece como garante de cierto equilibrio en el marco de relaciones laborales para la canalizar el conflicto social inherente a éstas. Volcar el tablero hacia un lado imposibilita soluciones justas o equilibradas. Y como hemos comprobado en España, no garantizan ni empleo ni recuperación económica. Lejos de eso, hoy contamos una reducción sustancial de la renta media familiar, una tasa de desempleo que ronda el 26% y una precarización galopante de nuestro mercado laboral. Por eso, el 25 de octubre la mayoría de españoles nos sentiremos representados en la gran movilización que llenará Roma en protesta por el Jobs Act de Renzi. Sabemos de lo que hablamos.

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