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Sobre este blog

Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

La debilidad de los argumentos para no reconocer el Estado palestino

Xavier Abu Eid

En previas columnas de este blog me he esmerado en dar argumentos en favor del reconocimiento del Estado palestino por parte de Europa. Tras el reconocimiento de Suecia realizado la semana pasada, la excusa de los países que decían “sí los queremos reconocer, pero no queremos aparecer solos en la UE” se ha desvanecido. Desafortunadamente, los mismos gobiernos que antes del reconocimiento sueco sostenían ese argumento son los que hoy asumen una nueva posición: “el reconocimiento habrá de darse como resultado de las negociaciones”. Es decir, o bien cuando a Israel se le plazca, o bien nunca.

¿Será que algunos están esperando una nueva masacre en Gaza para tomar cartas en el asunto? ¿O siguen esperando un plan de paz norteamericano que todos saben que no ha de llegar? Con independencia de las excusas que se den, lo cierto es que con sus declaraciones estos Estados insinúan que el derecho a la autodeterminación del pueblo palestino es una prerrogativa israelí. Esto último es inaceptable. ¿Acaso estarían dispuestos a dejar de reconocer a Israel hasta que un proceso de negociaciones lleve a la creación de un Estado palestino?

Supongamos -analizando con buena fe la posición de aquellos países que se niegan a reconocer el Estado de Palestina sin la venia israelí- que la única forma para reconocer un país sea a través de negociaciones con la potencia ocupante (un caso único en la historia de la humanidad). Entonces, tendremos que suponer que las condiciones básicas para la fructificación de las negociaciones se encuentran en pie. Es decir, que:

- Ambas partes acuerdan que, sobre la base de las resoluciones de Naciones Unidas, el fin de la negociación es el fin de la ocupación que comenzó en 1967.

- Ambas partes se comprometen a cumplir de inmediato los acuerdos y obligaciones adquiridos durante más de 20 años de negociaciones.

- Ambas partes se comprometen a negociar el fin del conflicto en un plazo determinado de tiempo.

Volvamos ahora a la realidad. Cuando el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu fue a Naciones Unidas el pasado septiembre, permitió que todas las delegaciones pudieran escuchar de primera fuente la posición oficial de Israel: no hay ocupación, dado que el “pueblo judío” no es ocupante en “la tierra de Israel”. Esta posición fue ratificada semanas después por su vice-primer ministro Moshe Ya’alon: “Si quieren se pueden llamar imperio (a su Estado), pero para nosotros no ha de ser nada más que una simple autonomía”.

Estas declaraciones se combinan con una serie de órdenes de expansión de colonias en territorio del Estado palestino, desalojos de hogares y represión en las calles, incluyendo el castigo colectivo de clausurar la Mezquita de Al Aksa. Todo ello ha llevado a una situación al borde de la explosión, donde la determinada y decisiva reacción de la comunidad internacional ha sido… de nuevo, una serie de comunicados de condena. Es decir, la misma herramienta de la cual Israel se viene riendo desde 1967, fecha en que comenzaron los primeros comunicados de condena por la construcción de colonias en territorio ocupado.

El segundo punto es que se respeten los acuerdos y obligaciones adquiridos, algo que tampoco sucede. Israel no ha congelado la construcción de colonias, no ha reabierto las instituciones palestinas cerradas en Jerusalen Oriental, no ha levantado las restricciones de movimiento que separan a los palestinos, así como otra serie de restricciones que simplemente mantienen la situación miserable de un pueblo viviendo bajo ocupación militar. Pero cuando Palestina pide que antes de negociar se congelen las colonias, Israel señala que los palestinos no negocian en buena fe sino que “imponen pre-condiciones”; expresión utilizada por las autoridades de Tel Aviv para referirse a sus obligaciones, las que según el Derecho internacional les competen y que, una vez más, no quieren aceptar.

El tercer punto es que exista un plazo para terminar con la ocupación. Pero si Israel ni siquiera acepta que exista una ocupación, entonces ¿qué puede hacerse? Existen dos opciones para los países que todavía no han reconocido al Estado palestino: o lo reconocen como un primer paso para generar el momento diplomático que fuerce a Israel a terminar con la ocupación; o continúan manteniendo el derecho a la autodeterminación de los palestinos sujeto a la voluntad de Israel.

Ni siquiera los gobiernos más cercanos al Likud, los que más se han esmerado en mantener el velo de impunidad sobre la ocupación, han podido defender a Israel. Nadie cree que Netanyahu quiera la paz, tal y como el propio gobierno israelí se ha encargado de ratificar. Aun cuando alquien sinceramente crea que con el actual gobierno israelí existe alguna posibilidad de llevar a cabo las negociaciones que lleven a la consecución de la solución de dos Estados, ello no quita su responsabilidad internacional de proteger al pueblo palestino bajo ocupación, de tomar medidas punitivas en contra de la colonización y de reconocer el derecho del pueblo palestino a la autodeterminación.

Un gran amigo mío, diplomático, me decía que “espere un poco” para el reconocimiento. Pero mientras “esperamos”, el comercio entre Israel y Europa sigue incrementándose y las relaciones bilaterales continúan desarrollándose con toda normalidad, restando así cualquier urgencia entre la población israelí para terminar con la ocupación. Al mismo tiempo, las colonias en Palestina se expanden y las esperanzas de paz del pueblo palestino se desvanecen. Entendiendo la buena voluntad de mi querido amigo, como la de la gran mayoría de los diplomáticos que sirven en Palestina, le respondí que llevamos 66 años esperando. Los argumentos para no reconocer a Palestina se caen por sí solos.

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