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Sobre este blog

Contrapoder es una iniciativa que agrupa activistas, juristas críticos y especialistas de varias disciplinas comprometidos con los derechos humanos y la democracia radical. Escriben Gonzalo Boye (editor), Isabel Elbal y Sebastián Martín entre otros.

La militarización del Báltico

Àngel Ferrero

Moscú —

Jean-Claude Juncker quiere crear un ejército paneuropeo. Un ejército así serviría para transmitir a Rusia “que nos tomamos en serio la defensa de los valores de la Unión Europea”, según ha declarado el presidente de la Comisión Europea en una entrevista al diario alemán Die Welt. La idea ha levantado revuelo y, no obstante, dista de ser nueva. El propio Juncker la avanzó el año pasado cuando todavía era candidato a la presidencia de la Comisión, y otros la habían propuesto mucho antes que él. El proyecto genera, huelga decirlo, numerosos recelos: no sólo cuenta con el rechazo, obviamente, de los movimientos antibelicistas en toda Europa, sino de Francia y del Reino Unido, cuya prensa reaccionó de inmediato en contra de la idea; el ministro de Exteriores de Polonia, Grzegorz Schetyna, lo ha calificado de “idea arriesgada”. Ya en 1950 el ministro de Defensa francés René Pleven propuso la creación de un ejército supranacional europeo que había de llamarse Comunidad Europea de Defensa (CED), pero el voto en contra de la Asamblea Nacional en 1954 devolvió el proyecto al cajón a la espera de un momento más propicio.

Ese momento podría ser ahora. La crisis en Ucrania ofrece un buen pretexto. En realidad, la UE no anda escasa de tropas: si sumamos los soldados de las fuerzas armadas de sus Estados miembros, posee un ejército de 1.551.038 soldados (cifras de 2012, sin contar Croacia, que accedió a la Unión en 2013), sólo superado por el de la República Popular China (2.285.000 soldados). El problema para Bruselas es una cuestión de sobrecapacidad: la existencia de 28 ejércitos nacionales diferentes. Es por ello que el eurodiputado verde Daniel Cohn-Bendit –uno de los mayores defensores del llamado “intervencionismo humanitario”– propuso en 2012 la creación de un ejército paneuropeo reducido y tecnológicamente moderno. El camino hacia ese fin se viene preparando desde hace tiempo. En 1999 la UE fijó en Helsinki crear un cuerpo de intervención rápida (Rapid Reaction Force); en 2004 creó los llamados “grupos de combate” (battle groups), 19 unidades supranacionales de intervención rápida; en 2007 Angela Merkel declaró en una entrevista en el diario Bild que había que “avanzar juntos hacia un ejército europeo”, idea repetida por el entonces ministro de Exteriores alemán, Guido Westerwelle, en la Conferencia de Seguridad de Múnich en 2010; y en 2013 Alemania logró que la OTAN aprobase el concepto de 'framework nation', según el cual una “nación marco” coordina las operaciones militares de una unidad multinacional, lo que permite a Alemania sumar las capacidades militares de los países de Europa central y oriental que ha satelizado en la última década y equipararse militarmente a Reino Unido y Francia (de ahí, precisamente, sus reticencias a la idea de un ejército europeo). Finalmente, en diciembre de 2014, la OTAN anunció la creación de una fuerza de intervención rápida (Very High Readiness Joint Task Force, VJTF) en Europa central que actúe como “punta de lanza” contra una hipotética agresión rusa.

Esta batería de medidas están conduciendo a una progresiva militarización de Europa oriental y el Báltico. Sven Mikser, el ministro de Defensa de Estonia, firmó en diciembre el mayor contrato de defensa de la historia del país: 138 millones de euros para la adquisición de 44 tanques ‘Leopard’ a los Países Bajos, a los que hay que sumar 40 millones de euros destinados a comprar 40 sistemas de misiles Stinger. Letonia compró en agosto pasado 123 vehículos militares a Reino Unido por valor de 48 millones de euros y en noviembre firmó un contrato militar con Noruega por más de cuatro millones de euros por el que recibirá 100 camiones militares y 800 sistemas antitanque. Por último, Lituania compró recientemente a Polonia un sistema de defensa antiaéreo por 34 millones de euros y pagó a EE.UU. 16 millones de euros por la compra de misiles antitanque. El 9 de marzo la ministra alemana de Defensa, Ursula von der Leyen, anunció su intención de reforzar el batallón de tanques conjunto con los Países Bajos en Bergen (Baja Sajonia), alegando como principal argumento “las crisis de 2014”, en velada referencia a la guerra en Donbás. El 11 de marzo Die Zeit se hacía eco de las esperanzas de Krauss-Maffei Wegmann (KMW), el fabricante de los tanques Leopard-II, de un retorno de los pedidos en Europa y, con ellos, de un nuevo impulso a la industria armamentística germana, hasta hace muy poco la tercera exportadora mundial. El 13 de marzo el ministro de Defensa polaco Tomasz Siemoniak confirmaba en una entrevista de radio su intención de adquirir tres submarinos de fabricación alemana o francesa capaces de disparar misiles 'Tomahawk'. Anteriormente, Polonia había mostrado interés en comprar a EE.UU. proyectiles capaces de una trayectoria de 400 kilómetros (capaces de impactar en el enclave de Kaliningrado) y 900 kilómetros (capaces de impactar en la parte occidental de Rusia). Otro país de la región, Suecia, aumentará su presupuesto en Defensa en más de 6.700 millones de euros y estacionará un contingente de soldados en la isla de Gotland, entre Suecia y Letonia, después de más de una década de ausencia. El gobierno sueco ya había anunciado hace unos meses la compra de hasta 70 nuevos cazas y submarinos. Por su parte, Rusia ha anunciado unos ejercicios militares en Kaliningrado en los que participarán 38.000 soldados, 3.360 vehículos militares, 110 aviones y helicópteros, 41 buques de guerra y 15 submarinos. En el enclave ruso también se desplegarán misiles Iskander, que pueden lanzarse desde plataformas móviles, no siguen una trayectoria enteramente balística y son capaces de anular los radares mediante un pulso electromagnético.

Ninguna escalada militar anuncia nada bueno. El 6 de febrero, Zbigniew Brzezinski, asesor de seguridad del expresidente de EE.UU. Jimmy Carter, declaró en el Congreso que, tras la adhesión de Crimea, Rusia podría intentar repetir lo mismo en Estonia y Letonia si EE.UU. no autorizaba de inmediato el envío de armas y tropas al Báltico, y a Ucrania. El 25 de febrero, el ejército estadounidense llevó a cabo un desfile de blindados en Narva (Estonia), una ciudad con importante presencia de población rusófona a escasos metros de la frontera con Rusia. A mediados de mayo la OTAN realizará unas maniobras militares de 90 días en el Báltico en la que participarán 3.000 soldados estadounidenses y al menos 750 vehículos blindados. No son las primeras. A comienzos de noviembre de 2013 la OTAN realizó en Lituania, Letonia y Polonia una de las mayores maniobras militares desde el fin de la Guerra Fría, en la que participaron más de 6.000 soldados. En estos ejercicios, un ficticio país limítrofe de las repúblicas bálticas llamado “Bothnia” decide, como respuesta a sus problemas económicos y sociales internos, conquistar a sus vecinos; después de tomar la isla de Hiiuma en Estonia y agotar las vías diplomáticas para la resolución del conflicto, la OTAN decide intervenir. Aquel mismo mes tropas eslovenas, checas y estadounidenses realizaron unas maniobras conjuntas en la base militar estadounidense de Hohenfels (sur de Alemania) contra un ejército convencional en el Cáucaso. “No sabemos qué aspecto presentarán las amenazas en el futuro, pero sabemos una cosa: no vamos a combatirlas nosotros solos”, declaró un mando.          

En cualquier caso, no parece que el Kremlin tenga intención de entrar en un conflicto armado abierto con la OTAN que a largo plazo Rusia difícilmente podría sostener en términos militares y económicos, y que incluso amenazaría su integridad territorial, algo que incluso articulistas conservadores como Nikolai Starikov admiten abiertamente –incluso antes de que aumentase la presencia de la Alianza Atlántica en el Báltico– y que se encuentra, en parte, en el desarrollo de la llamada 'guerra híbrida' por parte del Estado Mayor ruso. Con su estrategia, EE.UU. empuja a la UE y Rusia a nuevas tensiones geoestratégicas y una peligrosa carrera armamentística. La anterior, como es sabido, contribuyó al desplome de la URSS. Los resultados de ésta parecen bastante menos predecibles, ya que buena parte de los mecanismos de equilibrio de aquel mundo bipolar han desaparecido y no han sido reemplazados por otros. El nuevo imperialismo, según Roger Cole, presidente de la organización pacifista irlandesa PANA, sólo puede prometernos un ciclo interminable de intervenciones militares y pobreza.

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