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El París literario de Sartre y Vian se asoma a la viñeta

El París literario de Sartre y Vian se asoma a la viñeta

EFE

París —

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Literaria o no, París fue una fiesta durante los años cincuenta, escenario del bullicio intelectual que reunió a Sartre, Vian o Camus y que hoy renace gracias al tebeo “Le Voleur de livres” (El ladrón de libros), un regreso entre tierno e irónico a aquellas terrazas de Saint-Germain-de-Prés.

Hubo un tiempo en el que escribir en París equivalía a ocupar la orilla izquierda del Sena, desde las aceras del Barrio Latino hasta las bóvedas de la Sorbona, una constelación de refinados locales y tascas truculentas cuya fauna atraviesa las viñetas de Pierre Van Hove y Alessandro Tota.

Cuando el café se introdujo en Francia, a finales del XVII, los proveedores se instalaron junto a la Comédie Française de Molière, entonces ubicada en el rumoroso Saint Germain-de-Prés. Fue allí, en la antesala de la Revolución, donde nacieron los primeros salones y, con el visto bueno de Voltaire o Rousseau, la Ilustración.

Luego llegaron Balzac o Racine y, más tarde, Picasso y la corte existencialista de Jean-Paul Sartre, mientras los clubes abrigaban la infancia de la “chanson française” y descubrían el jazz a Europa. Para entonces, París ya sabía que Saint-Germain era el lugar donde terminaban todas las fiestas.

Conscientes de ello, sus calles pronto acogieron a una cierta aristocracia intelectual que, alérgica al indisciplinado Montparnasse, sedujo a varias generaciones de novelistas para cristalizar en la figura de aquel Hemingway que vino a París por los libros y se quedó por lo demás.

Lo demás eran las afueras de la literatura, el cinismo, la hipocresía o, resumen Van Hove y Tota, el universo de un cómic cuyo titulo retrata las penurias de un “escritorzuelo” resuelto a integrar la alineación oficial de la bohemia y, de paso, engrosar su agenda amorosa.

“Buceamos en lo más indolente y oportunista de nuestra personalidad -relatan a Efe los autores-; se trataba de contar la experiencia de esta ciudad como lugar de aprendizaje y en forma de novela de aventuras”.

En su primer álbum conjunto, la dupla franco-italiana patenta una mirada feroz que, aunque no exenta de ternura, desguaza la pirámide social de la letra impresa: editores, libreros, críticos y poetas.

Autor sin obra, diletante vocacional e inscrito (que no asiduo) en la Sorbona, su inesperado protagonista, Daniel Brodin, compone el retrato de un arribista con cierta tendencia al plagio y cuya precariedad le empuja a esquilmar a los libreros del barrio.

“La poesía -concluye el antihéroe al término de la trama- es para los gilipollas”.

“A menudo lo peor de nosotros mismos es lo que nos incita a la creación”, confiesan con ironía ambos autores, antes de admitir que, tras la pista de su criatura también se llevaron algún que otro ejemplar de las estanterías: “Llegué a acabar en comisaría por una edición de Oscar Wilde”, reconoce Van Hove.

A Marguerite Duras le preguntaron una vez por el hurto y respondió muy seria que robar libros no era robar, como tampoco lo era hacerse con una hogaza de pan; y en esa línea se instalan las correrías de Daniel, entre el “gesto subversivo” y un “ambiguo rito de iniciación a la sociedad de consumo”.

“¿Estamos ante un poeta radical o simplemente ante un mero consumidor?”, inquiere Van Hove.

El caso es que Daniel, quien fantasea con ver su nombre impreso en la revista sartriana “Temps Modernes”, acaba codeándose con Simone de Beauvoir o el pintor Balthus y sus musas adolescentes en un relato que trenza realidad y ficción al calor de la influencia confesa de, entre otros, el chileno Roberto Bolaño.

El de Daniel fue un tiempo en el que París aún era ese “lugar de vanguardia, de contestación” que, sugiere el tebeo, ya no es. Simone de Beauvoir ganó el afamado premio Goncourt, a Boris Vian se lo llevó un ataque al corazón y el resto tal vez nunca dejó Saint-Germain pero, como su época, sencillamente se hizo mayor.

Hoy las firmas de moda suplantan a los clubes, las librerías resisten como pueden y el barrio es un potente eje turístico. Quedan al menos las ideas, suspira Tota: “Los debates que planteó aquella generación siguen siendo asombrosamente actuales”.

Carlos Abascal Peiró

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