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The Weather Underground: “Volveríamos a hacerlo”

Bill Ayers y Bernardine Dohrn

Octavio Vellón

Bernardine Dohrn y Bill Ayers parecen una pareja de turistas americanos al uso. Sonrientes y despreocupados tras 45 años de matrimonio, se disculpan por no hablar español: “Somos estúpidos norteamericanos”. Pero es a los pocos segundos de empezar a hablar cuando se repara en su discurso compacto y bien estructurado.

Parecen turistas pero son las caras más conocidas del grupo conocido como The Weather Underground, la facción intelectual y violenta más radical contra la guerra de Vietnam. Pusieron bombas en el Capitolio en Washington y en el Pentágono. Durante la década de los setenta asaltaron bancos, atacaron edificios policiales y se involucraron en la lucha racial junto a los Panteras Negras. Pero las únicas víctimas mortales fueron tres de sus compañeros en un fallo al detonar una bomba. Desde entonces, y hasta que se disolvió la organización al final de la guerra, su objetivo fue traer Vietnam a casa.

¿Lo volverían a hacer? Parece que la pregunta aún les sigue incomodando pero responden “sí, con total seguridad”. Bernardine comenta que la respuesta sencilla es esa pero que a los 73 años siempre hay mucho que lamentar. Pero señala que “no se arrepiente de haber intentado cambiar las cosas haciendo daño a un Gobierno y no a las personas”. En parte es cierto, en sus más de 10 años como organización no provocaron ninguna víctima mortal y aseguran que “estudiaron técnicas para que sus detonaciones fuesen lo más seguras posible pero efectivas con sus objetivos”.

Ver el mundo en llamas

Resulta complicado entender, retrocediendo a los orígenes de The Weatherman (“no necesitas a un hombre del tiempo para saber hacia dónde sopla el viento”, decía la canción de Bob Dylan), cómo es posible que unos jóvenes estudiantes de buena familia, completamente ajenos a la violencia, se comprometiesen tan concienzudamente con una causa tan lejana. ¿Cómo pasa uno de ir con la familia al campo a poner una bomba? Ellos aseguran que, en esos momentos, Vietnam planeaba en la cabeza de los ciudadanos las 24 horas del día.

Pero no sólo se trataba de una guerra; también había desigualdades con la mujer, los homosexuales, el colectivo negro, el abuso en las cárceles. Sobre todo, la muerte de líderes revolucionarios a manos de la policía les hizo ver “el mundo en llamas”. No quedaba otra alternativa que ir en serio. “Esa adolescencia pacífica era sólo una apariencia entre el mundo de violencia en el que vivíamos”, asegura Dohrn. Ayers añade que “la verdadera violencia es la indiferencia. Es lo que realmente se opone a la moral”.

Hoy están convencidos de que sus acciones sirvieron para destapar la realidad y creen que lo que hicieron fue un preludio de lo que son hoy. No se arrepienten, pero Ayers nos recuerda que “no hay que tener una visión romántica de los 60, yo soy un tipo que ha vivido más de siete décadas y cada una influye a la posterior”. Tirando de ironía, deja caer que es cierto que en los 60 se hizo la mejor música, pero el sexo sigue siendo igual de bueno hoy.

Una década en la clandestinidad

El camino por el que marchó la organización desde su nacimiento como un ingenuo movimiento estudiantil (Estudiantes por una Sociedad Democrática) hasta su disolución fue arduo. La pareja revolucionaria y sus compañeros vivieron durante 11 años en la clandestinidad. Su objetivo era demostrar que aquel control absoluto del Gobierno era irreal. “De hecho el FBI hizo el ridículo”, comenta Dohrn con seriedad, habiendo estado en su lista de los 10 más buscados. “Encerraron e interrogaron a cien personas y nadie cantó. 50 años después, surgen Assange y Snowden, que han mostrado las ilegalidades de este sistema.”

Su desconexión con la sociedad nunca se llegó a producir, porque trabajaban, volvían a cenar, se reunían e incluso tuvieron hijos. Probablemente una reinserción más sencilla –aseguran– que la de un soldado que ha luchado cinco años en Vietnam rodeado de tensión y de miedo.

Contacto con el ácido

En el contexto hippie, la drogas también influyeron en su idiosincrasia organizativa. Eran muy abiertos con el ácido (LSD) y la marihuana. Siempre tenían material de buena calidad y procuraban que no estuviese cortado con otros productos más nocivos. “El ácido para nosotros era iluminador, me permitía conectar con el planeta y con el universo”, comenta ella. “Sin embargo, para otros las experiencias se volvieron aterradoras”.

Como todo en el capitalismo, las drogas se volvieron un lujo. Sin duda el gobierno las fomentó y se benefició de ellas. “Sólo hay que mirar los campos de amapolas que se mantenían en Laos. Se distribuía entre las tropas y luego se importaba”, dice Ayers. Según el matrimonio, hay algo que no ha cambiado: las drogas son un arma. El consumo no disminuye y los que van a la cárcel son los pobres. Afroamericanos y latinos generalmente, “mientras que los blancos la consumen en las facultades”.

El fin de la era Nixon y la retirada de cargos

Es curioso que citen a Snowden, un tipo que a fin de cuentas ha cometido un delito contra su país pero no ha actuado con violencia. Está perseguido. Ellos, que se responsabilizan colectivamente de todos los actos de The Weatherman prácticamente no han sufrido condena alguna. La surrealista redención de esta pareja de activistas la hemos de enmarcar en un contexto oportunista. Al agotamiento popular y estatal en el ámbito vietnamita se le suma el escándalo del Watergate y la posterior caída de la administración Nixon.

Era el momento de salir de la clandestinidad. Los mayores cargos por los que se les condenaba (conspiración interestatal, transporte de explosivos para atentar contra un edificio gubernamental) fueron desestimados. Lo que les quedaba eran 12 cargos por atentar contra la autoridad en las manifestaciones. Bernardine pasó siete meses en prisión por negarse a declarar en contra de sus compañeros.

Actualmente disfrutan de su familia y siguen siendo activistas en distintas organizaciones junto con sus excompañeros. Ella es abogada de prestigio y él es profesor honorífico, teórico de la libre enseñanza, en la Universidad de Illinois en Chicago, donde residen.

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