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Política, religión y vodka en la Rusia de Putin

leviatan

Octavio Vellón

Este retrato venenoso que dirige Andrey Zvyagintsev sobre el abuso de poder en la Rusia contemporánea es la carta de presentación de ese país para la próxima edición de los Oscar (y que se estrena el 1 de enero en las salas españolas). La situación es cuando menos paradójica. Se trata de una cinta crítica y amarga sobre la realidad rusa, pero que viene avalada por un comité elegido por el Ministerio de Cultura y cuando el Gobierno de Putin casi no deja espacios públicos para la protesta de los grupos de oposición.

Pero lo cierto es que Leviatán ha debido burlar algunos radares gubernamentales. La película dibuja algunas caricaturas muy reconocibles de la idiosincrasia del país, como es el alcalde corrupto que gestiona sus asuntos turbios bajo el icónico retrato del propio Putin, con la enseña patria allí presente. O el policía de tráfico que aprovecha su día libre para ir a afinar la puntería con imágenes de antiguos líderes (desde Lenin a Gorbachov). Lo que desde luego queda claro es que todas y cada una de las escenas están abundantemente regadas de vodka con un amargo pero irónico desarrollo.

Todos son culpables

Zvyagintsev coescribe junto a Oleg Negin una historia donde todos son culpables (bien de infidelidades, abuso de poder o alcoholismo…) en la que Aleksey Serebryakov da vida a Kolya, un mecánico acostumbrado a preguntarse: “¿Por qué, Señor?”, después de sus intentos de detener al alcalde, Vadim (Roman Madyanov), que no cesa en sus intentos por desalojar a su familia de la casa costera en la que viven.

Y en ese ambiente decadente es donde crece la figura de Roma, el hijo de Kolya, un personaje con aparentemente poco peso en la trama, pero que será quien sufra todas las consecuencias de los excesos de los adultos. También Lilya (Elena Lyadova), su segunda esposa, comienza sentirse desesperada y adquirá relevancia a medida que avance la trama.

Será Dmitri (Vladimir Vdovitchenkov), su amigo de toda la vida, el que viaje desde Moscú para tratar de salvar el patrimonio de la familia de Kolya y de paso, chantajear al alcalde tras descubrir unos asuntos turbios que le incriminan.

Y es en este momento donde entra en escena el sacerdote ortodoxo que alienta al alcalde a ejecutar sus poderes terrenales. A la voz de “el enemigo bruñe sus armas”, el religioso incita al alcohólico déspota a llegar hasta las últimas consecuencias con la humilde familia generando una trama tensa que mantendrá alerta al espectador esperando que se desate un brutal episodio de violencia.

El escenario donde se desarrolla Leviatán es una pequeña ciudad en la península de Kola, en el noroeste de Rusia dentro de una comunidad de pescadores en pleno declive, llena de esqueletos de barcos, edificios y ballenas. Un lugar tan alejado de Moscú como cercano a Finlandia. Repleto de rincones salvajes que en realidad esconden todo lo que está podrido debajo de la superficie.

El contrato social

El relato no se amilana a la hora de reflejar los muchos desafíos a los que se enfrenta Rusia hoy en día: la religión, la política, las armas y el alcohol.

Del mismo modo que en El regreso, El destierro y Elena, Zvyagintsev ejecuta con maestría una visión muy acertada sobre los detalles de la vida íntima familiar. Además entrelaza perfectamente lo personal con lo político. Se trata de su película más accesible y naturalista, sirviéndose de personajes cotidianos para recordar la importancia del contrato social entre Rusia y sus ciudadanos.

El mensaje que podría descifrarse es que la resistencia es inútil. No obstante en esa cruda realidad, el padre de la familia no dejará de pelear valientemente por el bien de su familia, incluso a medida que se desmorona todo a su alrededor.

La referencia máxima sobre la que la película se apoya, el Leviatán de Hobbes, deja claro que la competencia, la desconfianza y la búsqueda de la gloria son los tres ejes a través de los cuales el hombre llega al conflicto. Irónicamente es el Estado, con la religión subordinada a él, el que debe gestionar las leyes naturales para evitar los desajustes.

Leviatán, por tanto, es el nombre irónico que da forma a la película. Y hace una clara alusión a aquella situación en la que falla el poder otorgado en quienes gobiernan. Leviatán es el monstruo que engulló a Job, personaje de la Biblia que, como Kolya en este caso, le preguntaba a Dios tantas veces “¿por qué, Señor?”.

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