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Mateo Maté y la ironía del buen orden

Mateo Maté - Canon

J.M. Costa

La ironía es una forma de paradoja y un mecanismo de defensa. Esta frase surge de combinar sendas definiciones de dos grandes irónicos: un pensador romántico, Friedrich Schlegel (1772-1829) y un músico pop, David Byrne (1952). En realidad la ironía es un recurso muy interesante porque, pudiendo ser muy mordaz, siempre conserva un punto de benevolencia que le impide caer en el sarcasmo. Por eso, siguiendo a Byrne, la ironía sería un mecanismo más bien de defensa, no tanto de ataque.

Canon, la exposición recién inaugurada por Mateo Maté (Madrid, 1962) en Alcalá 31 de Madrid descansa en una ironía lanzada en múltiples direcciones y hacia objetivos muy diversos. Canon se abre con esa palabra en tipografía Bodoni, surgida en la Ilustración del siglo XVIII y que se utiliza en todo tipo de situaciones, desde el nombre del Washington Post a los logotipos de Time Warner o Nirvana. Aquí aparece en su variante original de tipografía clásica y racional. Una tipografía canónica, vaya.

La exposición en sí se compone de pocos elementos: esculturas y postes separadores con cinta retráctil. Fijémonos en los segundos. Estos separadores son como los de las salidas de los aeropuertos, de esos que se disponen como una especie de laberinto que hay que seguir en toda su longitud incluso aunque uno esté solo. Siendo lo paradójico del asunto que esos postes están diseñados precisamente para poder adaptarse a diferentes situaciones. El 100% de las veces quien se adapta es el viajero, obligado a recorrer 100 metros en idas y vueltas cuando podrían haber sido solo 10 metros en línea recta. El orden como imposición, fastidio e inutilidad.

Maté dispone los postes siguiendo una trama reticular discontinua que ocupa la enorme sala de Alcalá 31 y forma pasillos en ángulo recto que conducen, tampoco de forma muy obligatoria, a las esculturas de las que hablaremos después. Se trata de una ordenación tan regular como en el fondo aleatoria, excepto por el hecho de que empuja a contemplar las estatuas en rededor. Por supuesto, todos los espectadores siguen la intrincada senda, aunque al ser su altura de unos 40 cm. los separadores no representan mayor obstáculo y sería perfectamente posible saltarlos. Nadie lo hace y eso muestra lo domesticados que estamos. O el temor a que nos regañen.

Clásicos transformados

Pero este es solo el marco de Canon, el mayor protagonismo lo tienen las esculturas. Son reproducciones en yeso de esculturas clásicas realizadas con los moldes que posee desde hace siglos la Academia de San Fernando. Clasicismo de Grecia y Roma y también el neo-clasicismo del italiano Canova en el paso del siglo XVIII al XIX. Sí, son clásicos... pero transformados. El Discóbolo de Mirón es exactamente el mismo excepto que su rostro es negroide. La Venus de Milo tiene las arrugas y flacideces propias de una edad avanzada y La Venus de Medici aparece bastante entrada en carnes. La Venus de Esquilino está embarazada y El Niño de la Espina es ahora La Niña de la Espina. Todo esto tiene un punto divertido, pero la pregunta que lanza sobre la misma naturaleza del canon es seria.

Este canon sigue siendo en gran medida, como se concibió en el Renacimiento y la Ilustración, algo que unía la coherencia matemática y objetiva que sostiene el mundo y la sublimación estética y subjetiva de una etnia y una edad determinadas que se aceptan como referencias. Podría ser de otra forma y el mero hecho de ponerlo de manifiesto pone en solfa tanto la normativa matemática como la estética. Dos bases de nuestra cultura.

Para que esto no caiga en lo evidente, Mateo Maté incluye cinco copias del Museo Nacional de Escultura, que ahora acoge en Valladolid el antiguo y fascinante Museo de Reproducciones Artísticas, fundado en 1877 y que cuenta con más de 3.000 copias de esculturas de todas las épocas y todo Occidente. En la antigua Iglesia de San Benito el Viejo, como información adicional. Son una Amazona Muerta romana, el tremendo Cadáver de Rene de Chalon (Siglo XVI) y, sobre todo el Cristo Crucificado que Cellini realizó en 1562. En la cruz pero sin los brazos, el Cristo está con el sexo a la vista, lo cual resulta chocante y raro. Resulta que la imagen original se conserva en el Escorial y allí se ve normalmente con sus partes cubiertas por un paño de pureza, también llamado perizonium. Un recurso de toda la vida, pues desde siempre parecía evidente que Cristo habría sido crucificado desnudo y había que taparle. Lo curioso de este caso es que el perizonium de este Cristo se puede poner y quitar. Es decir, Maté no ha cambiado nada, solo ha levantado un trozo de tela. Paradójicamente, esta presentación sin apenas manipular es la que deja una mayor sensación transgresora.

Ha de añadirse que el montaje es muy bueno. Y ello desde la misma idea de las esculturas clásicas y el trayecto laberíntico. Alcalá 31 tiene una planta basilical con las naves laterales en dos alturas. Y, en fin, ya con decir basílica hablamos de clasicismo romano. Un espacio muy complicado que Mateo Maté lo hace suyo sin recurrir a tabiques o separaciones sólidas. Canon debería ir al Museo de Arte Romano de Mérida. Lo está pidiendo a gritos.

Cabe preguntarse si todo esto no será más que una gran ocurrencia. Puede apuntarse que nuestra cultura y nuestra historia están llenas de grandes ocurrencias, de modo que esto podría serlo y no sería un pecado. Pero es que la ocurrencia resulta muy coherente con el trabajo anterior de Maté quien, por ejemplo, ha jugado muchas veces con los límites y la geografía. Esto es muy evidente en Área restringida (2007-2015), en la cual se traza mapas de Europa, el Mediterráneo o América con postes separadores como los usados en Alcalá 31. Esa técnica con separadores fue también utilizada en una exposición en la galería NF de Madrid en el 2014, una invitación a ver cuadros por detrás, como en algunos trompe l’oeil famosos.

Mateo Maté se había ocupado antes del arte museístico, como en la serie Paisajes uniformados (2007-2015), donde pinturas de diferentes siglos y procedencias ven sus colores originales sustituidos por los de los uniformes de camuflaje de varios ejércitos y unidades especiales.

En otros terrenos plasmó su visión de la prensa escrita en la serie Arqueología del saber (1999-2014), donde los periódicos se convierten en materiales tectónicos que forman montañas o son susceptibles de excavación. Y merece la pena recordar su instalación Viajo para conocer mi geografía que estuvo en el 2010 en Matadero de Madrid.

Su capacidad para trabajar a fondo con un espacio ya se vio en el 2011 en la sala valenciana La Gallera, donde instaló Actos Heroicos. Esta obra se presentaba como una pared de ladrillo de unos dos metros y medio de alto y de contorno irregular que, vista desde la galería del primer piso, dibujaba un mapa de la Península Ibérica. La pieza, solo accesible por la frontera francesa, se distribuía en varias habitaciones que contenían diferentes obras, como Nacionalismo doméstico o Delirios de grandeza. En fin, que esto de Alcalá 31 no es una ocurrencia gratuita, sino una que responde a una línea de trabajo coherente. No es que tenga mayor importancia, pero ayuda a contextualizar lo que puede verse hoy.

Se ha escrito que Mateo Maté es un caso único. Dejando de lado el axioma de que todos somos casos únicos, cabe decir que dentro del arte conceptual español con vocación crítica y bastante atractivo para un público indiscriminado pero potencialmente interesado, Maté no está tan solo o aislado.

Por ejemplo, tanto Rogelio López Cuenca como Fernando Sánchez Castillo trabajan en gran medida con la ironía y la historia. Buena parte de lo que hace Daniel García Andújar tiene un carácter irónico. ¿Es la ironía solo una defensa como dice Byrne? Sin duda es un mecanismo defensivo, sobre todo a nivel individual. Pero cuando se proyecta al público su efecto puede desestabilizar concepciones que tenemos tan interiorizadas como para olvidar sus orígenes. Esto es lo que sucede con Canon: tras verla, algunas de nuestras ideas sobre los ideales estéticos que siguen estando en los cimientos de esta sociedad, igual ya no parecen tan evidentes. Es horadar un poco más, lo que pueda el arte, esos muros que ni siquiera vemos. La labor de zapa siempre que suele preceder al asalto.

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