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“En Venezuela no interesa lo que ocurre en la política española”

Desde Allá, la nueva película venezolana de Lorenzo Vigas

Mónica Zas Marcos

“De repente me lanzo y gano las elecciones en España”, dijo con sorna Nicolás Maduro ante su permanente aparición en la sección política de nuestro país. Pero las prioridades de los venezolanos están lejos de acercarse siquiera a nuestro lado del Atlántico. En las calles de Caracas no interesa que un tal Albert Rivera no se pueda reunir con Leopoldo Gómez ni que los periódicos españoles hagan la radiografía a su presidenta del Tribunal Supremo por los presuntos vínculos con Podemos. Sus problemas son otros y, desde hace unos años, sus protagonistas han escogido el cine como catalizador tras perder la fe en la prensa, propia y ajena.

Desde Allá, la nueva aportación de realidad venezolana a nuestras salas, se estrena con el aval del León de Oro del festival de Venecia. Aunque la cinta esgrime asuntos muy íntimos como la sexualidad oculta, la lucha de clases o la prostitución por supervivencia, sus intenciones eran puramente artísticas. Su director Lorenzo Silva contesta con una sonrisa amable a las preguntas más comprometidas, pero ha aprendido a domesticar su mensaje político en un país que es un campo de minas para Venezuela.

“Lo primero que quería hacer era una historia interesante para el espectador, y si la película genera una reacción es por su honestidad”, contesta acodado en la cafetería Ocho y Medio de Madrid. Pero Silva no puede evitar pertenecer a una generación de cineastas latinoamericanos que han mamado el reflejo social de sus filmotecas. Termina admitiendo que el mensaje más veraz es el que nace del subconsciente, no de la intención.

Los dos personajes principales se yerguen así como una metáfora de la dependencia parásita entre los estratos venezolanos. Armando es un empresario adinerado que contrata a chicos de la calle para masturbarse de forma discreta mientras les mira. Elder es el pandillero que se convertirá en el muso más díscolo y -al principio- aprovechado que ha metido en su casa. Ambos estarán condenados a no entenderse, aunque sus sentimientos evolucionen mucho más allá de la intimidad de la alcoba.

Armando encarna a una clase acomodada, casi autista, que no llega a empatizar con la situación que vive su compañero; y Elder sería la ingenua clase marginal, que se desgañita por conseguir un poco de atención de las altas esferas. “Armando entiende todo lo emocional de una forma muy virginal, en el sentido de que no acepta el contacto físico. Para él todo tiene que ser desde allá”, remite el director.

Homosexualidad sí, pero en silencio

Esa distancia se aplica también a una cámara omnisciente que nos convierte en mirones incómodos, en voyeurs de una relación que sus propios implicados no terminan de disfrutar. La homosexualidad no es considerada un delito en Venezuela, a diferencia de otros países latinoamericanos, y hay un importante movimiento a favor de legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo. Pero los prejuicios están especialmente arraigados en las zonas con menos posibles económicos. “Es un problema de educación, pero también de malinterpretación de las creencias religiosas”, reflexiona Vigas.

En vísperas de la celebración del Orgullo LGTB y todavía en luto por la terrible masacre de la discoteca de Orlando, el director achaca esa dicotomía a la inestabilidad política. “Los sentimientos básicos más incomprensibles, como rechazar la diversidad, afloran en los momentos de tensión mundiales”, añade Vigas. “Es una realidad para Venezuela, o para México y Brasil, pero también ocurre en otros lugares del mundo más avanzados en esos derechos como España u Estados Unidos”.

Aunque el cineasta asegura que esa brecha está superada entre las clases más pudientes de su país, Armando mantiene su orientación sexual con una discreción monástica. Elder, castigado por su visceralidad juvenil y la inconsciencia de la edad, es el que sufre un linchamiento encarnizado por parte de su círculo de confianza. Aún así, pese a los comprensibles miedos del principio, se convierte en el defensor más valeroso de una relación prohibida. “Elder se enamora perdidamente, aunque empezase viéndole como la figura paternal que no tenía. Y un chaval con esas carencias emocionales hubiera vivido feliz toda su vida al lado de ese señor”, resume su creador.

Con esas palabras podemos intuir que la historia no culmina con un banquete de perdices y un mensaje de triunfo del amor homosexual en la gran pantalla. Pero la realidad es que ni siquiera en los inicios pintaba ser un cuento de hadas. Los hombres pudientes que bajan a los barrios periféricos para saciar su apetito sexual a cambio de unos cuantos billetes no es ninguna ficción. “Hoy en día en Venezuela está tan mal que con poco dinero puedes conseguir muchas cosas, hasta chavales”, dice Vigas. También admite que es una realidad mucho más compleja que no ha llegado a estudiar en profundidad al adentrarse en el filme.

Lo achaca a la precariedad laboral y a la inflación, que en Venezuela alcanza las cotas más altas del mundo. “En Venezuela ocurre algo parecido que en Cuba, donde el turismo de prostitución de menores se produce en un país en el que un dólar es una fortuna”.

Aún así, Lorenzo Vigas se mantiene optimista porque considera que su país es aún algo ingenuo a nivel político. Reconoce que la situación cubana o en México, por ejemplo, es mucho más enrevesada y difícil de solucionar, aunque también es consciente de que comenzarán a ver los resultados a largo plazo. “La gente piensa más en no ser disparada por la calle o en dar de comer a sus hijos. No interesa lo que ocurre en la política española”, afirma tajante.

Destaca que los ciudadanos saben que Venezuela ha entrado en la campaña española de forma frívola y, en ocasiones, con desconocimiento de causa. “Son situaciones y contextos muy diferentes entre ellos. Como venezolano me llama la atención, me parece curioso”, concluye con su habitual corrección política.

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