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Regresa Espoiler, la obsesión de ver tele

Un fotograma del primer episodio de 'The 7.39' (BBC One), protagonizado por Sheridan Smith y David Morrissey.

Hernán Casciari

Hace tres años (el 28 de enero de 2011) dejé mi blog Espoiler en ElPais.com para centrarme en un proyecto personal que duró otros tres años exactos, la revista Orsai. No dejé de descargar ni de ver series en este tiempo: las recomendé en privado, para mis amigos, y tomé nota de los cambios en las costumbres audiovisuales; pero no públicamente.

A principios de enero de 2014, cuando cerré el ciclo de la revista Orsai, me descubrí tuiteando mucho sobre series de televisión... otra vez. Tenía más tiempo libre y, sin saberlo, me empezaban a picar de nuevo las ganas de compartir ideas. Supe, un poco tarde porque soy lerdo, que tenía ganas de volver a hacer Espoiler. ¿Pero dónde?

Busqué, en el abanico de medios españoles, una cabecera que no se escandalizara con consejos de descarga, que mantuviera el perfil de lectores que años atrás disfrutaban Espoiler, que defendiera una mirada ética sobre el periodismo y, obviamente, que me pagara por escribir. No me costó nada entender que quedan pocos lugares así. Entre ellos, eldiario.es y JotDown son mis preferidos.

Escojo el primero para el regreso de Espoiler porque aquí trabaja David Bravo y siempre es bueno tener cerca a un abogado experto en descargas; y porque donde esté Manel Fontdevila yo siempre seré feliz.

Ya no somos coleccionistas

Pero acabemos con el prólogo y hablemos un poco de tele. Nuestras rutinas evolucionaron en estos últimos tres años; los que vemos muchas series por semana lo sabemos bien. Ya no acopiamos, por ejemplo. A mí me costó muchísimo dejar de coleccionar temporadas completas en mis discos extraíbles. Últimamente no sabía ni para qué guardaba tantos gigas, pero me costaba hacer limpieza.

Un día le mostré a mi hija todos los extraíbles que tenía en los cajones y los estantes: “Este tiene únicamente dramas británicos, este todas las temporadas de Showtime, este series argentinas, este...” y ella me preguntó para qué, si estaba todo en la nube. Me sentí como una abuela que, después de darle una natilla Danone a su nieto, le muestra con orgullo docenas de frascos con compotas conservadas desde 1963.

Era verdad, todo estaba ya en la nube. Si yo quería mirar de nuevo el primer capítulo de la segunda temporada de Los Soprano, por ejemplo, tardaba pocos minutos en bajarlo por torrent o buscarlo en streaming, y bastante más de media hora en revisar todos mis discos extraíbles, dar con el adecuado, encontrar un cable para enchufarlo a la tele, etcétera.

En estos tres años aprendimos a dejar de coleccionar archivos .avi con sus pequeños gemelos ciegos .srt al lado. Empezamos a echar a la basura temporadas completas para liberar espacio en los discos, o para arrumbar también los discos. Y lo hicimos al principio con culpa, porque nos había costado mucho tiempo y amor dar con ese material en el pasado. Yo empecé a hacer esta purga dolorosa en 2011, y sentí un déjà vu de otras renuncias tristes: echar al contenedor todos mis LP en 1991, o todos mis VHS inservibles en 2002.

Sin embargo, creo que esta vez fue la definitiva. Me parece que dejamos de ser para siempre humanus coleccionisticum. Queriéndolo o sin quererlo, ya confiamos en la Nube y en el Wifi, como los antiguos tenían fe ciega en la Luna y en el Sol. Allí está todo y es veloz recuperarlo. Adiós estanterías llenas de discos extraíbles, adiós cajones con cables, ¡adiós!

Ya no somos espectadores

El segundo gran cambio en nuestras costumbres lo percibí el año pasado, justo antes de que se emitiera el último episodio de Breaking Bad. Era el 30 de septiembre de 2013 y, junto a otros diez millones de dedos en todo el mundo, mi dedo índice pulsaba F5 en la web Subtitulos.es para ver si la traducción del capítulo al español llegaba por fin al cien por ciento.

Cuando la traducción estaba ya al 97% pensé esto: si ahora viniera el genio de la lámpara y me invitara a una sala de cine a ver el último episodio de Breaking Bad, en pantalla supergigante, en versión original subtitulada, con cocacola y palomitas, yo le diría al genio que no, que muchas gracias, que me quedo en casa esperando el subtítulo. Ese episodio final era demasiado importante: había que verlo con deleite, con la opción de pausar, de rebobinar y de congelar cada escena.

¡Brutal cambio de costumbres!, sospeché. ¡Nuestra cabeza ya no soporta el visionado lineal sin pausas! Esa es la razón final por la que las salas de cine se desmoronan: nos hemos acostumbrado a adueñarnos de la pausa.

En estos años, cuando un espectáculo audiovisual nos interesa mucho, desarrollamos una sucesión de tics que en las salas de cine no se permiten: volver a ver un gesto sutil durante un parlamento (es inevitable hacerlo en Mad Men, por ejemplo); poner en pausa una escena para buscar en la Wikipedia si tal músico existe realmente o es un actor (lo hice muchísimo en Treme); utilizar el cuadro a cuadro en una secuencia de acción magistral (me pasa con Homeland); y congelar el fotograma para respirar, o fumar, o preparar café, o caminar alrededor del sofá lleno de angustia y persistir en el goce de la suspensión el tiempo necesario (esto me pasó en el último episodio de Breaking Bad).

Conclusión: en los últimos tres años dejamos de ser coleccionistas (ya no acopiamos) y dejamos de ser espectadores (ya no esperamos que algo nos sea emitido públicamente). Ser espectador significa “mirar fijamente un espectáculo público”. Es decir, observar algo que ocurre al mismo tiempo para todos. Nuestro cerebro ya no es espectador ni es acopiador. Ya no espera a que algo pase: primero lo va a buscar, y después lo disfruta con pausas tan personales y únicas como una huella digital.

Pero seguimos igual de obsesivos

Con estos cambios a la vista, que son dos pero tremendos, inicio hoy la segunda temporada de Espoiler en eldiario.es. Y lo haré aprovechándome vilmente de la situación.

Una de las ventajas que más eché de menos en este tiempo de silencio fue no poder incidir en el subtitulado de series peculiares. Me explico. La comunidad de subtituladores es muy amplia, pero a veces se les escapan joyas. Se tiende a subtitular series hijas de la ansiedad popular, pero hay perlas que se quedan en el camino y sin subtítulo. Cuando tuve el blog Espoiler solo me bastaba hacer una recomendación efusiva de una rara avis, y los subtituladores acababan su trabajo a la velocidad de la luz. ¡Ah, qué felicidad perdida!

Así que cerraré mi primera entrada del nuevo Espoiler con una recomendación efusiva: no pueden dejar de ver una pequeña miniserie de la BBC en dos episodios. Es pequeñita, hermosa, una de esas producciones británicas que son casi todo diálogo y ademanes vaporosos. La miniserie se llama The 7.39 y fue emitida por BBC One las noches del 6 y 7 de enero de este año. Vi la primera mitad, y fue una experiencia hermosa.

La trama es sencilla: un hombre felizmente casado (David Morrissey, el tuerto malo de The Walking Dead) coge el tren hacia su trabajo todas las mañanas a la misma hora. Una mujer felizmente casada (Sheridan Smith, la rubia tímida de Dates) se sube al mismo tren a la misma hora. Todos los días viajan sin verse. Hasta que una mañana se pelean por el único asiento libre del vagón. Y flechazo.

No les cuento más, para que vean ya mismo el primer episodio, que está perfectamente traducido al español. En cambio el subtítulo de la segunda mitad hace casi un mes se plantó caprichoso en el 10,33% en la página de subtitulos.es. Quiero que vean ya mismo la primera parte y sufran la abstinencia final como yo, así después entre todos podremos gritar y patalear la siguiente súplica:

—Por el amor del Wifi y la santísima Nube... ¡ángeles de la traducción, tengan piedad de nosotros!

Está bien que ya no seamos ni coleccionistas mezquinos ni espectadores sumisos, pero mantenemos los mismos trastornos obsesivos de siempre. Sobre todo cuando alguien nos deja una buena historia por la mitad. Bienvenidos a Espoiler, entonces; volvemos a la obsesión de ver tele.

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