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Tres poetas no ortodoxos para escépticos y renegados del género

Marta Peirano

El duelo es esa cosa con alas (Editorial Rata)

Max Porter

El joven viudo con dos niños, traumatizado por la pérdida de su media naranja, recibe la visita de un cuervo. El cuervo que habita el debut de Max Porter es esa cosa con alas que encarna el duelo de una familia traumatizada por la pérdida de su espina dorsal. Y es y no es el Cuervo de Ted Hughes, quien también enviudó con dos niños pequeños cuando su esposa, Sylvia Plath, metió la cabeza en el horno y se convirtió en leyenda. 

Pero Hughes ya tenía una amante, que se mudó a vivir con él. Y no escribió Cuervo hasta nueve años después, cuando la amante repitió jugada y se llevó con ella a Shura, la hija de ambos. El cuervo de Porter, que perdió a su padre cuando era niño, comparte el tono socarrón y desprendido del cuervo de Hughes y sus cacofonías, pero no su nihilismo salvaje.

Su cosa con alas también tiene algo de Totoro, un espíritu salvaje que protege y encanta la casa cuando falta la madre sin perder ferocidad y sin sombra de paternalismo. Y en este libro hay más voces: hablan el padre roto, los niños desubicados y, a veces, la madre desde el más allá. Imposible no echarla de menos:

La mataron a golpes, o eso les conté

una vez a los chavales en una fiesta.

Oh mierda colega, contestaron.

Miento acerca del modo en que

te moriste, le susurré a Mamá.

Yo haría lo mismo, me susurró

ella también.

La bonita edición de :Rata_ tiene la pega de no ser bilingüe, perdiéndose parte de las canciones [Canta una canción mirlo automático que te follen / cobarde, guarro, mariquita, es broma, cric]. Pero es una excelente introducción al fabuloso británico Max Porter, jovencísimo editor de la revista Granta Max. Pero, sobre todo, es la cura perfecta para todos aquellos que piensan -no sin razón estadística- que la poesía es una construcción egocéntrica, artificiosa y sentimental.

Cuando la vida te da un martillo (Editorial Sexto Piso)  

Kate Tempest

Leyenda a los 27 años desde su disco de debut, Everybody down, la poeta y rapera londinense Kate Tempest se apropió del micro que había dejado colgando Mike The Streets Skiner después de su propio y milagroso Original Pirate Material. Pero lo suyo era escribir, un ejercicio narrativo que se consolidó con Let Them Eat Chaos, estampas de un Londres multirracial y precarioestampas de un Londres multirracial y precario despiertos bajo una tormenta eléctrica a las 4.18 AM.

Aquel segundo disco llegó precedido de Mantente firme, un interesante poemario editado en España por La Bella Varsovia, y seguido de Cuando la vida te da un martillo (Sexto piso, 2017), nuestra recomendación de hoy, su primera novela. También le dieron, por cierto, el premio Ted Hughes a la Innovación poética. Aquí no se escogen las cosas al tuntún. 

De título original, The Bricks That Built the Houses (el ladrillo que construye los hogares), su primera novela es en realidad el gemelo estático del primer disco en referencias, intención y entorno [las casas okupas donde hacíamos fiestas / son pisos que ya no nos podemos permitir], y un retrato de la vida londinense que se cruza con el NW de los proyectos de Sadie Smith, pero también con la infecciosa primera temporada de Skins, o la inexplicablemente infravalorada Fish Tank de Andrea Arnold. Irregular, generacional e iluminada, demasiado interesante y original para juzgar sus imperfecciones. Y un libro perfecto para leer con el traqueteo del tren.

El odio a la poesía (Editorial Alpha Decay)

Ben lerner

Decía John Berger que la palabra “poeta” es más adjetivo que sustantivo, y que uno no se lo puede aplicar a sí mismo, lo tienen que hacer los demás. Y sin embargo, Ben Lerner se sigue autodenominando poeta aunque se catapultó a la fama con un libro que no era de poemas y que, les gustará saber, escribió dentro del triángulo que forman los bares de Malasaña, una cutrebuhardilla de la calle Huertas y la sala del Museo del Prado que guarda El Descendimiento de Van der Weyden.

El sebaldiano Saliendo de la estación de Atocha (Mondadori, 2013) parecía un pelotazo hasta que llegó el aún más sebaldiano 10.04, cuyo título se refiere al minuto del famoso montaje de Christian Marclay en el que sale Michael J. Fox regresando a su propio futuro. Teniendo en cuenta que Lerner debe su fama a su producción no poética, sería legítimo preguntarse si el odio al que se refiere en su último ensayo es el suyo propio. 

Por otra parte, todos sus protagonistas son alter ego y poetas y nunca saben lo que quieren, dicen lo que saben o son mucho de fiar. Y su ensayo viene a decir lo que muchos amantes hastiados sabemos: que una parte injustificable de la producción poética que circula por ahí fuera es un pastiche cursi, perezoso y sentimental. Que a menudo el poema es “el registro de un fracaso”, el fantasma triste de lo que realmente quería uno escribir. Y otras cosas que dice, a veces por provocar, a veces en serio, siendo sebaldianamente imposible saber cuál es cuál.

O que ya nadie nos educa para recitar poemas. Salvo que hayas estudiado, como Camille Paglia, con el típico gruñón reaccionario que te enseñaría a leer un poema a la antigua: descomponiendo sus partes sintácticas, atendiendo a las raíces de cada una de sus palabras y encontrando que en la complejidad de sus interrelaciones está el genio, si es que lo hay. Que no lo dice Lerner, pero que sí es verdad. 

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