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Una red de talleres con valor inclusivo

Alumnos de Campus, centro de formación avanzada de la Fundación Carmen Pardo-Valcarce./ FCPV

Laura Olías

Detrás de cada puerta aguarda una actividad diferente. Recolección de sellos, confección de bolsas de chucherías, una imprenta, una carpintería y un taller de flores... Más de 200 personas con discapacidad intelectual trabajan en los centros especiales de empleo (CEE) y en el centro ocupacional de la Fundación Carmen Pardo-Valcarce, donde también reciben formación y apoyo psicosocial.

Carmen Cafranga Cavestany, presidenta de la fundación, recibió de manos de su madre el proyecto social iniciado por su abuela en 1948. Una cadena de mujeres, de la que forma ahora también parte la hija de Cafranga, Almudena Martorell, como directora de la organización.

En los años 50, la gran extensión situada en la capital había refugiado a hijos de leprosos, para que no contrajesen la enfermedad de sus padres. Cuando la medicina puso freno a la patología, las instalaciones –situadas en el norte de Madrid, en el actual barrio de Montecarmelo– acogieron a niños y jóvenes con desarraigo social. Sin embargo, Carmen Cafranga dio un paso más y creó una fundación volcada en la inclusión y el desarrollo personal y profesional de personas con discapacidad intelectual.

“Teníamos un colegio de educación especial, en el que había chicos conflictivos y también algunos alumnos con discapacidad. Con el tiempo, veíamos que era ese último grupo el que siempre se quedaba más descolgado”, cuenta Almudena Martorell. Después del colegio, no había muchas opciones para ellos así que crearon distintos talleres para darles acceso a un empleo. Las microempresas se rigen por tres valores, según su directora: que sean sostenibles, que ocupen al mayor número posible de personas con discapacidad y que demuestren a la sociedad la capacidad y el valor de estas personas.

Las claves no se cumplen siempre, pero intentan compensar los talleres deficitarios con aquellos aportan más recursos. Martorell ve en los muebles que salen de la carpintería, decorados a mano, la calidad y la profesionalidad que debe abrirse a la sociedad y, a pesar de que los gastos superen de momento los ingresos, no la suprimirán. “La gente debe saber que lo social no tiene por qué ser cutre y comprobar la capacidad de las personas con discapacidad”, apunta.

El vivero fue una de las víctimas de la crisis económica, ya que las plantas que abastecían a las nuevas viviendas dejaron de ser necesarias ante la caída del ladrillo. El personal de la fundación señala que la búsqueda de alternativas ha sido fundamental en época de recesión, cuando incluso han crecido. Ahora, el vivero es un huerto en el que cualquiera puede alquilar una porción y el personal de la organización se encarga del mantenimiento. Además, en mayo del año pasado inauguraron Fundaland, una zona infantil por la que corretean ya los niños del campamento urbano de verano, y que funciona como un impulso económico.

En opinión de Martorell, la búsqueda de un mercado sostenible y la relación con las empresas es lo que llamó la atención de la Organización de Naciones Unidas, que incluyó la fundación en la Business Guide 2007. Junto a una organización catalana, formó parte de las 85 ONG de mayor confianza para formar alianzas.

En las escaleras del edificio central varios trabajadores corren a secretaría porque están preparadas sus nóminas. La utilidad y la realización personal son las fuentes que llevaron a conformar los talleres. “Es triste y bonito a la vez, pero ahora, con la crisis, hay hogares en los que el único sueldo que entra en casa es el de la persona con discapacidad”, señala Martorell. Para mantenerse, considera fundamental la inversión de empresas privadas, que contratan sus servicios y también acuden para hacer actividades de voluntariado: “Un trabajador enseña al voluntario cuál es su trabajo y así se invierten los papeles. La persona con discapacidad enseña, está por encima”, explica.

Cuando los alumnos del colegio de Educación Especial finalizaban sus estudios con 20 años no encontraban más opciones de estudiar, a pesar de que algunos tenían la voluntad y la capacidad de hacerlo. Por ello, desde hace unos años crearon Campus, un centro de estudios más avanzado, con la intención de integrar a los estudiantes en el mercado laboral ajeno a los centros de la fundación. El objetivo: no fijar unos límites homogéneos a todas las personas que acuden a la organización.

La relación con las personas con discapacidad excede los límites laborales. La fundación tiene un programa de vivienda, con casas tuteladas con apoyo continuo y otras supervisadas, en las que el seguimiento es más espaciado. El miedo de los padres sobre el futuro de sus hijos dependientes, cuando ellos ya no estén, se intenta solventar con formación sobre la vida diaria independiente.

El contacto continuo posibilitó la creación de una unidad de atención a víctimas con discapacidad intelectual, impulsada por la Guardia Civil. Desde el instituto armado encontraban dificultades para tratar con las víctimas de delitos sexuales, por ejemplo para que relatasen lo sucedido. Además, sus testimonios en los juicios a menudo son rebatidos por los abogados de la parte contraria. Desde la Fundación, instruyeron a los efectivos policiales y tratan con las víctimas con el apoyo de un profesional.

Multitud de proyectos que pretenden adaptarse a las necesidades y a los tiempos. “En la unidad de víctimas ahora que ya hemos enseñado a los miembros de la Guardia Civil, el trabajo es diferente, pero siempre hay cosas que hacer”, dicen desde la Fundación.

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