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Las tensiones nacionalistas reaparecen en Bélgica tras la exhibición ultra de Bruselas

Hooligans interrumpen una concentración pacífica contra los atentados de Bruselas

Pablo García

Una semana después de los atentados terroristas de Bruselas del 22 de marzo, todos los actores políticos en Bélgica se acusan entre sí y al final ha sucedido lo inevitable: la crisis institucional por las lagunas de los servicios policiales y la falta de coordinación han dado paso a una crisis nacional en Bélgica, un país extremadamente complejo. La irrupción de 450 ultras en la convocatoria pacífica del domingo en la capital solo confirma la escalada de tensión. Porque la extrema derecha es importante en Flandes y anecdótica en Bruselas y Valonia.

La matanza de noviembre en París y la confirmación de que ésta se diseñó en el distrito de Molenbeek desencadenaron una tormenta de críticas de los nacionalistas flamencos contra los partidos francófonos, mayoritarios en Bruselas. Pero las secuelas de las bombas en el aeropuerto y metro de Bruselas han dado la vuelta a la tortilla: los ministros de dos carteras cruciales como son Interior y Justicia, Jan Jambon y Koen Geens, presentaron su dimisión por los errores en la seguridad federal. Ambas fueron rechazadas por el primer ministro, el francófono Charles Michel, probablemente porque depende de ellos para seguir al frente del Gobierno.

Pero todo se ha desmadrado este lunes, cuando el alcalde de Bruselas (el distrito central y el más poblado de los 19 que hay en la capital), Yvan Mayeur, estalló ante los medios: “Flandes ha venido a ensuciar Bruselas con sus extremistas”, indicó a Le Soir. Antes Mayeur no se mordió la lengua entrevistado por la cadena RTL: “Estoy escandalizado de ver desfilar a más de 400 fascistas frente a la Bolsa de Bruselas”.

Mayeur, francófono del Partido Socialista, reveló que antes del desfile ultra él ya fue informado que un grupo de “energúmenos hooligans” pretendía marchar sobre Bruselas. “Esa gentuza no debía venir a Bruselas”, clamó. Antes de coger un tren a Bruselas los ultras se concentraron en Vilvorde, una comuna flamenca con una importante minoría de francoparlantes. “Y ni la policía local ni la policía de los trenes, que depende del titular de Interior Jan Jambon, hicieron nada para evitarlo”. La responsable de prensa de Mayeur declinó la petición de eldiario.es para hablar con el alcalde: “Estamos desbordados”.

Hay que situar un poco la problemática belga para entender la enésima crisis nacional de un país con dos almas lingüísticas acostumbrado a caminar sobre un fino alambre. Jambon pertenece a un partido de corte independentista y liberal, la Nueva Alianza Flamenca (N-VA), cuyo líder es el alcalde de Amberes, Bart de Wever. Si hace poco más de diez años esta formación luchaba por alcanzar el 5%, la ideología secesionista disparó a la N-VA hasta convertirse en el partido más votado de Bélgica en 2010 y 2014.

La sociedad flamenca lleva dos décadas dando la espalda a sus compatriotas francófonos. Y De Wever eclipsó a la extrema derecha independentista del Vlaams Belang, que en 2004 era la formación más votada. Flandes, de derechas e independentista. Valonia, de izquierdas y unitaria. En medio, enclavada en Flandes, aparece Bruselas, la capital europea oficialmente bilingüe pero en realidad aplastantemente francófona; con una potente clase media-alta de funcionarios comunitarios de los 28 países y una población de origen marroquí hacinada en los barrios más pobres. El cóctel perfecto para que haya problemas.

La división lingüística y las seis reformas constitucionales que ha vivido el país entre 1967 y 2014 han hecho que solo los ciudadanos de Bruselas puedan votar indistintamente a partidos de habla francesa y holandesa (el flamenco es un dialecto del holandés). Los valones no pueden votar a partidos flamencos y viceversa. Y las crisis surgen frecuentemente: la última dejó al país 541 días con un Ejecutivo en funciones entre 2010 y 2011 por la falta de entendimiento entre la N-VA y las formaciones francófonas.

Al lado de Bélgica, los nacionalismos periféricos en España y la ausencia actual de Gobierno son un juego de niños. Por el contrario, el historial de coaliciones belgas contra natura es longevo. No así su duración: desde la Segunda Guerra Mundial ha habido casi medio centenar de gobiernos. La coalición surgida de las elecciones de 2014, denominada “La sueca”, giró a la derecha: está dirigida por un conservador francófono (Michel) pero manejada por independentistas y democristianos flamencos.

Tras los ataques terroristas del 13 de noviembre en París, los nacionalistas flamencos parecieron tomar la iniciativa. Jambon declaró su intención de “limpiar” Molembeek y acusó directamente al PS de permisividad y clientelismo, especialmente al exalcalde de este distrito durante 20 años, el socialista Philippe Moureaux.

Esa supuesta obsesión por la seguridad se convierte ahora en un calvario para la Nueva Alianza Flamenca. Primero, porque Flandes tiene sus propios focos yihadistas, como demuestran la organización salafista desmantelada Sharia4Belgium con base en Amberes o las recientes detenciones en Vilvorde y otras comunas.

Segundo, porque los agujeros en la seguridad más graves se han producido durante el mandato de La sueca: uno de los terroristas que se inmoló hace una semana en el aeropuerto de Zaventem, Ibrahim El Bakraoui, fue detenido y deportado por Turquía, según confirmó Ankara la semana pasada. La liberación este lunes del hasta ahora principal inculpado, Fayçal Cheffou, es otro golpe a los servicios policiales (hay hasta seis cuerpos diferentes operando en Bruselas). El desfile ultra y el cruce de declaraciones son la guinda del pastel.

La extrema derecha repunta en las encuestas en Flandes. Y la extrema izquierda del PTB también alza el vuelo en Valonia y Bruselas. El PS, primer partido francófono, ha pasado al ataque. “Tenemos sentido de la responsabilidad en estos momentos tan difíciles”, confía un dirigente del partido. “No pedimos dimisiones, sino de momento unidad contra el terrorismo”. Nadie da un duro por el Gobierno de Charles Michel.

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