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Chris Isaak refulge en el Olimpo del rock

El Azkena Rock Festival congrega a 35.800 personas en su decimosexta edición

Aitor Guenaga

Chris Isaak no brilla, refulge. Cumplirá este lunes 61 años. ¿Saben dónde está el secreto de su éxito a lo largo de todas estas décadas desde que grabara su Silvertone en 1985? Me atrevería a decir que no reside en la profesionalidad trufada de sentimiento nada impostado, no. Ni en en la demostrada capacidad del californiano para hipnotizar al público con su aterciopelada y susurrante voz. Ni en los trajes de lentejuelas o 'Guggenheim andante' -como el que ha lucido en esta edición del Azkena- que el 'showbusiness' parece obligarle a llevar en cada actuación. Ni siquiera en su manejo del repertorio, abierto tanto a versiones de grandes del rock and roll y de la música estadounidense como Elvis Presley, Roy Orbison (Oh, Pretty Woman), Johny Cash, The Man in Black (Ring of fire) o Jerry Lee Lewis, como a revisitar temas que ya se pasean por el Olimpo del rock and roll por derecho propio. Un ejemplo, su memorable interpretación, una vez más, del Wicked Game pasada la una de la madrugada, ese tema inmortalizado por David Lynch en una versión facturada ex profeso para la película 'Corazón Salvaje'.

No, amig@s míos. El saber hacer de Isaak nace de una relación maravillosa que atesora con su banda... desde hace 30 años. Casi nada. Y está muy proud de ello, de compartir bolos con “mi familia”, como él mismo la llama. Kenney Dale (baterista), James Calvin Wilsey hasta que abandonó la banda y reemplezado ahora por Hershel Yatovitz, el entrañable abuelete Rowland Salley y los teclados pecadores de quien cambió el gospel por el Hammond B por culpa de una desaparición misteriosa del vino de la iglesia. Y se nota. Por eso cuando se sube a escenario, como este sábado en el Azkena ante 17.100 'sinners', según las cifras oficiales de la organización, lo vuelve a repetir. El eterno joven que ha cautivado con su voz y presencia (también en el celuloide) a un público que se ha rendido ante su directo desde su Stockton natal hasta el mismísimo Mendizabala vitoriano, el actor, el surfista, el músico, el amante... no sería lo mismo sin su banda. Sin duda.

“Me gustó mucho Isaak. Es un puto encantador de serpientes. Ayer, gracias a él, seguro que aumentó el índice de concepciones. Qué capacidad de hipnotizar al personal!!”. La cita no es mía. Es de un viejo amigo de la época del instituto que me escribió de madrugada, en pleno concierto, por 'fisbuk' interesado en saber cuánto ha cobrado el californiano por venir al ARF. Seguro que un pastizal (que se lo pregunten a Alfonso Santiago). Pero yo pensé para mis adentros: ¡Qué más da!

Volver a escuchar Two Hearts, ese tema del album San Francisco Days que aún deja al público clavado en el asiento del cine en los créditos de la cinta tras haber visto el violento roadmovie de Toni Scott 'Amor a Quemarropa', o el Graduation Day, con el enorme baterista (en todos los sentidos) Kenney Dale Johnson poniendo la segunda voz, bien vale rascarse los bolsillos. Una vez más.

Este año la lluvia ha respetado a las más de 17.000 personas -35.800 en total se han dado cita en la XVI edición del ARF- No como en 2010, cuando todos esos pecadores que acudieron al festival exorcizaron sus pecados a base de rock y lluvia, roll y más lluvia, gospel, lluvia y más lluvia. Isaak presentaba nuevo trabajo, First Comes the Night, después del Beyond the Sun anterior (2011) y, sobre todo, del magnífico Mr Lucky de 2009. Sonaron temas como el Keep Hanging on y otros. Después de un parón acústico con toda la banda en primera fila, sentados como si estuvieran en un garito de Baja California desgranando buen rock o incluso cantando en castellano un tema que bien podían firmar Los Lobos si ruborizarse. Para retomar la actuación con una declaración de intenciones: The way things really are, porque la vida hay que surfearla, como hizo con la audiencia Isaak hasta que a la 1:58 desapareció del escenario, llevándose a toda su familia y al respetable en el bolsillo de un traje imposible.

La última entrega de la XVI edición del Azkena trajo un poco de todo. En ocasiones, sin solución de continuidad, pasando de la propuesta a veces hipnótica, a veces delicada, siempre lisérgica de Michael Kiwanuka -estuvo en trance durante la parte final de la actuación- en el escenario God, a la potencia sonora y vocal de un santurrón excéntrico como el sueco Ebbot Lundeberg al frente de Union Carbide Productions, con una actuación redonda. O las descargas eléctricas de los Thunder, la pose del Loco, pasando por la voz (aún inconmensurable) de Ian Astbury con The Cult, mucho más que el Electric, el Love y toda esa parafernalia pesada que ha rodeado al grupo desde sus inicios en abril de 1984.

Todo eso ha pasado por este renovado ARF que sigue reinventándose y refrescándose porque el que deja de pedalear se cae de la bicicleta. O lo que en la música viene a ser: el que deja de ir a los conciertos, está mas muerto que Frank Sinatra.

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