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Perfectos desconocidos. Un extraño en tu cama

De la Iglesia: los móviles se usan "como pistolas"

J.M. Martí

Hay cineastas que se inspiran en una idea. Woody Allen, por ejemplo, en Granujas a medio pelo (2000).  Otros se inspiran en una imagen. Alex de la Iglesia podría ser el caso en Las brujas de Zugarramurdi (2013).

Hay cineastas que no necesitan guiones originales para ser autores. Pueden inspirarse en ideas y novelas ajenas, aunque sean mediocres. Alfred Hitchcock, por ejemplo, en Psicosis (1960). Otros necesitan desarrollar sus propias obsesiones. Alex De la Iglesia sin ir más lejos.

Hay directores que nunca dejaron de ser guionistas, Billy Wilder es un caso. También John Huston. Muchos no necesitaban participar en el guion para dejar su impronta. John Ford podría ser una muestra. Alex de la Iglesia, como muchos directores europeos, secuelas al fin y al cabo de la política de autores de los años 60 del siglo pasado, necesita meter cuchara en los guiones de sus películas.

Todo esto viene a cuento porque una película como Perfectos desconocidos confirma algo que ya intuíamos. Alex de la Iglesia tiene sabiduría para dirigir actores y le sobra talento visual como para hacer propias ideas ajenas. Alex de la Iglesia puede brillar cuando tiene un corsé que le impide tomar decisiones que desquician y acaban por arruinar algunas de sus películas.

Perfectos desconocidos es una adaptación de una película italiana, Perfetti sconosciuti (2016), que tuvo en su momento mucho éxito y numerosos premios. Esto facilita las cosas al director bilbaíno que le permite centrarse en lo importante y no en lo accesorio. La película no trata del riesgo del uso (y abuso) de los teléfonos móviles, como algunos han querido ver, si no de las relaciones de pareja y de las zonas oscuras que todos escondemos dentro. Zonas que es mejor no conocer. El final de la película, muy edulcorado, toma así pleno sentido. Mientras tanto, el cineasta vasco acepta, y gana, el tour de force de encerrar a sus protagonistas en un apartamento y dejar que fluyan los conflictos, algunos bastante previsibles. Estos escenarios algo claustrofóbicos son del gusto del director. Algo que ya había probado en El bar (2017) o en La comunidad (2000).

Alex de la iglesia puede tomar en el futuro el camino de las adaptaciones y de la inspiración en ideas ajenas. Paradójicamente igual alcanzamos a ver su mejor y más personal cine.

 

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