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Viento del Norte es el contenedor de opinión de elDiario.es/Euskadi. En este espacio caben las opiniones y noticias de todos los ángulos y prismas de una sociedad compleja e interesante. Opinión, bien diferenciada de la información, para conocer las claves de un presente que está en continuo cambio.

PSOE: el quid de la cuestión

Pedro Sánchez y Susana Díaz

Josu Montalbán

¿Saben lo que ocurrió aquella madrugada en el pueblo gaditano de Espera, en el momento delicadísimo en que los miembros de las cofradías de la Vera Cruz y de las Ánimas rezaban un rosario para conducir en volandas a un miembro de ambas cofradías al cielo? Pues que se suscitó una leve discusión sobre el protagonismo principal de la sencilla ceremonia, los patronos de ambas porfiaron ante una duda que solo les aquejaba a ellos dos y emprendieron una absurda batalla para ver quién de los dos dirigía la oración. Las voces subieron de tono, y cuando se hicieron atronadoras para las medidas del salón en que se celebraba el velatorio, los asistentes le emprendieron a mamporros y puñetazos. El asunto acabo como el “rosario de la aurora”. ¿No es un poco esto lo que está ocurriendo en el PSOE?

No es nuevo todo esto en el PSOE, sin embargo nunca se había presentado como ahora. Queda la esperanza de que, del mismo modo que se solucionaron otras diferencias de mayor calado ideológico, se solucionen ahora estas que obedecen más a tácticas y estrategias, a tratamientos y venganzas. Desatino tras desatino los socialistas hemos llegado a esta situación en que el rigor no es condición indispensable para posicionarse a favor o en contra de unos u otros. A los felipistas (renovadores) y guerristas sustituyen ahora los susanistas y los sanchistas. Es curioso que no se haya acuñado ningún término para nominar a quienes hemos votado a Patxi López, que se ha empeñado sin éxito en coser o suturar roturas, principalmente porque lo que algunos creían que era solamente cosa de hilvanar costuras, no era tal, dado que al PSOE no solo se le han separado algunas piezas debidamente definidas y delimitadas, sino que presenta rotos y agujeros que es preciso zurcir, lo cual no se consigue si no es con mucho tiempo de trabajo, y siempre que las tensiones de quienes se empeñan en hacer irreconciliables las partes aflojen lo suficiente.

El Secretario General Pedro Sánchez está en su derecho de marcar las líneas maestras. Tiene que hacerlo. Y los demás, aunque no nos gusten, tenemos la obligación de respetarlas y apoyarlas, porque nuestra afiliación es voluntaria, pero nuestra actitud no puede estar basada ni en nuestros caprichos ni en ningún tipo de arbitrariedad. Pero la condición humana tiene mucho de mezquindad, y no faltan los que dan mucha más importancia al hecho de considerarse sanchistas o susanistas que al hecho de ser socialistas. He ahí el error. Porque quienes se comportan de ese modo, que llegan a considerarse insustituibles para ganar batallas puntuales que afectan a los posibles liderazgos, resultan ser en muchas ocasiones una rémora para ganar la guerra que permite al PSOE alcanzar el poder, que es imprescindible para transformar la sociedad.

Pedro Sánchez ha sido el más votado para Secretario General del PSOE en toda España a excepción de dos de las tres provincias vascas y de las ocho provincias andaluzas. Su aplastante victoria ha de ser interpretada como tal y no como una derrota de los otros, de modo que no deben atrincherarse en sus reductos (Euskadi y Andalucía) quienes han sido votados en menor cantidad. En sólo una semana las victoria en las Primarias ha generado una nueva élite en el PSOE, un aparato nuevo que acoge, incluso, a diputados no afiliados al partido. Es lógico que una situación extraña genere reacciones no usuales. El aparato “viejo”, con su apoyo “desvergonzado” a Susana Díaz, ha dado pie a este aparato “nuevo” que ya ha adoptado el vocabulario antiguo y anticuado de viejos tiempos, el que nos ha traído hasta aquí. Sin embargo, convendría que el PSOE iniciara una especie de recapitulación, que revisase no solo su Historia sino, sobre todo, los pasos erráticos que ha dado en los últimos tiempos. Y que asumiese que, más allá de su itinerario brillante, tuviese en cuenta la razón que indujo a sus fundadores, con Pablo Iglesias (Posse, que no Turrión) a la cabeza, a crear una ideología y una estrategia basadas en el remedio de las injusticias derivadas de las desigualdades inherentes a esta sociedad capitalista que no tiene en cuenta que los humanos nacimos para ser iguales e insustituibles.

Se equivocan quienes ahora desprecian a los mal llamados “barones”, del mismo modo que se equivocaron los que creyeron que hacerse acompañar por ellos por el mero hecho de considerarse tal era un plus para su elección. El PSOE debe ser un partido en el que los ciudadanos se midan por su “humanidad” y no por sus baronías. Pero, ¡cuidado!, fue un atrevimiento perverso otorgar “baronías” sin ton ni son a quienes aún no han demostrado la nobleza suficiente. Ahora resulta ser otro atrevimiento usar el mismo término (“baronía”) en sentido despectivo. ¿No es una insensatez despreciar las baronías de todos menos la de la región española en la que la victoria de Pedro Sánchez ha sido más abultada, Cataluña? ¿Es acaso más “barón” Iceeta que Puig, Vara, Page, Lombán, Fernández, etc? ¿Es acaso “baronesa” la compañera Armengol, que hizo un giro de noventa grados de modo tan escandaloso? ¿Constituye un aval para el nuevo periplo del PSOE la vuelta al redil de la huidiza “socialista” Beatriz Talegón? ¿Y qué decir de los miembros de IS, que se han mostrado públicamente con una división de opiniones tan difícil de interpretar?

Seamos prácticos. Colaborar con el nuevo tiempo que se abierto y con el nuevo Secretario General Pedro Sánchez requiere como condición previa asumir que el socialismo y el PSOE son más importantes que el mero hecho de ser partidario de uno u otro líder, que ser sanchistas o susanistas, que son términos que acabarán justamente cuando Pedro Sánchez o Susana Díaz dejen de estar presentes. Es una responsabilidad ineludible para mí ser socialista, aunque no lo sea ser ni sanchista ni susanista.

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