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“La democracia real solo es posible si no estamos en el capitalismo”

El diputado de Izquierda Unida Alberto Garzón. / Marta Jara

Olga Rodríguez

  • Versión íntegra de la entrevista al diputado de Izquierda Unida que fue publicada en el número 1 de la revista Cuadernos de eldiario.es, monográfico sobre la transición española (disponible aquí)

A sus 27 años, es el diputado más joven del Congreso y el tercer político más influyente en Twitter. Nos reunimos con él para abordar su visión de la transición española, de la situación política actual y del papel que la izquierda puede jugar en el futuro.

Pregunta: ¿Qué fue la transición española?

Alberto Garzón: La transición quedó reflejada en la Constitución del 78, en la que hay elementos positivos para la construcción de la democracia, que son los relacionados con la construcción del Estado de bienestar, conquistados por la presión de los trabajadores de la lucha antifranquista. Y por otro lado hay muchas cesiones consecuencia de la correlación de fuerzas existente.

¿Qué cesiones?

La transición consigue la legalización de partidos pero sin modificar el proceso de distribución de la renta, la riqueza o el poder. Es decir, las oligarquías del franquismo siguen siendo después las oligarquías de la democracia, incluso los títulos nobiliarios siguen teniendo la misma vigencia. Hay que entender que la transición no se hace por revolución, es una transición de una dictadura férrea que va mutando sin cambiar a las personas, que pasan de franquistas a demócratas en un día. Esto lleva a una amnesia y a un relato de la equidistancia que dice que es lo mismo luchar contra una dictadura que mantenerla.

Habla de una correlación de fuerzas, ¿cree que en este momento se podrían replantear algunas cuestiones de aquella transición?

Sí. El relato de la transición conseguida por hombres brillantes de Estado dispuestos a ceder espacios ideológicos en pos de la unidad común, se ha caído. Los que hemos nacido después del 78 no podemos interiorizar aquél relato. Las instituciones están en crisis no solo por cómo fue la transición, sino también por la crisis económica actual que pone en entredicho las políticas económicas que se han aplicado recientemente y las instituciones relacionadas con el sistema político, la Casa Real o el sistema judicial.

¿Considera necesaria la monarquía?

Soy republicano por convicción democrática, defiendo un sistema en el que todas las personas sean iguales ante la ley independientemente de la familia de la que procedan. Eso por un lado. En segundo lugar, el Rey es un instrumento utilizado para fortalecer ese relato de la transición al que me he referido. Jugó un papel para mediar para construir esa democracia de baja intensidad que hemos tenido desde entonces. Esto no significa que tenga que seguir. Creo que no se le debe nada al en términos políticos. Hay que hablar de cómo nos organizamos como sociedad, de qué sistema nos dotamos y en ese sistema político, a mi modo de verlo, no cabe ningún modelo que no sea completamente democrático.

Se está hablando de la necesidad de superar la Transición. Mientras algunos sectores lo plantean como un simple relevo generacional, otros ven la necesidad de abordar realmente el cambio de un modelo ahora hegemónico en el que solo hay espacio, como diría Ignacio Ramonet, para el pensamiento único o dominante.

El cambio generacional o de caras puede ser algo que tiene que ver más con la comunicación o el marketing político. Lo que hay que cambiar son las instituciones. Eso implica que hay que cambiar la forma en que nos dotamos de reglas. Se necesita una nueva Constitución que pueda reflejar una ruptura con instituciones ya caducas. Se necesita concebir la política de otra forma distinta, que se aproxime de verdad a fenómenos como la corrupción, la organización de la economía y los servicios públicos. Esto requiere un cambio de reglas. Por mucho que cambien las caras, si no cambian las instituciones sigues jugando en el mismo tablero de ajedrez, con las mismas reglas.

¿De qué modo habría que modificar esas reglas?

Creo que lo que hay que concebir es que la democracia sólo es posible si no estamos en el capitalismo. Estamos en una democracia de mercado en la que el que tiene más dinero es el que más manda. Si los recursos económicos no son gestionados por toda la sociedad, nos encontramos con que hay una minoría que tiene una capacidad democrática de toma de decisiones mucho mayor que el resto.

Si hubiera una democracia real, económica, nuestra capacidad de acción iría mucho más allá que un voto cada cuatro años. Decidiríamos qué hacemos con los recursos económicos, a qué los destinamos. Sería por tanto deseable una Constitución en ese sentido, que garantice una democracia económica, porque si no, ocurre lo que pasa en la actualidad, que el propio gobierno se disocia del poder. Llegas al gobierno y te das cuenta de que careces de instrumentos y capacidad de acción. Le ocurrió a Zapatero: Sin banca pública, sin capacidad fiscal, sin grandes empresas públicas, lo que le queda es pedirle a Botín y al Santander que se comporten bien. Estamos en una democracia representativa casi pura y es preciso girar hacia otro lado del péndulo para avanzar hacia una democracia participativa.

¿Qué debe hacer la izquierda para impulsar ese giro?

Necesita recordar que en el pasado tuvo que hacer muchas cesiones que no son comprendidas por los más jóvenes. Y al hacer aquellas cesiones se desprendió de símbolos identItarios, lo que contribuyó a que su base social se disgregara. Construir una base social implica dotar de una identidad a un proyecto. Ahora tenemos una democracia donde los partidos políticos tienen un papel nuclear, están configurados de una forma muy antidemocrática y rígida en su funcionamiento interno, con procesos de promoción muy poco meritocráticos. Esto ha facilitado que los partidos tengan unas oligarquías cooptadas por el poder económico en los casos en los que ha habido una gestión institucional, sobre todo PP y PSOE. Esas oligarquías no están dispuestas a pactar en términos de programas o ideas. Por eso la unión de los partidos es muy difícil.

¿La unión de la izquierda?

Sí. Cuando se dice ‘vamos a unir a la izquierda’, esto es extraordinariamente complicado por el modo en que están configurados los partidos. Sin embargo, es mucho más factible reagrupar las bases sociales de esos partidos, con inquietudes similares. Porque, por ejemplo, la base social del PSOE tiene una intersección ideológica muy amplia con Izquierda Unida y con otros partidos de izquierdas. Es por ahí por donde hay que avanzar.

No es casualidad que en sitios como América Latina los procesos de transformación que han ido a la raíz del problema los hayan llevado a cabo movimientos nuevos que han aglutinado muchos sectores antiguos. Por ahí tienen que ir las directrices: un proyecto político y económico que dé respuesta a los problemas de la ciudadanía, que construya una democracia y que intente centrarse en las ideas y en el programa y no en las cuestiones identitarias de cada partido, porque ahí sí que va a haber obstáculos.

¿Considera que Izquierda Unida está dispuesta a esto?

Izquierda Unida es un conglomerado enorme de diferentes tendencias enfrentadas en gran medida entre sí, no tiene una voz propia a nivel de este tipo de proyectos, sino que hay muchas tendencias internas y este problema no se ha afrontado de forma directa hasta ahora. Por tanto no existe una respuesta. Los hechos demuestran que en gran medida sí. Galicia es un ejemplo: se ha demostrado que hay un proyecto nuevo que no es solo un aglutinamiento de siglas sino que debajo hay una base social que se siente partícipe. Cuando sumamos, por ejemplo, Esquerda Unida con Anova el resultado se multiplica porque se trata de un proceso de integración y no solo de una alianza táctica. Esto la ciudadanía lo percibe. Hay otros ejemplos que demuestran que se camina mucho más lento, donde hay bases sociales prácticamente idénticas que están votando a partidos totalmente distintos, donde se origina una situación que parece propia de [la película] “La vida de Brian”.

Creo que IU debe replicar y mejorar el fenómeno de Galicia. Muchos estamos por esa línea, pero es verdad que no todos. Es un proceso lento, difícil, pero juega a nuestro favor el empuje de la sociedad. Ahora mismo la organización es lenta en comparación a cómo reacciona la sociedad más espontánea en término sociales, como la PAH, el 15m y otros movimientos que van dos pasos por delante de la posición oficial de IU. La propia sociedad está empujando más y esto puede facilitar el cambio en IU. Pero no sabemos si será tarde o si antes la frustración de la ciudadanía se canalizará de otra forma antes de entender de que IU es un instrumento útil.

La gente necesita un instrumento: O Izquierda Unida se convierte en ese instrumento, o si no, la gente buscará otro. Por eso IU tiene que mostrarse atractivo, demostrar que puede aglutinar a la gente a través de un proceso de refundación como el que se planteó en el pasado, en el que se dijo: si organizamos una asamblea y viene mucha gente y queremos constituir y disolver IU en una sigla distinta, lo importante es aglutinar a la gente en torno a un proyecto y no la bandera que llevamos. No funcionó entonces pero ahora estamos en un contexto completamente diferente en el que se podría avanzar en esa dirección.

Es decir, ¿habría que contar con los movimientos sociales?

Sí, a eso me refiero. Las encuestas reflejan un alto nivel de aceptación de las pensiones y la sanidad públicas o de la dación en pago retroactiva superior siempre al 70%, pero sin embargo el Parlamento vota siempre en dirección contraria. La voluntad de la ciudadanía se pierde en ese camino. Hay trampa. Se define la voluntad de la gente solo a través del resultado electoral que obliga a concentrar toda tu ideología en un voto.

Un proceso constituyente implica reunir a la ciudadanía para que debata lo que hay que consolidar y reformar, y eso no se puede hacer solo con los partidos tradicionales. Por ejemplo, Izquierda Unida, que se define actualmente como partido y movimiento social, tiene que seguir perdiendo parte de partido y ganando parte de movimiento social para establecer mayor horizontalidad. Todo esto es un proceso. Si se aborda, se verá que mucha gente que votó al PP en determinados momentos va a defender la sanidad pública, por ejemplo. Hay que romper por tanto esa mediación rígida de los partidos y es fundamental que movimientos sociales como el 15M o la PAH participen en ese proceso.

¿Este proceso es posible dentro de la Unión Europea?

El proceso de construcción de la Unión Europea siempre estuvo dirigido por intereses nacionales, sobre todo de Alemania y Francia. Y en él se produce una ruptura cuando Alemania se reunifica: se convierte entonces en el motor fundamental de de la Unión Europea que impone sus condiciones, su tablero, sus reglas. Una de ellas es el Banco Central Europeo, que se constituye a imagen y semejanza del Banco Central Alemán, que marca la forma de construcción de la UE. Y no es casualidad que se flexibilicen los movimientos de capitales, que se construya esa unión financiera al margen de una unión política y fiscal.

Es una construcción ideológica pero no democrática que responde muy bien a lo que decía Hayek, el ultraliberal, y es que la economía debe estar alejada de la ciudadanía, que no debe ser debatida democráticamente. El Banco Central Europeo es el mejor ejemplo. Se divide a la población en dos: tecnócratas que dicen saber lo que quiere el resto del mundo y que se presentan a sí mismos como neutrales, y la otra parte que se supone que somos los que tenemos impulsos irracionales como la voluntad de redistribuir la riqueza, la renta, etc. Decía Hayek que lo que se hace para cortocircuitar esos deseos democráticos de la ciudadanía sobre la economía es construir instituciones supranacionales que eviten que la gente pueda decidir sobre estos temas. La construcción de la Unión Europea responde a esa construcción elitista y antidemocrática.

Si hablamos de esta UE no cabe ningún tipo de alternativa. Esto es algo que el PSOE no ha comprendido porque otorga legitimidad a estas instituciones. Si aceptas ese marco de libertad de movimiento, ese marco antidemocrático, no cabe un proyecto alternativo. Ahora bien, en términos teóricos sería ideal construir una UE distinta, democratizar el BCE, impulsar una unión política y fiscal. Pero no es probable que esto ocurra porque la correlación de fuerzas actual no va en esa dirección. Entonces, ¿qué sería lo mejor? Que esa articulación de alternativas se haga en la periferia de Europa, entre Grecia, Portugal, España e Italia fundamentalmente, que compartiendo su papel dependiente de un centro europeo puedan convertirse en un punto fuerte para negociar, casi forzando a las instituciones supranacionales a una modificación. Es decir, una especie de lucha de clases a nivel estatal que diga: “o esto se cambia o hacemos implosionar la UE”. No podemos ir hacia una autarquía pero tampoco terminar absorbidos por instituciones antidemocráticas que conducen a un modelo injusto y antisocial y que abren la puerta al fascismo. Es más posible un marco en la periferia de la UE y para ello hace falta una correlación de fuerzas a nivel interno nacional.

Los sindicatos jugaron un papel importante en la Transición. ¿Cómo ve su situación actual?

Los sindicatos tuvieron la capacidad de aglutinar la frustración de la ciudadanía. Pero dependen del modelo productivo. Ahora las industrias grandes casi no existen. En Andalucía es muy difícil encontrar empresas de más de cien trabajadores. Ha habido decenas de reformas laborales, todas ellas encaminadas a flexibilizar, y ello ha reducido la capacidad de afiliación de la gente. En sectores jóvenes, como el mío, es muy difícil afiliarse a un sindicato. Primero, porque la tasa de desempleo es enorme. Y segundo, porque quienes trabajan lo hacen en sectores muy precarios, como el sector servicios. Es fácil que te despidan solo por afiliarte y ya casi está amparado por las leyes en la práctica.

Por eso hay sectores que ya no se referencian en los sindicatos como forma de lucha, sino en otras luchas más transversales. Los sindicatos o entienden la nueva realidad o se pueden convertir en una fuerza conservadora que defienda solo unos espacios privilegiados en el seno de la empresa y que estén desconectados del resto de la sociedad. No están preparados para un escenario de seis millones de parados. El sindicato tiene fuerza en un contexto donde se alcanza casi el pleno empleo. El principal objetivo de la reforma laboral es atacar a los sindicatos. Pero como fórmula de lucha no pueden ser considerados el único modo y ni siquiera el mejor o el más organizado. Sería un error seguir pensando en términos de “mi lucha está en el partido y mi referente es el sindicato”. Esos términos clásicos no se dan porque la realidad ha cambiado.

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