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Aceptar “lo posible” fue un negocio desastroso

Suso de Toro

Lo que vive la sociedad, lo que vivimos en nuestros trabajos, en nuestro paro, en nuestros servicios públicos, en nuestros derechos... Son unas presiones tan graves que casi no parece serio detenerse a considerar los problemas de algún partido político. Están tan desprestigiados los partidos, especialmente en la izquierda, que han perdido totalmente su carácter de referencia única y aún de mera referencia. Las ganas son de mandarlos a paseo sin más. Y eso sería caer en una trampa, eso pretenden los poderes que sajan con bisturí a la sociedad.

Al PP no le preocupa el desprestigio de la política y los políticos, sabe que en la sociedad española la derecha es muy militante, y aunque acuse el desgaste siempre conservará un suelo cómodo para resistir y reaccionar luego. La experiencia demostró una y otra vez que en España si un partido presenta a un candidato convicto y preso por graves delitos habrá mucha gente que lo vote igualmente.

Pesa más el sectarismo que la moral. Especialmente en la derecha, si se demostrase que hace tiempo Rajoy hubiera desaparecido, bien por motivos biológicos, bien porque fue abducido por marcianos, bien porque fue arrancado de entre nosotros por un carro de fuego que se lo llevó al cielo, y que su imagen en las pantallas solo fuese un croma, muchos de sus seguidores seguirían aceptándolo como su líder. Votarían a una imagen en las pantallas.

Pero la izquierda es mucho más frágil, más sensible al castigo por sus pecados, y lo sabe, aunque actualmente parece que el PSOE desconoce hasta qué punto pasan los sectores sociales que en otro tiempo lo apoyaron. La clave es otro tiempo, un tiempo pasado y distinto a éste. Su dirección sabe o cree saber que, aunque las aguas estén desbordadas, acabarán volviendo a su cauce, y que puede ser continuista de lo ocurrido e instituido y, al tiempo, ofrecerle a la sociedad una renovación y una salida. Puede que tengan razón, que la sociedad les crea. O puede que no.

Podríamos hablar aquí sobre la crisis del modelo de la socialdemocracia europea, pero nos bastará con pensar en que tanto los gobiernos de González como los de Zapatero se han basado sustancialmente en lo mismo: en la aceptación por parte del poder político de las reglas existentes en el sistema económico español.

González, gracias a la bonanza del dinero europeo, extendió la protección del Estado y repartió dinero público para grandes infraestructuras. Zapatero, gracias a una burbuja inmobiliaria que infló el Gobierno de Aznar, extendió los derechos sociales y la protección del Estado y repartió dinero público para grandes infraestructuras. De ambos casos tenemos frases que resumen la aceptación y aún el entusiasmo con el modelo: de una época es aquello de que “España era el mejor país para enriquecerse”, y una época después lo de que “bajar impuestos puede ser progresista”. De hecho, hay continuidad entre los equipos económicos de ambos presidentes.

Pero la crisis nos demuestra de modo rematadamente claro que se acabaron todas las posibilidades que ofrecía ese modelo para repartir riqueza de un modo justo, y que la marea va exactamente en sentido contrario. La ficción que hemos vivido era que el poder político era un verdadero poder y controlaba y regulaba al sistema económico. Ahora eso inspira risa amarga: el poder financiero se ha merendado al poder político y eructa en nuestras narices.

Los dirigentes del PSOE creen que les conviene distanciarse de la última etapa de Zapatero, la cosa es mucho más seria. En primer lugar es injusto, pues de ahí vienen ellos; en segundo lugar, la sociedad ve que es un gesto oportunista y, en tercer lugar, porque a Zapatero le estalló el modelo en las manos.

Para la banca alemana y española todo está bien y sólo hay que aguantar, o sea que aguanten los de abajo, y esperar a que pase, pues el modelo funciona. Pero, para quien quiera hacer políticas sociales, el modelo ya no vale. Tanto el PSOE como IU o cualquier otra organización que quiera una sociedad más justa tendrá que cuestionar y combatir democráticamente el sistema financiero mundial, europeo y español en su forma actual.

Naturalmente soy consciente de que estamos hablando de lo que es posible y lo que no, pero creo que, llegados aquí, sólo defendiendo imposibles conseguiremos algo.

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