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Democracia más allá de las urnas, trabajo más allá del empleo

Concentración ante el Congreso para que la ILP contra los desahucios siga adelante. / Efe

Carlos Delclós / Jorge Moruno

Eppur si mueve

Y sin embargo, se mueve…

-Galileo Galilei

Una de las artes en la política es insistir en una demanda particular que, a pesar de ser plenamente realista, factible y legítima, inquieta el corazón de la ideología hegemónica.

-Slavoj Zizek

Han pasado casi dos años desde que la indignación llenó las plazas y las redes con su particular mezcla de euforia, voluntad y apoyo mutuo. Desde entonces, al no proporcionar imágenes tan espectaculares como la ya icónica foto de la Puerta del Sol resplandeciente, algunos han dado por muerto al movimiento. Sin embargo, durante los últimos meses hemos visto todo lo contrario.

Las conclusiones del último estudio de la Fundación BBVA sobre las perspectivas, actitudes y valores centrales de los ciudadanos en 10 países europeos sugieren que el discurso elaborado por los indignados es ya el marco interpretativo de la crisis para el común de la gente. Por otra parte, en vez de optar por la representación parlamentaria, los movimientos parecen haber optado por una praxis democrática más directa.

El ejemplo más conocido de este pragmatismo de movimiento es la ampliamente apoyada Iniciativa Legislativa Popular por la dación en pago. Pero existe otra demanda clave que se dará a conocer en forma de ILP a lo largo de las próximas semanas en Cataluña y en el ámbito europeo. Se trata de la iniciativa por la Renta Básica.

Ambas iniciativas se enfrentan a la multiplicidad de lagunas democráticas que caracterizan al régimen surgido de la Transición. Pero mientras que la ILP de la dación en pago se centra en las injusticias vinculadas a uno de los pilares básicos del modelo productivo y social español (el ladrillo), la Renta Garantizada de Ciudadanía y la Renta Básica apuntan a las contradicciones que surgen de las relaciones entre el capital, el trabajo y la vida en común.

Algunos se preguntarán de dónde habrá salido la idea de que, sabiendo que el sistema económico está hundido y es incapaz de generar empleo, se piense que una renta garantizada por el mero hecho de ser adulto y vivido aquí más de 12 meses es una opción. Algunos incluso lo tacharán de indolencia. Pero estas reacciones ignorarían la realidad que se ha vivido desde el movimiento y lo profundo que ha sido como proceso de socialización.

Lejos de tratarse de una mera expresión colectiva de ideales, en los últimos años la movilización ha realizado un trabajo pedagógico formidable que ha confluido de forma fortuita con la consolidación de un sector demográfico marcado por la precariedad. Un sector inmerso en una realidad material desoladora y sin narrativa, que por lo general cuenta con una cualificación muy por encima de las posibilidades laborales existentes. A pesar de buscar trabajo donde lo haya, muchas de estas personas se encuentran con una abundancia de tiempo libre que les permite, en la medida de lo posible, elevar el foco, reflexionar y poner en duda lo que se presenta como una lógica objetiva y neutra.

No debería extrañar a nadie que se promuevan ahora estas iniciativas ya que no solo constituyen una lectura alternativa al caos del statu quo, sino que también ofrecen soluciones sencillas a los problemas reales de quienes más sufren los efectos de la crisis. En unas condiciones materiales tan adversas, donde el empleo que se ofrece es temporal y mal pagado, no es difícil concluir que una sociedad fundada sobre el eje del empleo funciona al mismo tiempo como embudo y zanahoria, precisamente, -o por ello mismo-, cuando éste pierde su centralidad en la reproducción de la vida.

“El tiempo de trabajo”, decía Marx, “es para el capital el único principio determinante”, pero, actualmente, “el trabajo inmediato deja de ser el elemento determinante de la producción”. Ante la imposibilidad de seguir pensando en el empleo como la vía de integración social y económica, en una sociedad cuyo motor productivo reside cada vez más en la producción social, que incluye pero desborda a la jornada laboral, vemos cómo va desapareciendo la seguridad vital asociada a la tenencia de empleo.

Aparte de los indignados, quienes más han entendido esta transformación son los gurús de la nueva gestión empresarial. Este paradigma da por hecho que la noción clave para ubicarse en una realidad cambiante es la de pasar de considerar a la población como trabajadores, para convertirla ahora en supuestos protagonistas de su vida, en empresarios con la responsabilidad de desarrollar sus propias capacidades en el mundo-empresa.

De lo contario, cada cual será culpable individual de su situación. Se trata de una construcción discursiva que pone el foco en el desarrollo personal, la responsabilidad o el trabajo en equipo, que entiende que debes servir las necesidades del mercado y no al revés. Lejos de la emancipación y en ausencia de un poder colectivo, la gente se ve más sometida a las necesidades empresariales y financieras que les conducen por el camino hacia la servidumbre.

Ante esta opción, los movimientos sociales han entendido que la respuesta no puede seguir insistiendo únicamente en la defensa de lo hasta ahora conquistado, sino que deben explotar las posibilidades transformadoras que se abren en el presente. Si el empleo no es ninguna garantía para el desarrollo vital, no se puede esperar que el reparto de la riqueza recaiga unilateralmente en el salario, o en la búsqueda individual personificada en esa atomización extendida llamada emprendedora.

Día tras día, la narrativa que llega a través de los medios de comunicación habla de los escándalos de corrupción o de las ineficiencias que impregnan la arquitectura institucional y hegemonía cultural surgidas en España desde la Transición, pero en ningún caso, plantean la posibilidad democrática de romper con la línea marcada desde el dogma neoliberal. Quienes se movilizan han entendido que es la hora de erosionar esa idea enquistada y desenvolver las capacidades histórico-políticas que tenemos delante, de trabajar para que la fortuna y la virtud terminen por encontrarse al lado de la democracia.

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