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¿Cómo así que las Farc no van a pagar cárcel?

Gumersindo Lafuente

Desde Colombia, desde Medellín, la llamada capital del no, el resultado del referéndum del próximo domingo no se ve tan claro. En la calle, en el metro, en los taxis, no se percibe una mayoría tan abrumadora como podría esperarse de unos acuerdos que van a poner fin a una tragedia que se ha cobrado más de 250.000 muertos y ocho millones de víctimas durante 50 años.

Aquí, en la en otro tiempo castigada capital de Pablo Escobar, la sombra de Álvaro Uribe es alargada. El expresidente, enemigo acérrimo de los acuerdos de paz, impulsor incansable del voto del no, conserva buena parte de su crédito político en la ciudad que le vio nacer y de la que llegó a ser alcalde. Es tanta su influencia, que el actual regidor, Federico Gutiérrez, no ha hecho pública su decisión de voto hasta el último momento. Dirá sí, pero a título personal y sin mojarse en la campaña.

Y es que pactar una paz después de tanta sangre no es tarea fácil. Los puntos delicados y polémicos de los acuerdos negociados durante cuatro años en Cuba y firmados el pasado día 26 en Cartagena de Indias son casi todos. La reparación a las víctimas, el castigo de los victimarios, la entrega de las armas, el pago de subsidios a los guerrilleros, la llamada justicia transacional o imperfecta.

Se explica todo esto muy bien en una serie de vídeos del periódico El Espectador, en los que se enfrentan en lenguaje coloquial los pros y contras de cada decisión, que al fin y al cabo es una cesión para poder llegar a un acuerdo que termine con la guerra. Viendo ¿Cómo así que las Farc no van a pagar cárcel?, ¿Por qué le van a dar un cojonal de plata a las Farc? o ¿Cómo así que las Farc se van a tomar el Congreso?, se entiende mucho mejor lo que aquí está sucediendo que leyendo los cientos de folios de los acuerdos y los miles de artículos de los analistas. Al final, el titular es insoslayable: si queremos acabar con las Farc, tenemos que admitir cierto grado de impunidad.

Lo que sí parece claro, incluso independientemente del resultado del referéndum, es que la voluntad de la guerrilla de abandonar la lucha no tiene retorno. Timochenko fue directo en su duro, largo y emotivo discurso de Cartagena. Reivindicó la lucha de sus comandantes, casi todos caídos en combate, pero pidió perdón, en directo, ante el mundo y sin matices. El presidente Santos no se quedó atrás y cerró el que se puede considerar uno de los momentos más trascendentales de la historia de América Latina de los últimos cien años con un compromiso franco de reconciliación.

Fueron unas horas muy bellas las vividas en la ciudad caribeña. Inundó el auditorio el aroma de una Colombia hermosa y por fin con un futuro sin tanto dolor. Junto a los negociadores del Gobierno y de las Farc, a Ban Ki-moon y a Juan Manuel Santos y Rodrigo Londoño (Timochenko), tuvieron un especial reconocimiento los representantes de los países garantes y acompañantes. Allí estaban Raúl Castro por Cuba y Borge Brende, ministro de Asuntos Exteriores de Noruega. Y Michele Bachelet por Chile y Nicolás Maduro por Venezuela. Y también hubo un reconocimiento expreso al impulso que en su momento dio a las negociaciones el fallecido Hugo Chavez.

¿Y dónde ha estado España en todo este proceso? La verdad es que la ausencia de Felipe VI en Cartagena es incomprensible. No sé, nadie se ha manifestado, si el rey quería ir y ha sido el Gobierno –quizá presionado por los mensajes de Uribe o Pastrana– el que no le ha dejado, pero se ha perdido una gran oportunidad de revitalizar una presencia que va perdiendo peso y valor en los últimos años. Y digo años porque, no nos engañemos, por mucho que algunos insistan, esta pérdida de influencia viene de lejos y nada tiene que ver con la actual situación de bloqueo de la política española. Allí estaba, es verdad, Juan Carlos I, el rey emérito, sobre el escenario, sentado en la última fila, con cara de pocos amigos y nuestro ministro de Asuntos Exteriores en las primeras sillas entre el público. También Felipe González, que debió hacer un paréntesis en sus enredos político/ periodísticos para cruzar el charco. Triste nivel para un día histórico de los de verdad.

Los premios Gabo y la celebración del buen periodismo

El que sí estuvo presente, en los discursos de Santos y Londoño, fue Gabriel García Márquez. Gabo intentó muchas veces que algo como lo que está sucediendo ocurriera y tiene un especial significado que la firma se haya producido en la ciudad que él tanto amaba.

Y la casualidad ha querido que justo entre el día de la firma y el del referéndum del próximo domingo, se celebre en Medellín el gran festival periodístico de los premios de la FNPI, su fundación. El programa no puede ser más interesante. Arranca con un discurso del director del Washington Post, Marty Baron, seguirá por tres días con múltiples mesas y debates en los que estará muy presente el fin del conflicto y se cerrará el sábado con un gran concierto de la mexicana Natalia Lafourcade.

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