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Periodismo idólatra para el papa Francisco

La información sobre lo ocurrido en el Vaticano ha sido masiva, pero no especialmente de calidad.

Juan Varela

Una gaviota posada en la chimenea del Vaticano fue el augurio de la sorpresa del papa Paco. El ancestral mensaje del humo blanco precedió a la resurrección de la cuenta de Pontifex en Twitter para anunciar el comienzo de un nuevo papado en la vieja lengua latina de la iglesia. Sorpresa. Más de 130.000 tuiteos por minuto saludaron al pontífice. Sólo un adelanto en el diario argentino La Nación previó la elección del cardenal Jorge Mario Bergoglio. La primera elección de un papa vista por su predecesor por televisión, donde la cobertura de la resolución del cónclave lo inundó todo. El papa emérito Benedicto XVI contempló a su sucesor desde su retiro de Castel Gandolfo. El pionero en apostolar desde las redes sociales quizá se sorprendió al ver los perfiles falsos que se abrían con el nombre del ungido.

Francisco es el primer papa elegido en la era de internet móvil. Cuando gran parte de los católicos usan las redes sociales. Cuando las tertulias y los talk shows imponen en las televisiones del mundo su letanía. Cuando la presión de la información en tiempo real sumerge a medios digitales y convencionales de una cobertura que evidencia las debilidades de un periodismo a menudo vacío, insustancial y alejado del interés real de su público.

Joseph Ratzinger, elegido en 2005, fue el único pontífice cuya elección se sometió al ciclo de la información y el entretenimiento en tiempo real. Juan Pablo II, el papa más mediático, acostumbró a los medios a su presencia y sus palabras, pero cuando el cónclave lo eligió la CNN no había nacido y faltaban muchos años para la hiperrealidad acelerada de las redes sociales.

¿Está justificada la enorme cobertura mediática del cónclave? ¿Ha sido adecuada? ¿Responde al perfil de cada medio?

Muchos conservadores se quejan de la frivolidad de la mayoría de los medios y acusan al periodismo progre con bastante razón. El abuso de la opinión sin suficiente fundamento, la insoportable banalidad de las tertulias y el olvido de la información transmutada en espectáculo han dominado páginas, horas de radio y televisión y el flujo incesante digital.

La elección del papa ha llenado los medios de todo el mundo desde la dimisión de Ratzinger, quizá el mayor acto de humanización y desacralización del poder espiritual de Roma que se recuerda. Bergoglio se presentó ayer ante los fieles pidiendo su bendición antes de otorgar la suya. Saludó con un simple buenas tardes y anunció con su nombre de Francisco una vocación de modestia asentada en su preferencia por el colectivo (autobús) y el subte (metro) de su Buenos Aires natal.

La Iglesia es maestra en señales y gestos. El papa Francisco se revistió de ellos: de su nombre a sus palabras y a la elección de su primer atuendo como vicario de Cristo. Los cardenales han elegido con extremo cálculo a un hombre sencillo, latinoamericano pero con profundas raíces europeas por su doble condición de argentino e italiano. El primer papa jesuita, ortodoxo en lo doctrinal y defensor de los desfavorecidos en la vieja tradición de la doctrina social de la iglesia.

Hasta la dicharachera Cristina Kirchner enmudeció y tardó más de una hora en responder en Twitter a la elección de una figura con la que espera problemas. Y lo hizo con la gran contradicción y la inequívoca señal de un frío papel oficial incrustado en la corriente digital.

Hemos leído páginas y páginas insustanciales en diarios que olvidaron pronto el informe secreto de Benedicto XVI sobre los abusos, encubrimientos y corrupciones de una iglesia con muchos tallos podridos. Las apuestas papales volvieron a equivocarse y el boato vaticano llenó los púlpitos mediáticos en todas sus plataformas con muy poco que decir.

Sólo un puñado de medios en todo el mundo cubrieron con profundidad el relevo en el trono de Pedro. Los mayores especialistas en catolicismo, algunos habitualmente serios y otros que no olvidaron la piadosa mirada de su público o la visión laicista de los suyos.

Las batallas doctrinales, sociales y religiosas de la iglesia desaparecieron. La ausencia de especialistas se sepultó con cháchara y copia y pega. Una vez más, muchos se sintieron con la facilidad de opinar cuando no saben y el periodismo olvida que su misión es informar, no saber; averiguar, no sancionar.

La democracia moderna nació con la separación de religión y Estado, y la creación de un espacio público donde los medios de comunicación ayudaron a crear un público suficientemente informado para gobernarse a sí mismo. Ahora a menudo muchos medios parecen predemocráticos con su renuncia a la inteligencia y a la modestia del periodismo frente al enorme ego catódico y digital. Un insulto a su audiencia.

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