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Bergoglio, de azote político de Kirchner a renovador del Vaticano

Bergoglio, reunido en Buenos Aires con la presidenta argentina, Cristina Fernández.

Natalia Chientaroli

Un Papa de perfil muy político para el momento más difícil de la Iglesia. Jorge Bergoglio fue en el cónclave de 2005 la opción a Joseph Ratzinger y llega ahora al balcón de San Pedro poniendo el acento en las características que lo diferencian de la figura del anterior Papa.

Cercano, afable, de costumbres humildes y sin problemas a la hora de polemizar públicamente con la presidenta argentina, Cristina Fernández de Kirchner. Incluso hay quienes le consideran el referente de la oposición al actual Gobierno argentino, que a falta de grandes líderes ha visto en este enemigo declarado del kirchnerismo un hombre de acción, un estratega. Su elección supone en Argentina un verdadero terremoto político.

Si Ratzinger era el conservador erudito y estudioso de la teología, Bergoglio se presenta como moderado y con espíritu renovador. “Tiene ideas más modernas sobre la Iglesia”, aseguran personas cercanas a él. No tanto en cuestiones como la idea de familia –su mayor enfrentamiento con Kirchner fue a cuenta del matrimonio gay– pero sí en cuanto a funcionamiento de la institución y a la atracción de nuevos fieles.

La sombra de la dictadura

La sombra de la dictaduraNacido en Buenos Aires de una pareja de emigrantes italianos de clase media, fue un sacerdote tardío –se ordenó a los 32 años– pero de rápido ascenso por sus dotes de comunicador y su carácter activo. En sólo cuatro años se convirtió en la cabeza de los jesuitas argentinos y, desde allí, en la de la Iglesia de su país.

El ascenso de Bergoglio a la primera línea de la dirección eclesiástica coincide con los gobiernos militares de los años 70, por lo que la sospecha del encubrimiento de los crímenes de la dictadura es una sombra que le perseguirá siempre, mucho más ahora que es Papa. De hecho, Bergoglio fue llamado a declarar en 2011 como testigo en una causa por el robo sistemático de bebés.

También se apunta a su responsabilidad en la desaparición de dos jesuitas a sus órdenes, a los que el ahora Papa si no denunció al menos no protegió de los escuadrones de la represión. Como casi toda la cúpula eclesiástica argentina de aquellos años, si no hubo un apoyo explícito, al menos sí un silencio cómplice, como documenta el periodista Horacio Verbistsky en su libro El silencio. Los defensores del nuevo obispo de Roma señalan en cambio que ayudó a mucha gente a huir de la dictadura.

Ya en democracia, Bergoglio dedicó muchos años a enseñar teología en la universidad. “Es un erudito, un hombre amable y accesible”, recuerda uno de sus exalumnos. De vida monacal, vive en un pequeño apartamento y no en la residencia oficial del arzobispado, y suele viajar en metro o autobús. Incluso, señalan algunos de sus compañeros, cuando viaja a Roma lo hace en clase turista. Pequeños detalles que pueden parecer ínfimos pero que en el seno del poder eclesiástico son vistos por algunos como gestos de alejamiento del lujo de la Curia.

Como presidente de los obispos argentinos (hasta 2011), Bergoglio se convirtió en un personaje político de primera línea. Especialmente conocido es su alegato contra la pobreza en el que criticaba la inacción del Gobierno: “Los derechos humanos se violan no sólo por el terrorismo, la represión y los asesinatos sino también por estructuras económicas injustas que originan grandes desigualdades”, aseguró.

Frases como estas hacen que algunos analistas argentinos auguren que con Bergoglio, para muchas cosas una antítesis de Ratzinger, llegarán grandes cambios al Vaticano, probablemente más que al conjunto de la Iglesia.

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