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Roca se equivocó

Roca recibe los aplausos del presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González.

Suso de Toro

Hace unas semanas el diario ABC dedicaba su portada a Miquel Roca quien, en representación del nacionalismo conservador catalán, fue uno de los siete redactores de la Constitución: “Roca arremete contra España: ¿Pero qué se han creído? Cataluña es nación”.

Se puede opinar si es más “arremetida” la de Roca o la del ABC pero, en todo caso, esa sentencia en la portada del histórico diario de la derecha española es como un decreto de exclusión simbólica de España, tanto de Roca como de la ciudadanía cuya opinión expresa cuando defiende el derecho legal de los catalanes a hacer su referéndum. Más de un 80% de estos. A esta gente se les excluye del marco legal español y de la España política y se les cierra la puerta de atrás. Y tan campantes.

Estos días, en el diario El País, Roca dice que “todo el mundo reconoce que ese modelo se ha agotado, yo creo que no por defecto constitucional sino por la cerrazón del Tribunal Constitucional” y “siento ahora frustración. Lo que era una gran esperanza ha tenido sus frutos muy importantes; pero esto se ha roto. Se ha roto”. Y a continuación reconoce que hoy es imposible reconstruir aquel consenso en el que se basó aquel pacto. El diagnóstico es claro, el pacto está roto y no se puede recomponer.

Y Roca lo lamenta con toda sinceridad, se sabe que sus intereses están en el mantenimiento del marco estatal actual y no tiene interés en negarlo, se aprecia en sus comentarios verdadera tristeza por la pérdida de lo conseguido entonces: “Sabíamos que no estábamos dando respuesta a un hecho coyuntural de una democracia normal, sino constituyendo un nuevo escenario de democracia tras una larga historia de intolerancia, autoritarismo, guerra, represión... Tenía que haber una apuesta por la convivencia, por respetar la diferencia. Por eso la Constitución habla del pluralismo como valor”. “Se habla en España de recentralizar; los hay que lo dicen, legítimamente. Para los que defendieron la descentralización como un hecho esencial de esta nueva España democrática esto frustra”.

Desde la pereza intelectual o la mala intención se puede argüir que Roca es rico, que es abogado de la infanta, calvo, que mete el dedo en la oreja..., pero eso sólo son descalificaciones personales para evitar así encarar sus razones. Se puede estar de acuerdo con él o no, pero hay que saber que intentó participar en la construcción de una España inclusiva que reconocía la diversidad interna, lo probó arriesgándose en una operación política que ya entonces, 1985, parecía inverosímil y que se evidenció imposible: la operación Roca.

Se la jugó impulsando el Partido Reformista Democrático partiendo de un partido catalán, CiU. La experiencia de Cambó demostró antes que era muy difícil que los intereses catalanes encajasen en la política del Estado y, con la operación Roca, quedó claro que no hay sitio para un partido español que no tenga a Madrid como centro y eje. Incluso se puede ir más allá y es razonable conjeturar que Pi i Margall fue un accidente histórico y que ningún catalán que no renuncie a su identidad y a escuchar a su sociedad puede gobernar España (se le toleró a Zapatero que fuese del Barcelona, pero lo pagó caro).

Pero aquel ensayo que acabó en tremenda derrota en los años 80 fue interiorizado con amargura por la política catalana, que dio desde entonces un viraje definitivo: el catalanismo renunció a influir directamente en la política española y pasó a situarse en una posición defensiva, meramente reivindicativa dentro de los límites del Estado español. No se puede resumir aquí un proceso de décadas en el que se fueron separando los caminos por ambos lados pero, sin duda, los vaivenes y ensayos acabaron cuando el Tribunal Constitucional publicó el redactado de su sentencia sobre el Estatut.

Desde ese momento, para esa gran mayoría de catalanes la Constitución quedó atrás y ya están en otra cosa. Ése es un problema político enorme y las únicas soluciones a un problema político son soluciones políticas, alegar que una ley vigente, la Constitución, impide dar soluciones políticas es un insulto a la inteligencia que sólo encubre que no interesa a una parte que mantiene el poder.

Es cierto que fue el PP quien recurrió el Estatuto catalán al Constitucional y quien animó campañas previas contra intereses catalanes, pero no se habría atrevido a hacerlo si no supiese que sus ideas estaban fuertemente ancladas en buena parte de la población española no catalana y que esas ideas e intereses eran compartidos por buena parte de otros partidos.

La entrevista con Alfonso Guerra, que en su día anunció con fruición el “pase de cepillo” al Estatuto en la Comisión Constitucional del Congreso, demuestra que Roca tiene razón en su apreciación de que el consenso constitucional está completamente roto. Guerra obvia en su entrevista las causas de la situación a la que llegó Catalunya y lo resume en la perfidia de los políticos nacionalistas catalanes. Como si no existiesen millones de personas detrás de esas posiciones, personas tan informadas y tan juiciosas, como mínimo, como Alfonso Guerra. Si se quiere enfrentar un problema de tal dimensión, no se puede acoger uno a la conspiración de una minoría perversa dirigida por el supervillano Mas.

La cultura democrática sobre la que se levanta Guerra y sus razonamientos se muestran transparentes cuando señala que quien no respeta los que él considera principios de la Constitución “está fuera de la Constitución y fuera de la democracia.” Sólo hay democracia dentro de esta Constitución. “Somos el pueblo elegido y tenemos nuestras tablas de la ley sagradas. El mundo ahí fuera vive en el pecado y desconoce la democracia verdadera.” Hasta Moisés, se lo vimos hacer a Charlton Heston, rompió unas tablas y subió al monte a buscar otras.

Y de la actitud contraria al diálogo y del encono al que llegó el nacionalismo español lo dice todo cuando insiste en la pertinente aplicación de la fuerza a Catalunya si sus instituciones no cuentan con la autorización del Tribunal Constitucional, viejo amigo de esos catalanes. “Estos miedos que hay, esta cobardía”, dice. No le temblaría la mano y etcétera, etcétera.

No hay estrategias políticas ni líderes que puedan reformar esta Constitución para incluir a la ciudadanía existente, pero es que ya no hay nada que reformar. Lo peor es que no hay estrategias ni líderes para un nuevo pacto constituyente.

Señor Roca, visto cómo evolucionaron las cosas y la situación en la que se hallan, creo que los representantes de los catalanes entonces se equivocaron. No sabían con quién estaban jugando, ustedes creyeron que realmente participaban en un pacto y ahora comprueban que la Constitución es de los españolistas y España, también.

Cuarenta años de franquismo lo impregnaron todo, el Estado de arriba abajo y toda la sociedad, las personas. Y al franquismo le gusta la imposición y el drama porque es como le va bien, esta España de ellos es un espectáculo en el que algunos sueñan en silencio y no tan en silencio con declarar otra vez estados de excepción y sacar a las tropas de los cuarteles contra los civiles. Es algo tan enorme que a mí me cuesta escribirlo, pero ellos se lo sueltan a ustedes en la cara y con letras de molde.

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