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La derecha está inquieta

Albert Rivera, en el Congreso de los Diputados.

Carlos Elordi

Parece que lo tienen todo controlado y que mandan mucho. Pero la crónica política de las últimas dos semanas está plagada de hechos que indican que las cosas no están yendo como el Gobierno y el PP querrían. El proceso contra el presidente de Murcia, el reverdecimiento del escándalo de corrupción de Madrid, las condenas de algunos de sus corruptos más excelentes, la tensión con Ciudadanos y la confirmación de que el encontronazo con el independentismo catalán es cada vez más inminente no son precisamente tranquilizadores para Rajoy. Y no deja de ser significativo que en ese estado de las cosas a la derecha, o a una parte de ella, se le haya ocurrido que lo que le conviene es dar caña a Podemos.

En lo sustancial nada ha cambiado en la relación de fuerzas políticas. El pacto PSOE-PP garantiza estabilidad parlamentaria al Gobierno hasta que se celebre el congreso socialista y Ciudadanos va a mantener su acuerdo con el partido de Rajoy en el horizonte temporal inmediato. Pero el escenario puede cambiar. Al menos en teoría.

La incógnita sobre cómo va a terminar la batalla interna del PSOE es el factor más importante de esa incertidumbre. No sólo porque una victoria de Pedro Sánchez, que hoy por hoy parece muy difícil, podría dejar al PP sin su principal aliado parlamentario, sino porque, aun ganando, Susana Díaz podría tener que hacer frente a una oposición interna con fuerza suficiente para dificultarle seriamente una política de “gran coalición” con la derecha.

El rifirrafe entre el PP y Ciudadanos de los últimos días, aunque no vaya a producir una ruptura de su pacto, podría tener más hondura de lo que parece a primera vista. La palmadita que Albert Rivera se dio en la mejilla para llamar caradura a Rajoy en el Congreso, que ostensiblemente irritó al presidente del Gobierno, y, sobre todo, la petición de una comisión de investigación sobre las cuentas del PP firmada conjuntamente por Ciudadanos, el PSOE y Podemos indican que las relaciones entre ambos partidos atraviesan un muy mal momento.

Y a menos que el PP cambie de actitud en lo que a su inconmensurable corrupción se refiere, esa tensión no va a rebajarse. Ciudadanos ha ido demasiado adelante en la defensa de un cambio radical en esa materia, convirtiéndola en la principal seña de identidad de su partido, como para perder la cara de un día para otro.

Aunque puede seguir mirando para otro lado, la corrupción vuelve a ser un problema político prioritario para el PP. Porque deteriora aún más la imagen pública de su partido y eso de que la gran mayoría de sus electores siguen siendo insensibles a los escándalos es algo que necesita ser demostrado. Pero también porque está poniendo en cuestión su política de alianzas o cuando menos haciéndola cada vez más trabajosa e incierta. Y el partido de Rajoy ha demostrado demasiadas veces que está tan comprometido con sus corruptos como para pensar que vaya a ceder ante quienes le exigen que cambie de actitud en esta materia. En las próximas semanas habrá unas cuantas ocasiones para comprobarlo.

Aunque se haga el duro y repita que tiene todo bajo control al respecto, la dinámica de la política catalana es necesariamente otro motivo muy serio de inquietud para Rajoy. Está muy bien eso de que sus medios afines llenen páginas y más páginas con los juicios y las investigaciones sobre la corrupción de la Convergencia de Jordi Pujol y Artur Mas, ciertamente escandalosa. O de que prohombres del establishment madrileño y del PP mismo insistan en que la solución del problema es la aplicación del artículo 155 de la Constitución, que de una u otra manera anularía las atribuciones de la Generalitat.

Pero no es verdad. Porque el independentismo sufrirá convulsiones internas por culpa de los escándalos. Y puede que hasta pierda algunas adhesiones. Pero no va a desaparecer de la escena. Ni mucho menos. Ni se va a volver a casa porque los enviados de Madrid ocupen los despachos del Govern. Puede que hasta todo lo contrario.

En definitiva que, a menos que se produzca un milagro, se avecina una crisis de estado que cualquier gobernante temería como a la peste. Rajoy la tiene delante de su cara y alguno de sus consejeros debería decirle que nunca se sabe cómo pueden terminar esas cosas. Que hasta pueden volverse en contra suya.

Por lo demás, en La Moncloa sigue actuando un Gobierno en funciones. Políticamente incapaz de aprobar un nuevo presupuesto o de hacer una propuesta consistente en materia de financiación autonómica o de política de pensiones. Es decir, y a la espera de ver cómo se resuelva la crisis del PSOE, sin la más leve intención, o posibilidad, de empezar a hacer frente a los graves problemas del país. Que son muchos y algunos acuciantes. Al menos para las personas corrientes. Sean obreros, técnicos o empresarios.

En esas estamos, cuando ha llegado la ofensiva contra Podemos. Puede que sólo sea una maniobra de distracción. Un recurso para que las teles y los periódicos dejen de hablar tanto de los casos de corrupción del PP. Este viernes, confirmando una vez más que no es una artista de la palabra, María Dolores de Cospedal ha venido a confesar casi abiertamente esa intención en una entrevista radiofónica.

Pero puede que, además, el PP crea que le conviene estratégicamente atacar al partido de Pablo Iglesias. Porque aunque tocado internamente, ha salido bastante indemne de su congreso. Y porque en el movido panorama que se está dibujando puede hacer daño a la derecha. En las municipales de dentro de un año, como socio disponible para entenderse con el PSOE y Ciudadanos –lo de la comisión de investigación de esta semana ha debido de activar alguna alarma en La Moncloa– y como potencial agitador de una movilización social que al PP le haría no poco daño.

Ante riesgos como esos, por muy lejanos e inciertos que parezcan, puede que los estrategas de la derecha hayan pensado que es oportuno hacer todo lo posible para aislar políticamente a Podemos. Para presentarlo como un monstruo con el que aliarse, por ejemplo y eventualmente los socialistas, sea poco menos que un pecado. Lo que tal vez no hayan tenido en cuenta los cerebros grises es que esas maniobras se pueden volver en contra de quien las ha propiciado. Porque pueden reforzar a la víctima del ataque, aumentando su cohesión interna e incluso haciéndolo más atractivo a los ojos de sus simpatizantes potenciales.

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