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Las nuevas líneas Maginot

Andrés Ortega

Están proliferando en el mundo nuevas Líneas Maginot (la que Francia construyó para defenderse inútilmente de una nueva invasión alemana tras la Primera Guerra Mundial), esta vez para impedir la entrada de terroristas, refugiados e inmigrantes ilegales. Desde que hablara yo casi diez años atrás de “los muros de la globalización” –estos se construyen para no dejar entrar, mientras que los de la Guerra Fría eran para no dejar salir–, este fenómeno se ha multiplicado. No es que sea nuevo pues los ejemplos en la historia abundan, desde la Gran Muralla china al Muro de Adriano, aunque aquellos eran para evitar invasiones. Pero en nuestros tiempos, al de Israel para separarse de los palestinos, a los de Ceuta y de Melilla, al de EE UU frente a México (que también tiene una dimensión antidroga), han comenzado a sumarse muchos otros.

Unos son para frenar la inmigración ilegal que entra en la Unión Europea vía Turquía y vía Grecia u otros países de la zona. Bulgaria, el país más pobre de la UE, que desmanteló el muro que impedía a los otros salir cuando estaba bajo la bota soviética, está reconstruyendo una valla bien protegida a lo largo de su frontera con Turquía para evitar una avalancha de refugiados o emigrantes provenientes de Oriente Medio y del Norte de África. En 16 meses, ya ha construido 32 kilómetros, además de reforzar la vigilancia con más agentes y más tecnología, bajo la mirada y la financiación aprobatoria de la Unión Europea, que ve cómo crece el número de los que buscan un refugio (más de 200.000 el año pasado). Pero si llegan a Bulgaria –que no forma parte del espacio europeo en teoría sin fronteras de Schengen– es porque, con otro muro, ese entre Turquía y Grecia, se les cerró otro paso. Ahora, al ver cerrado esa otra vía, optan más por intentar pasar a través del Mediterráneo.

Otros muros se levantan para impedir que lleguen terroristas yihadistas, como la “Gran Muralla”, de 900 kilómetros de largo, que Arabia Saudí está construyendo en su frontera con Irak para impermeabilizarla de ataques por parte del Estado Islámico (EI). Quizás sea el sistema más avanzado que existe con una combinación de vallas de última generación y de zanjas, de vehículos de reconocimiento y de respuesta rápida, y de todo tipo de sensores. Se empezó a construir en septiembre pasado, tras unas incursiones de miembros del EI, también para aislarse del caos en el que está cayendo la región. Los saudíes han levantado asimismo una barrera física, aunque menos sofisticada, de 1.500 kilómetros en el sur, en la frontera con Yemen.

Más que defensivos, todos estos muros reflejan espíritus a la defensiva. Los problemas se intentan contener, antes que resolver. Llevamos muchos lustros hablando de la necesidad de invertir en el Sur para que las poblaciones no se sientan llevadas a traspasar las fronteras para buscar una nueva vida decente, arriesgándose en el empeño como hemos visto con las constantes tragedias en el Mediterráneo. No se ha hecho lo suficiente. Y cuando se actúa, se dejan las cosas a medias. El ataque contra Libia destruyó un Estado y sembró un caos regional, del que ahora muchos huyen en barcos cada vez más grandes controlados por mafias. Como también lo hacen, al encontrar cerradas otras vías, los que intentan escapar de la guerra civil en Siria. De hecho, la mayor parte de los emigrantes y demandantes de asilo que intentaron llegar a Europa en 2014 huían de Siria, Eritrea, Mali y Nigeria.

Y aunque ahora, tras la cumbre europea extraordinaria (que ha puesto a la luz las divisiones en la UE) se refuerce con más medios para evitar tragedias como las vividas estos días, la Operación Tritón de la Unión Europea, sigue teniendo la función esencial de parar en el mar la llegada de esos inmigrantes ilegales, también acelerando su devolución cuando son detenidos. Es una especie de línea o muro líquido, frente a un fenómeno que también es líquido. Reemplazó a la operación italiana Mare Nostrum, cuya prioridad eran los rescates de botes de emigrantes en el mar, operación que tuvo un “efecto llamada” inmediato, insólitamente no previsto. No se trata, evidentemente, de abrir de par en par las puertas de la UE a todo el que quiera entrar. Pero todo ello forma parte de la confusión general  en muchos países y en la propia UE sobre la inmigración en general, y sobre la irregular en particular.

En cuanto al terrorismo, incluso con las mejores tecnologías, no se le podrá amurallar. Sí es necesario combatirlo con otros métodos –algunos están en curso– que requieren perseverancia. La amenaza, como se ha visto en París o en otros lugares, proviene no solo de fuera sino de yihadistas nacidos en Europa y con nacionalidad local. Están dentro del muro.

El cambio en la mentalidad en la UE se está viendo con el nuevo enfoque que está dando a la política de vecindad al Este y al Sur. Ya no se trata de rodearnos de un cinturón de países bien gobernados, mejor aún democráticos, sino de garantizar la seguridad de los propios europeos. Y para ello la UE no mira sólo a los vecinos, sino más allá: a los vecinos de los vecinos. Con una mirada sobre todo securitaria, más que humanitaria o de derechos humanos. Cuando lo que se necesita es un enfoque radical, es decir, que vaya a la raíz de los problemas y de los retos; de las soluciones, o al menos de sus paliativos. Pues soluciones, lo que se dice soluciones, no las hay. Por muchos muros que se levanten.

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