Tener a Fitzgerald por padre
Nueva remesa de cartas de escritores; esta vez le toca a Francis Scott Fitzgerald. Se publica Cartas a mi hija, un volumen que, por primera vez en español, reúne la correspondencia que Fitzgerald mantuvo con su única hija, Scottie, desde el primer campamento de la pequeña hasta que comenzó sus estudios universitarios. En ellas, el escritor trató de transmitirle tantos y tan buenos consejos como le fue posible, aunque ella no les prestaba demasiada atención. Pero él también se escribía a sí mismo en un intento –tal vez inconsciente– de evitar caer en la espiral autodestructiva que supuso su debacle. El autor de El gran Gatsby aconseja a su hija en esas líneas sobre cuestiones literarias y estilísticas, le recomienda ser en el futuro una mujer atenta, disciplinada y estudiosa... En fin, el cometido de cualquier padre, pero con una intensidad solo proporcional a la conciencia que tenía de lo que se les iba a venir encima.
Frances Scott Fitzgerald, Scottina, dedicó parte de su vida a publicar esas cartas que admitió no haber apreciado en su momento, cuando solo esperaba encontrar en ellas cheques o noticias más jugosas. Pero harta de opiniones, quiso mostrar una imagen de su padre que los demás desconocían, por eso las rescató. “Escuchen ahora atentamente a mi padre. Porque da buenos consejos y estoy segura de que, si no hubiera sido mi padre, a quien tanto amé como odié, ahora sería la mujer más cultivada, atractiva, exitosa e inmaculada sobre la faz de la Tierra”, dice en el prólogo del volumen. Ella no pudo escucharlo con atención y reconoce también, apesadumbrada, que la frialdad que rezumó de su actitud era producto de comprender “que solo había una manera de sobrevivir a su tragedia [la de su padre], y era ignorarla”.
No se le puede culpar, uno no siempre tiene edad de comprender. Y lo que es más cierto todavía: no puede elegir a su familia.
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