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El paro femenino ya no es lo que era

Paro femenino

José Saturnino Martínez García

A pesar de la lucha feminista por la igualación de las condiciones de vida, la inserción laboral de las mujeres sigue siendo más precaria que la de los hombres, con más trabajo a tiempo parcial no deseado y peores salarios en empleos equivalentes al de los hombres. Pero que las cosas sigan mal no quiere decir que no haya habido cambios sustanciales en las últimas décadas. A mí, el cambio que me resulta más llamativo es el que tiene que ver con el paro, pues parece que un genio maligno oyó las plegarias por la igualación de la tasa de paro entre hombres y mujeres, y para ello decidió aumentar el paro de los varones. El mayor crecimiento del paro masculino de la crisis se explica por el componente claramente sectorial, pues se debe a que el gran peso del empleo destruido ha sido el de un sector tan masculinizado como el de la construcción. Si bien es cierto que en el conjunto de la población el paro femenino es mayor que el masculino, lo cierto es que la diferencia entre ambas tasas está en mínimos históricos, y que incluso en ciertos colectivos, como inmigrantes, o comunidades autónomas, como Canarias, el paro femenino es menor que el masculino.

En el último año el paro femenino ha vuelto a repuntar más que el masculino, posiblemente no sólo debido a la destrucción de empleo en sectores más feminizados (vinculados a los recortes en el Estado de Bienestar) sino también a que las mujeres que estaban fuera del mercado de trabajo están empezando a buscar empleo tras el aumento del paro de larga duración masculino en sus familias (las tasas de actividad que más crecen son las de mujeres casadas de bajo nivel de estudios).

Gráfico 1. Tasa de paro por nivel de estudios, población entre 25 y 45 años.

Pero lo que más ha cambiado con respecto a la crisis de 1994 no es tanto que la distancia entre el paro masculino y el femenino se haya acortado, sino las diferencias entre las propias mujeres. En el gráfico 1 se presentan las tasas de paro de la población entre 25 y 45 años (cuando mayores son las tasas de actividad) por nivel de estudios en 1994 y en 2013. En el total apreciamos cómo se ha acortado la brecha de género. Pero el cambio radical es la diferenciación interna. En 1994, ser mujer era el gran problema, pues el nivel de estudios no marcaba tantas diferencias como en 2013. Lo mejor, tener estudios universitarios, pero en el resto de niveles de estudios, no había muchas diferencias de paro ni entre las mujeres ni entre los hombres.

Sin embargo, en la actual crisis, los niveles de paro de las mujeres por nivel de estudios se aproximan mucho más a los de los varones del mismo nivel de estudios, excepto en la categoría sin estudios, donde las diferencias son mucho mayores, cuestión que dejamos para mejor ocasión, pero que podemos adelantar que puede ser parte de la inversión de la brecha de género en educación (el fracaso escolar masculino es mayor que el femenino).

El patrón de convergencia en las tasas de paro por nivel de estudios entre hombres y mujeres en el grupo de edad más activo en el mercado de trabajo lleva a que las diferencias entre mujeres sean ahora incluso más grandes que las diferencias de paro entre los hombres, mientras que en los 90 las diferencias de paro entre las mujeres eran pequeñas. Podemos decir que en el paro no existe la mujer, tampoco existe el hombre, sino que dependiendo de las características sociales, como el nivel de estudios, a unos les va mucho mejor que a otros. Resumiendo, en el paro, la fractura de género ha perdido fuerza en 20 años, mientras que la fractura por estudios (y en última instancia, por clase social) se hace más grande.

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