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La comparecencia de Pujol o la casta sigue cabalgando

Jordi Pujol, en pleno ataque de furia.

Joan J. Queralt

Ayer viernes Pujol compareció, recalcando que voluntariamente como hizo en su inconcebible carta a la Presidenta del Parlament de 2 de septiembre, ante la Comisión de Asuntos Institucionales de la Cámara catalana, como consecuencia de lo que algunos siguen llamando confesión de 25 de julio pasado. Todo estaba diseñado para que acabara como acabó: irritación ciudadana, Pujol crecido, ERC suave en el inicio e incisiva en la réplica, PSC institucional y con sordina, IC como ariete, CUP como un tornado, PP y C’s mal tono y mentando la soga en la casa del ahorcado. Mención aparte merece CiU que, estado a punto de irse a pique, pide salvar el legado político de su ex jefe de filas. Eso lo dirá, acaso, la historia, pero la actualidad lo quiere bien lejos y muchos de los dirigentes de CDC también; no en vano, una hija de Pujol, Mireia, se ha dado de baja del partido, devolviendo públicamente su carnet de militante.

1. Primero el diseño de la comparecencia. Demuestra que la casta, inconsciente de que es casta y de que no vive ni siquiera al día, diseñó para Pujol, más que un flotador, un refugio: 30’ para el President Pujol para exponer historias de cuya verosimilitud y adecuación a los hechos cabe dudar; 10' para que los grupos hicieran preguntas (muchas, lógicamente reiteradas) que sabían que no se iban a responder; 30’ para que Pujol replicara, sin prácticamente haber tomado apuntes, a lo que le diera la gana y … como le diera la gana; y 2,5' de nuevo a los grupos (la CUP, indignada, se ausentó en este tramo) para que formularan sus lamentos ante la riña y desdén de un Pujol autoritario y fantasioso como pocas veces. Y a las 18, 30, apenas dos horas y media de iniciado este trámite, a casa. En fin, un acto parlamentario –como son a los que el Parlamento español y catalán nos tienen acostumbrados- encorsetado, en el que el compareciente lleva la voz cantante y alejado de la realidad y de la política que reclama la ciudadanía. Respuesta del siglo XIX al siglo XXI.

2. Dicen propios y extraños, que Pujol hizo ‘un Pujol’, que volvió a ser Pujol, especialmente en la réplica a las preguntas o invectivas de los grupos parlamentarios. No lo comparto. Unos dicen que el tono, en ocasiones, fue agrio y ajeno al objeto al querer iniciar, Pujol mismo dixit, una causa general contra él. Hay que estar al objeto de la comparecencia que no era nada ni nada menos que se explicara sobre los hechos admitidos sobre fondos dispuestos en el extranjero sin cumplir las obligaciones fiscales y su comportamiento durante el ejercicio de la presidencia. Así las cosas, de nada podría llamarse a engaño nadie y de ahí el insufrible corsé parlamentario. Enorme objetivo sin medios para conseguirlo.

3. Pujol, en la segunda de sus intervenciones (y creo que con pleno de control por su parte), hizo gala de su falta de respeto por el Parlament, es decir, a la representación de la ciudadanía, abroncando a quienes le interpelaron con mejor o peor fortuna (cuestión de gustos) y, atribuyendo a los que no le complacieron con su pleitesía, falta de moral y de rigor. ¡Pujol hablando, él y en esa comparecencia, de moral y de rigor! Surrealismo en estado puro. O mejor, autoritarismo en estado puro, como cuando desde su gobierno pretendía censurar a Raimon Obiols o Alejo Vidal-Quadras al resultarle demasiado incómodos. Pujol volvió a hacer de las suyas, es decir, faltó a la verdad y al respeto institucional que tanto reclama para sí, embrolló y abroncó a los no genuflexos.

4. Pero, a fin de cuentas, ¿qué dijo Pujol? Nada de interés relevante, pues, como imputado y padre de imputados, nada podía decir, dado que la ley le ampara en tales silencios para ni autoinculparse ni inculpar a sus vástagos. Habló de su padre al que calificó de respetado y rico hombre de negocios, obviando, entre otras cosas, sus lucros como cambista ilegal y la inhabilitación bancaria que le impidió estar al frente de la Banca de Olot, embrión de Banca Catalana. Habló de un legado indocumentado, depositado en dólares en el extranjero a nombre de su mujer y de sus hijos administrados por dos personas; una, David Tanennbaum –ya fallecido- y otra ignota –presumiblemente viva-, admisntiración de la que se quiso mantener alejado sin saber nada. Esos 140.000.000 de pesetas, de 1980, hoy, al IPC facilitado por el INE del 436,6%, tendría un equivalente teórico a más de 3.600.000 €. Si se hubiera depositado a plazo fijo a un 10% de interés -el propio de la época- en bancos andorranos- hubiera alcanzado unos 5.000.000 €, cifras todas ellas muy similares a las conocidas de 4 millones de euros, que parece han sumado las regularizaciones fiscales familiares. Hacer las cuentas a partir del resultado querido es lo que tiene.

Pujol reiteró en varias ocasiones que él era un hombre rico, muy rico y que decidió su fortuna a construir Cataluña. Esa riqueza, reconocida por primera vez y cuyo origen no está explicado (es más, su padre quiso que unas sustanciosas acciones fueran puestas a un nombre, aspecto sobre el que no volvió), quiebra un principio basal del pujolismo: Pujol era un menestral, repudiado por la burguesía de Barcelona, que le tenía por un parvenu. Puede que lo segundo fuera verdad; lo primero, no.

5. Una última reflexión. El escándalo Pujol ha saltado por encontrarnos de pleno en el llamado Procés. La difusión de la realidad patrimonial de los miembros de la familia Pujol, que les tiene ante las ventanillas de Hacienda y, quizás, próximos a sentarse en el banquillo de los acusados, es una claro acto de corrupción. Si los hechos se conocían oficialmente y se han guardado para poder hacer uso bastardo políticamente, es una ignominia delictiva por parte de todos los que han intervenido en la maniobra de este secreto y no lo llevaron en su día, en cuanto tuvieron conocimiento de los mismos, a las autoridades, fiscales y/o judiciales. Ya se tapó lo de Banca Catalana y se siguió haciendo con la comedia del Español del Año incluida. Este proceder indigno de un gobierno, no ya democrático, sino medianamente decente, pone de manifiesto que llamar casta a los gobernantes actuales es una educada inexactitud.

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