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Las asignaturas pendientes del cooperativismo español

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Ariadna Trillas

Fernando A. Díaz Alonso, un ingeniero industrial de treinta y seis años, está convencido de que al bar de la esquina, a la zapatería del barrio y hasta al quiosco de la plaza les iría mucho mejor con una tienda online adaptada a los servicios que necesiten. “Los negocios de proximidad creen que necesitarían un dineral para algo así, pero los precios pueden ser ajustados”, cuenta. 

La aventura empresarial de Fernando Díaz y otros dos socios se llama Goodidea y arrancó el pasado marzo en Catarroja (Valencia). A ninguno de los tres se le había pasado por la cabeza constituir una cooperativa. “Íbamos un poco perdidos, tal vez más enfocados a una sociedad limitada”, admite. La orientación que esta pequeña ingeniería recibió en La Florida Universitària le hizo cambiar de opinión. “Cada uno establece su libertad horaria; según las circunstancias, puedes desvincularte del trabajo pero seguir teniendo voz y voto, y después regresar; logras más implicación si incorporas a otro socio trabajador de lo que sacarías de un empleado…” Goodidea ha descubierto una filosofía de corresponsabilidad, de trabajadores haciendo de empresarios, de resistencia y solidaridad.   

Pensar en una cooperativa de trabajo asociado de tres ingenieros hubiera sido impensable hace treinta años, cuando nació la organización que se convirtió en referente del movimiento: La Confederación Española de Cooperativas de Trabajo Asociado (COCETA), que celebró el pasado fin de semana en Murcia su asamblea anual. COCETA echó a andar en 1986 con la llamada Declaración de Valencia, bajo la presidencia de Víctor Forgas. Un año después, el Gobierno del PSOE introdujo la primera ley de cooperativas, y en 1990 reguló su fiscalidad.

“La política de reconversión de los años ochenta y noventa facilitó el repunte que se produjo en las cooperativas, sobre todo en el sector industrial”, explica el historiador Vicent Comes. Muchos sectores industriales en los que las cooperativas eran fuertes, como el calzado, el textil, además de otras tantas actividades artesanales, apenas existen. Hoy, los ocupados en la industria se han reducido al  22% del total de ocupados en cooperativas, mientras que los servicios (comercio y hostelería, educación y atención a las personas, intermediación financiera, asesoría profesional) suponen más de la mitad. Es una foto similar a la de las empresas convencionales. “La foto del cooperativismo es hoy radicalmente distinta a la de entonces, puesto que se ha reenfocado hacia la profesionalización y la competitividad”, reflexiona Juan Antonio Pedreño, presidente de COCETA, quien sigue creyendo en el futuro del modelo.  

También la dimensión de las cooperativas de trabajo las hace irreconocibles. Hace tres décadas hacía falta reunir a un mínimo de siete socios para crear una. Pedreño habla de acercamiento de la ley a la realidad. “Sin esa adaptación, no existiría el cooperativismo en España, ¿quién se atreve hoy a empezar con siete?”, sentencia. Los cambios legislativos han ido bajando el listón de socios mínimos de siete a cinco, luego a tres y en algunas comunidades, incluso a dos. Así que se crean más pequeñas.

EL ZARPAZO DE LA CRISIS

Al cierre de 2015, en España existían 20.384 sociedades cooperativas, que empleaban a 301.867 socios, según datos del Ministerio de Empleo recogidos por UCOMUR, entidad referente del sector en Murcia, donde las cooperativas se multiplicaron por siete en treinta años. El zarpazo de la última gran crisis se deja notar, pero por barrios. En Navarra, Galicia, Madrid, Murcia y Catalunya, en 2015 había más cooperativistas que en 2007, pese a que en ocho años el número de ocupados en cooperativas en toda España reculó un 4,9%.  

Pero en el último año se consolida un repunte general: el número de trabajadores que ocupan las cooperativas aumentó un 3,2% respecto de 2014, y un 8,8% durante el último trimestre de 2015 —el total de ocupados en España de acuerdo con en la Encuesta de Población Activa (EPA) de 2015 lo hizo un 2,99%—. El año pasado, la cifra total de cooperativas aumentó  el 0,6%.  De las 1.350 nuevas que se crearon, 1.026 son de trabajo. En ellas los socios no se alían como consumidores o para dejarse dinero, sino como dueños y trabajadores. Sacan pecho con democracia y reparto de beneficios, si hay. 

En este sector singular, hay empresas como Som Energia y La Fageda, entre otras, que no quieren expandirse, aunque animan a otros a replicar sus casos, y la mayoría de pequeñas cooperativas conviven con auténticos pesos pesados en competencia directa con grandes sociedades anónimas. Según el informe 2014/2015 de CEPES Empresas más relevantes de la economía social, la cooperativa que emplea a más gente es el grupo de distribución Eroski (33.832), seguida de Consum (11.449 empleos).

Algunas cooperativas se unen bajo un paraguas multisectorial, cuyo paradigma máximo en España es la corporación vasca Mondragón, o el Grupo Clade en Catalunya. Proteger el modelo cooperativo cuando se alcanzan dimensiones de este calado y se compite a escala internacional es un eterno dilema y motivo de fricciones, como se vio en la crisis de Fagor o en la última modificación de la ley catalana. 

La mayoría de cooperativas no están en ese punto. Al igual que el 99% de las empresas, son pequeñas, microempresas incluidas. “La atomización es un problema. Hay demasiadas cooperativas y poco dadas a la intercooperación. Deberíamos impulsar fusiones”, subraya Pedreño, “y no me refiero a  los grandes dilemas de crecimiento, sino a una asesoría de tres personas que nace en una localidad y coexiste con otra de tres del pueblo de al lado”.

Según COCETA, las cooperativas han perdido un 10% menos de empleo con relación a las empresas tradicionales. Su resiliencia  se basa en que los socios trabajadores pueden decidir apretarse el cinturón en tiempos de vacas flacas y evitar despidos. De ahí que la cantera de estas empresas va de los problemas sucesorios en empresas familiares a las quiebras y los expedientes de regulación, aunque la ley concursal no favorezca la creación de cooperativas, debido a la lentitud del proceso judicial. A menudo es tarde.

Vicent Comes enfatiza que hoy existe “una corriente de simpatía” hacia el cooperativismo. “Cuando el 15M se pregunta qué hacer, piensa en la economía social”. El historiador y ex presidente de las cooperativas valencianas sugiere, pues, una elección.  “En los años noventa, la cultura empresarial dominante era la del éxito rápido, el beneficio a corto plazo. Es lo que se aprendía en la universidad, y eso contrasta con la mirada a largo plazo de la cooperativa, que persigue perdurar”, reflexiona al respecto Pepa Muñoz del Grup Cooperatiu TEB, quien destaca el atractivo que, por el contrario, tienen hoy los valores de la transparencia, la ética y la democracia interna.

“Somos parte de una familia que en conjunto tiene más proyección, pero no se ama lo que no se conoce y la visibilidad sigue siendo primer objetivo”, apunta Pedreño, sobre todo por la confusión que genera el desgaste del concepto social. “El reto es defender el modelo cooperativo porque se está ampliando el concepto de lo que se considera una empresa social”, comenta Muñoz.

Los límites de esta visibilidad se reflejan en la no participación de las cooperativas en el diálogo social. Por el hecho de ser híbridas, no las defienden ni sindicatos ni empresarios. El único partido que en las últimas elecciones asumió esta reivindicación fue Podemos. El PSOE e IU se declaran favorables a potenciar la economía social, pero no han verbalizado que los representantes de las cooperativas puedan reunirse al mismo nivel que los del Gobierno, UGT, CC OO y la patronal CEOE. Si le sumamos los autónomos, estaríamos hablando de cerca de un 40% de la fuerza laboral española no representada en el diálogo social.

[Este artículo ha sido publicado en el número de junio de la revista Alternativas Económicas. Ayúdanos a sostener este proyecto de periodismo independiente con una suscripción]

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