Yasmin Eran Vardi e Itai Feitelson caminan bajo las Setas de Sevilla cuando hasta hace solo un par de meses estaban rodeados de ruinas y tierras yermas. Sus rostros, cansados, han sido testigos del horror que la guerra ha dejado tras de sí el asedio sufrido en Palestina durante los últimos dos años. Necesitaban escapar, tomar aire, vivir fuera de ese campo de concentración a cielo abierto en el que se ha convertido el país tras cuatro años en los que sus cuerpos han servido como escudos humanos.
“En 2021, nos unimos a los grupos de activistas de Masafer Yatta, que no solo iban a las manifestaciones o a las jornadas de trabajo, sino que se quedaban por periodos más largos y dormían allí, quedándose junto a los agricultores en las tierras desde donde les intentaban expulsar y saliendo con los pastores”, relatan en inglés, “todo esto es algo mucho más antiguo que nosotros”. Los jóvenes, de 25 y 30 años, decidieron tomar partido tras la pandemia de la covid-19 y utilizar su privilregio como ciudadanos israelíes ante los crímenes que ha perpetrado su Estado bajo las órdenes del primer ministro Benjamin Netanyahu.
Masafer Yatta está en el extremo sur de Cisjordania, una zona en la que hay reunida más de diez comunidades palestinas que viven el hostigamiento diario de los colonos israelíes desde que la justicia del país invasor aprobara que las laderas en las que están asentados desde hace siglos se convirtiera en sus áreas de entrenamiento militar. La presencia de los defensores del régimen provoca disputas entre los habitantes del territorio y quienes intentan amedrentarlos, como reflejó un reportaje de elDiario.es en la aldea de Haribat al Nabi, aparte de un control de movimiento y una escasa asistencia sanitaria.
Respaldados por la ley israelí, los colonos sitúan sus construcciones en puntos próximos a las casas donde las familias protegen sus pocos enseres, escuchan los disparos contra sus animales y guardan silencio para evitar ser detenidos mientras vienen las excavadoras a destruir sus techos y paredes. Como refleja la Oficina de Asuntos Humanitarios de la ONU en la provincia, perpetran cientos de ataques, en concreto, se registraron 500 casos entre el 1 de enero de 2024 y el 30 de septiembre de 2025, al igual que se notificó la defunción de 44 palestinos.
Documentación y protección
Yasmin, enfermera de 25 años, e Itai, trabajador social de 30 años, son israelíes. Pueden blandir su pasaporte sin tener miedo, en principio, a ser arrestados. Así que, en sus incursiones por los pueblos que coexisten en el sur de Hebrón, acompañaban a la comunidad palestina ante el ataque de la policía, de las fuerzas armadas o de los propios colonos. “Intentamos usarlo para protegerlos, pero no siempre funciona... A veces, ayuda un poco”, cuentan.
“Antes del genocidio, lo usual era actuar en los campos, pero desde octubre 2023 casi todo ocurre en el interior de las aldeas, así que allí esperamos a que lleguen los problemas..., que siempre llegan”. El documental No Other Land, reconocido internacionalmente, refleja la tragedia cotidiana a la que la pareja de activistas intentaban poner freno con sus propias manos. En alguna de las secuencias se adivinan sus rostros, “documentamos mucho”, recuerda Yasmin, “guardamos las grabaciones hechas por nuestros móviles y las usamos con los abogados y las ONG para demostrar lo que ocurre, sobre todo los vídeos de los ataques que realizan los colonos o el Ejército”.
Envían una página de la red social Instagram en la que comparten alguna de sus acciones, junto a otros miembros del movimiento, bajo el usuario @kivsa_shchora. Las publicaciones muestran el incendio de varias tiendas de campaña de palestinos a principios de diciembre tras el lanzamiento de cócteles molotov y de piedras, así como la demolición de casas en la villa de Kraibat Al-Nabi bajo la mirada de cuerpos militares. “La gente lleva 20 años yendo allí para ayudar, porque desde que existe la ocupación hay desalojos, demoliciones, pérdidas de acceso a la tierra, todo ocurre desde antes de la guerra”, señalan.
A partir del 7 de octubre de 2023, todo pareció acelerarse, multiplicarse, hasta que se quedó sin control. La muerte de más de 65.000 personas en este período provocó que una comisión independiente de investigación, nombrada por Naciones Unidas, declarara estos actos como genocidio, ya que se constató que el objetivo del Gobierno israelí “era destruir a los palestinos de la Franja como grupo”, recogió el documento presentado por el organismo internacional. Los activistas echan la vista atrás, “en los últimos dos años, todo ha sido mucho más violento, por ejemplo, varios amigos han sido gravemente heridos por los colonos, y no hay una solución ante todo esto”.
La crítica al Gobierno israelí
Ambos se saben hijos de un tiempo en el que las redes sociales, la espectacularidad y las opiniones se volatilizan en apenas unos segundos. Críticos, hablan sin tapujos de la actualidad que les rodea, cuya onda se expande rápidamente transformándose en literatura, arte y dramaturgia que analiza los tiempos actuales. Dos ejemplos vívidos en España, tierra a la que se han exiliado, son la obra de teatro Gegant, de Mark Rosenblatt, y Los nuestros, de Lucía Carballal.
La primera fue estrenada en julio en mitad de las infructuosas negociaciones por la paz, teniendo como actor principal al catalán Josep María Pou en el papel de Roald Dahl, quien publicó en el verano del 83 un artículo antisemita que lo enfrentó a la opinión pública y a sus propias convicciones morales. En cambio, la obra protagonizada por Marina Fantini aborda las raíces de una familia sefardí durante el duelo de la matriarca. Dos textos que, a su manera, humanizan y abordan varias de las cuestiones más controvertidas vertidas sobre el pueblo judío, como la acusación de conniviencia por parte de algunos sectores ante la masacre que asola a la Franja de Gaza.
“No tenemos nada que ver con todo esto”, zanjan. “Hay un conflicto dentro de la sociedad israelí: la mitad está de acuerdo con las políticas de Netanyahu y la otra mitad no”, declara Itai en referencia a la gente de a pie que, como él, son interpelados por las acciones que toma el Estado. Más allá de la corrupción que planea sobre las élites, los activistas se refieren a la ofensiva histórica: “No hay un gran debate entre la coalición y la oposición sobre los crímenes de guerra en Gaza, es decir, sobre lo que ha estado haciendo Israel ahora y durante décadas: acerca de la ocupación en el 48 de los territorios ni sobre el derecho a los refugiados palestinos a regresar, o de Cisjordania, el ataque al Líbano o a Siria... Nadie se niega ahora a ir al ejército”.
En noviembre del año pasado, la Corte Penal Internacional (CPI) de la Haya solicitó una orden de detención contra Netanyahu. Una decisión que había tomado la Fiscalía en mayo y que se tildó de “nuevo antisemitismo” tanto por parte del Ejecutivo, liderado por el partido Likud en coalición con los ultraderechistas Sionismo Religioso y Poder Judío, como de la oposición. “Antes de la guerra, hasta los que habían sido pilotos de combate decían que no combatirían por este gobierno corrupto, pero ahora la oposición está de acuerdo con las guerra que están haciendo”, acusan.
La paz y el boicot
El plan de paz para Gaza, promovido por el presidente estadounidense Donald Trump, fue ratificado el 13 de octubre de este año. Un acuerdo que somete a Palestina a la tutela tanto de la primera potencia mundial como de su principal protegido. “Muere menos gente, lo cual es bueno, pero es un acuerdo falso, similar a lo que pasó en el Líbano”, dicen en referencia al fin del armisticio que se produjo entre las potencias en 2024, “pero siguen impidiéndoles recibir ayuda, no tienen comida suficiente ni un refugio adecuado, siguen ocupando partes de la Franja de Gaza... La gente entendió que había un alto el fuego y quizás no era tan urgente boicotear a Israel”.
No habrá paz sin justicia. Así lo contemplan sus ojos que, por primera vez en la conversación, se encienden: “Es exactamente el momento de boicotear a Israel, porque no ha asumido ninguna responsabilidad por lo que ha hecho y, si todo pasa como si nada hubiera ocurrido, podrá hacerlo de nuevo. Cambia las reglas de la guerra para el mundo entero”. ¿Importará el bombardeo de zonas críticas, como hospitales y escuelas, la matanza de civiles, la hambruna o el asesinato de periodistas en un futuro? Las sanciones que aplicó la comunidad internacional a Rusia ante su ofensiva contra Ucrania no tuvieron réplica en Oriente. Ni siquiera en Eurovisión.
España, Irlanda, Países Bajos y Eslovenia se bajaron del carro en un intento por impedir la celebración del festival en el que se ha aprobado, in extremis, la participación de los israelíes. Un gesto nimio, pero, Yasmine e Itai insisten: “Necesitamos más boicot. Si es posible boicotear, por favor, boicoteen. Este es el mayor espectáculo de Israel, ese Estado que se autodenomina liberal y democrático”. Activismo digital, físico, protestas, recaudaciones, posicionamientos, piden cualquier gesto ante la magnitud de lo ocurrido para que se rindan cuentas.