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Ciega, sorda y muda … hasta ahora

Un niño de Gaza en una vivienda derruida en la que se ha refugiado su familia, en el sur de la Franja.

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Cuando era pequeña (ya paso de los 50 años), sólo teníamos dos canales de televisión, la 1 y la 2, con lo cual las opciones de elecciones eran muy reducidas. Además, sólo teníamos una televisión, así que los tiempos familiares televisivos compartidos eran muchos. Entre ellos destacaban las series, con diversidad de temas, desde los extraterrestres (la famosa V), pasando por las clásicas policiacas (cómo no recordar a Colombo) o de humor (en el recuerdo siempre estarán los Ropper). Además de la ficción estaban los temas históricos como la esclavitud y el genocidio judío a manos de los nazis, destacando una serie con un nombre tan claro como “Holocausto” con una joven Meryl Streep en 1978. Después siguieron muchas más con esta temática, hasta llegar a la famosa película de la “lista de Schindler” quince años más tarde.

Las preguntas recurrentes ante tal atrocidad en mi cabeza siempre fueron tres ¿Cómo lo permitió la sociedad alemana? ¿Qué pasó con el resto del mundo para admitir la muerte de millones de personas sin pestañear? ¿La comunidad internacional cómo pudo estar ciega, sorda y muda? Se ha escrito mucho sobre el tema desde la perspectiva histórica, sociológica y filosófica, que nos dan muchas respuestas, o quizás simplemente pistas para entender lo incomprensible. En este momento, lo más contradictorio es que el pueblo judío, que sufrió tanto, esté infligiendo un daño sin ningún tipo de escrúpulos a la población civil palestina y de nuevo, reaparecen estas preguntas. Pero en este caso el verdugo es Israel.

Yo siempre he sido muy cuidadosa a la hora de valorar una situación, ya sea personal o social, porque creo que es necesario estar muy bien informada para poder dar argumentos ante una realidad que siempre es poliédrica. De hecho, la propia creación del estado judío en 1948 llevaba inserta la semilla de la discordia y a lo largo de estos 75 años han ocurrido muchos acontecimientos, que han llevado a una situación de conflicto complejo, como diría cualquier analista. Sin embargo, el genocidio que están sufriendo las familias palestinas es una realidad apabullantemente simple, o al menos para mí, aunque hasta ahora yo he estado ciega, sorda y muda.

Siempre he estado convencida de que la frase “yo no puedo hacer nada” es un escudo, una muralla para mi espacio de confort donde lo que le pasa a los demás no tiene nada que ver ni conmigo ni con mi vida. Es una frase que sirve de bálsamo para la cobardía

Si lo tengo tan claro, ¿cómo he podido callar estos meses y mirar hacia otro lado ante la muerte de tantas personas inocentes? Me he dado dos respuestas absolutamente cobardes. Cuando he encendido la televisión y salían las noticias, cambiaba de canal; cuando me ha llegado algún mensaje en las redes sociales, no me he parado a leerlo… Esto ya pasará, ya hará algo la ONU, la Unión Europea… Pero no hacen nada (la responsabilidad internacional es tema de otro artículo).

La otra respuesta cobarde es “yo no puedo hacer nada”. Sin embargo esa respuesta ha cambiado, también por dos razones. La primera de ellas es ver la imagen de una niña palestina con postillas diminutas en la cara, no sé si de una caída, aunque parecían el resultado del impacto en su carita de un estallido, no sé si de trocitos de piedra o de astillas. La niña era inmensamente hermosa con una mirada inocente pero, en la misma medida, absolutamente dolorosa. Precisamente la foto me llegó en Semana Santa. Era una Dolorosa viviente. En ese momento he dejado de estar ciega.

El otro motivo es que siempre he estado convencida de que la frase “yo no puedo hacer nada” es un escudo, una protección, una muralla para mi espacio de confort donde lo que le pasa a los demás no tiene nada que ver ni conmigo ni con mi vida. Es una frase que sirve de bálsamo para la cobardía, para justificar mi egoísmo y para evitar el dolor. Sin embargo, cuando la uso, a la vez me genera una sensación de desasosiego, porque apenas sirve para amortiguar la voz interior. Por eso he dejado de ser sorda, puesto que dentro de mí hay una voz que me grita que los inocentes son inocentes, da igual su nacionalidad, el conflicto general de las relaciones judío-palestinas, o las razones de estado.

Hoy he reenviado la foto de la niña palestina: la pequeña dolorosa viviente. Los mensajes que me lleguen sobre la situación de Gaza, los compartiré. Eso sí lo puedo hacer, esa es mi responsabilidad personal

Por último, he dejado de estar muda, el motivo es que siempre se puede hacer algo a nivel personal. En mi caso personal, tengo el privilegio de poder expresar mi voz en este periódico, por eso no puedo callarme. La sociedad civil está organizando manifestaciones, charlas, coloquios, y no puedo asistir a todas, pero estoy buscando el tiempo para poder asistir. La semana que viene iré a una conferencia impartida por psicólogos voluntarios en Gaza, espero que la sala esté llena: es la forma de acompañarlos.

Siempre he tratado de compartir buenas noticias. La razón es que creo que en el mundo hay mucha esperanza. Sin embargo, hoy he reenviado la foto de la niña palestina: la pequeña dolorosa viviente. Los mensajes que me lleguen sobre la situación de Gaza, los compartiré. Eso sí lo puedo hacer, esa es mi responsabilidad personal. Espero no quedarme otra vez, ciega, sorda y muda.

Querido lector, si todavía no lo tienes claro, te recomiendo que busques en las noticias cuál es la situación de la población civil palestina en Gaza y que te informes con rigor. Después decide: ¿vas a seguir estando sordo, ciego y mudo?

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