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Populismo rubio, populismo con barbas

Más de un millón de británicos firman contra el cierre del parlamento

Javier Aroca

Hace apenas dos meses, las cosas estaban mucho más claras. El planteamiento era sencillo: las derechas congregadas en torno al espíritu de la Plaza de Colón, con una ideología de regreso al pasado, se mostraban a cara descubierta decididas a transformar en poder sus programas de máximos. Las izquierdas, con problemas de carnet incluidos y sus habituales disolvencias madrileñas, se afanaban en prometer más progreso, en devolver al pueblo lo perdido en estos años grises económicos y políticos de sacrificios y, sobre todo, impedir la vuelta del neofranquismo tuneado con patillas y ropajes de regata.

Han pasando semanas y unas elecciones, que más o menos dieron la respuesta ciudadana a los temores de una mayoría. Hay un consenso experto que interpreta que lo que dijeron es que no querían un Gobierno de mayoría absoluta, ni una suma de derecha radical, sino otros de entendimiento, plurales.

Aquel tiempo tenía en común algo que se había perdido en los últimos años de sesteo democrático: la emoción y la ilusión; mucha gente las habían recuperado, algo gordo podría pasar y muchos, hasta ahora acostados, decidieron ir a votar.

La decepción que aumenta

La líneas emotivas marcadas, acentuadas electoralmente, se correspondían con un miedo real. Hoy se han desvanecido, hay poca emoción, apenas ilusión y mucho cansancio por la incapacidad de los partidos en ponerse de acuerdo. Los sofás y hamacas están listos para una nueva época de vivac y sesteo ante la falta de estímulos causada por una decepción que aumenta.

El tiempo pasa y la percepción del peligro del Trío de Colón empieza a convivir con la normalidad. Han acordado gobiernos, han votado juntos, han cambiado la narración consensuada durante años en asuntos transcendentes como la violencia de género, la migración, la seguridad ciudadana, los problemas territoriales, la fiscalidad y el Estado de bienestar. En Andalucía, por ejemplo, la debilidad y anestesia popular ya se aprecian en lo cotidiano, por la propia experiencia de Gobierno: léase brote de listeriosis, el caos en la educación o los dislates fiscales. Madrid apunta maneras. En realidad, de momento, mantiene su papel de cardumen conservador, aparte de extravagancias fiscales, se ha convertido en una gran reserva india de los proscritos del PP.

La estrategia de Pedro Sánchez está consiguiendo todo eso y mucho más. Desde luego, Sánchez tiene derecho a tener sus propias visiones e imaginar un Gobierno de él solo, apoyado por todo el mundo, por la derecha recurrente y la izquierda preferente y, además, progresista, pidiendo la ayuda de dos formaciones, PP y Cs, que son las más reaccionarias desde los tiempos de Manuel Fraga. Ha conseguido que Pablo Casado parezca un estadista, que el relato se vuelva a favor de ello; cualquiera entiende que las derechas, compitiendo entre ellas, en su extremismo radical, no querrían apoyar un Gobierno que va presumiendo de progresismo civil.

Conseguir que el líder de las derechas extremas parezca un estadista ya es grave. Lo otro es casi peor: pretender situar a una fuerza política, que ha obtenido casi cuatro millones de votos y que le dio la presidencia del Gobierno, en una especie de limbo político, en la extravagancia ideológica, como una especie de filibusteros y forajidos de la política. No, Podemos no es eso, ni se averigua que lo pretenda, ni es bueno que se lo imagine.

El empeoramiento de la percepción de los ciudadanos sostiene hoy una foto en la que la derecha navega en la normalidad, actúa a cencerro tapado, pero es eficaz, acuerda gobiernos y practica sus políticas sin vergüenza. La derecha quiere sumar y no tendrá dudas en seguir haciéndolo. La izquierda, perdida en reproches de identidad y desconfianza, resta. Pero es algo peor: ha tirado por el sumidero la esperanza y la ilusión en un cambio que alguna vez tendría que venir.

Porque verán, el peligro no ha acabado. Mientras escribo, escucho que derecha e izquierda, juntas, hacen frente a la extrema derecha en Alemania del este. España es otra cosa.

El populismo rubio ha llegado para quedarse. Los británicos han llamado sin ambages “golpe” a la maniobra de cerrar el Parlamento de Boris Johnson para eliminar obstáculos a su decisión sobre el Brexit. La Constitución no escrita, la mesura y la flema democrática británica han hecho aguas. La crisis que involucra incluso a la monarquía está ahí. Y junto al populismo rubio, atlantista, el populismo barbado. Matteo Salvini,uno de ellos, siendo sólo ministro de Interior, ha tenido en jaque a toda la UE. Con un papel mediático, medido en impactos y clicks, muy necesario para su histrionismo. Su gambito para reclamar plenos poderes, como si se ensoñara e inspirara en un Valle de los Caídos transalpino, le ha salido mal, pero ahí ha estado. Los rubios y los barbados van a por todas y ya se sabe, cuando las barbas, y los tupés rubios de tus vecinos veas chamuscar pon los tuyos a remojar.

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